MR 52
Me explicó que hacía meses que vivía en la calle, que la crisis y un golpe de mala fortuna la habían dejado sin su casa y sin sus hijos. Su pelo estaba sucio y su aliento apestaba a alcohol. Su mirada transmitía tristeza y desapego absoluto de la vida. Su piel estaba reseca y lucía el mismo color que sus sucios vaqueros gastados dos tallas mayores.
Se despidió de mi estrechándome la mano y dándome las gracias por pararme y escucharla. Se alejó sorteando los coches tambaleante y giró en la esquina.
Yo, inmóvil, me sentí invadido por la negrura.
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