MR 60
Nunca miró a la muerte de frente. Le tenía miedo. Miedo a lo desconocido. Miedo a un final definitivo. Miedo a dejar de vivir. Y rabia. Mucha rabia por no poder disfrutar de los placeres terrenales que tanto le gustaban.
Verlo en aquella cama, agotando las últimas horas de su biografía no era plato de buen gusto para casi nadie. Excepto para mi.
Yo siempre miré a la muerte de cara. Nunca le tuve miedo a nada que fuera irremediable y la muerte lo era. Había pasado tanto miedo en vida, pese a mi edad no tan avanzada, que nada podía sorprenderme ya.
Cogí una silla y me senté a su lado, bien pegado al lecho. Le agarré la mano y le miré con cariño. Y supe que él había captado, pese a tener los ojos ya casi cerrados, la confianza con la que yo afrontaba aquel su trance. Y esbozó una sonrisa. Y murió. En silencio. Sin aspavientos.
Le besé la mano, aún tibia, me levanté y me fui. ya no podía hacer nada mejor por él. Sabía que su viaje no había hecho más que comenzar y que, algún día, volveríamos a vernos.
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