MR 97

Mi madre esperaba en el andén, a la vieja usanza. ¡Y mi padre!

Volvía a casa después de fracasar. Nada había salido como yo había planificado. Nada resultó como me hubiera gustado. La vida me había dado un portazo allí donde menos lo necesitaba.

Bajé con mi samsonite azul y percibí, inmediatamente, el aroma conocido de aquella estación. Y vi los brazos abiertos de mi madre y, lentamente, fui hacia ellos. Y me eché a llorar. Todo el sufrimiento acumulado se derramó en aquel momento.

– Ya estás en casa de nuevo. – me susurró mi madre al oído.

Mi padre se unió a nosotros, con la emoción contenida. Empezaba ya una nueva etapa, allí mismo, sin tiempo que perder. Fortalecido con el amor incondicional de mis padres.

 

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