Lo busqué y no lo encontré (Cantar de los cantares 3, 1-4)
Cuando a uno le arde el alma se lanza al infinito a buscar la felicidad. Sabe que algo le dice que está ahí fuera y, mochila al hombro, quiere descubrir qué es. Comienza una búsqueda ilusionante. A la vez también se va fraguando en uno cierto inconformismo, cierta impaciencia… ¡hay prisa por descubrir dónde se encuentra la felicidad definitiva, el lugar del mundo para uno, aquello que Dios ha soñado para uno!
Se recorren plazas, calles, caminos… se pregunta a todo aquel que puede aportar una pista pero… ¡nada! Es como si Dios disfrutara viéndonos buscarle ansiosos. Nos encantaría que un arcángel bajara y nos hablara, o encontrar la respuesta nítida en las lecturas del día… Pero el tiempo pasa y nada sucede… Y la búsqueda empieza a pesar.
Pero al final uno siempre encuentra al amor de su alma. Mantengámonos despiertos y esperanzados.
Un abrazo fraterno
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