La embriaguez y las preocupaciones (Lucas 21, 34-36)
Curiosamente sabio el Evangelio de hoy, previo a la entrada en el Adviento. Habla de los peligros que pueden entubiar nuestra mente y distraernos de lo importante. Y habla, además de los vicios, de la embriaguez y las preocupaciones. Son dos maneras de afrontar el día a día y cualquiera de ellas no sirve: nos aleja, nos turba, nos distrae…
Hay quien vive como si le hubieran dado un chute de algo y pasa por el mundo pensando que todo son flores y ipods y cañas y fiestas y rosas y bienestar y posibilidades y alegría y amor hippie a raudales. Rehúyen el sufrimiento, las dificultades, los compromisos… no ven a los pobres de las aceras y las puertas de las iglesias y desconocen lo mal que se pasa cuando se ama de verdad-
Otros se piensan que preocupándose mucho lo tienen todo más controlado o, al menos, se lo toman más en serio que el resto. Sufren por lo que pueda pasar, por el trabajo que puedan perder, por la enfermedad de su madre anciana, por los catarros de sus hijos, por si lloverá mañana y habrá atasco, por si en el trabajo hay mucho que hacer… Preocupaciones que aprietan, que pesan, que atan, que impiden caminar liviano y ligero y te nublan a Dios.
¡Qué importante es estar alerta! Yo me tomo esta actitud como algo positivo. No es estar alerta por si pasa algo, por si caen piedras sobre mi cabeza o el día del Juicio Final me pilla con mil pecados sin confesar. Me lo tomo como tener activados mis sensores personales para que me avisen cuando me desenfoque, cuando esté empezando a perder altura, cuando pierda rumbo, cuando esté cambiando el destino de mi viaje. El sistema de alerta es imprescindible… para todo. Evita daños que pueden ser irreversibles.
Un abrazo fraterno
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