… lo pone en el candelero (Lc 8, 16-18)
El sentimiento que se prodiga en mi en esta última etapa de mi vida de fe, de mi vida de apostolado y testimonio, es que mi candil no está en el candelero. Está, sí. Y posiblemente no esté tapado, no. Pero no está en el candelero. El oxígeno escasea y, ya se sabe: sin oxígeno la mecha no acaba de prender como debería. La luz temblequea un poco y el candil sabe que es hora de buscar lugares más amplios y llenos de oscuridad.
Llevar esta palabra a la vida me parece fundamental. Desperdiciar candeleros, candiles y mechas me parece de tal despilfarro apostolar que, tal como está el mundo, no nos lo podemos permitir. Y yo estoy llamado a dar luz y a mantener mi candil en forma y encendido a tope. Por supuesto que uno a veces pasa por baches, por crisis, por dudas, por miedos, por desilusiones… pero apagarse por dejadez, por comodidad, por inmovilismo, por ceguera es distinto. No estoy dispuesto.
Un abrazo fraterno
Tienes una flor recien cortada en mi blog para ti, espero que la recojas.