#Narraluz 13
Estaba loco. Deambulaba por las calles del barrio, sonriendo, hablando solo y saludando con la mano a los viandantes que, con prisa siempre, pasábamos de largo desdeñándolo.
Sobraba. Nos sobran los locos en esta sociedad tan seria que hemos construido. Nos sobran sus sonrisas sin razón, sus espontáneos saludos, su ropa, sus zapatos sucios, su pelo despeinado… Nos sobran los locos. Y los ancianos. Y los niños. Y los distintos. Nos sobra todo aquel que no encaja en el gran puzzle. Nos sobran los que estiran las alas y, consciente o inconscientemente, quieren volar.
¿Y yo? ¿Sobraré yo?
¡¡¡¡ME ENCANTA!!!!!
Chapó para el fotógrafo, chapó para el escritor.
Sin palabras, creo que lo imprimiré (si me dáis permiso) y lo pondré en mi agenda para que cada vez que lo vea recuerde que nadie sobra aquí.
Lo que sobran son la foto y el texto. Y me explico.
Sobra la mirada de quien fotografía la sonrisa de un loco, y la de quien es capaz de mirarle y compararle con un niño. Sobra quien ante la suciedad y la demencia solo tiene palabras de cariño e inocencia. Sobra quien acepta la diferencia sin juzgarla, sin tomar partido ni usarla para apoyar sus propias razones.
«Por ti, mi soledad, los busqué un día;
en ti, mi soledad, los amo ahora.»
Así termina El soliloquio del farero, uno de los más bellos poemas de Luis Cernuda. El amor en soledad es, en ocasiones, el destino de quien se atreve a amar hasta la locura. Porque ese no busca la afinidad ni la adulación sino el amor por sí mismo, y acaba amando a quien le odia, a quien no le comprende, o a quien simplemente le necesita pero no puede amarle.
Esta misma mañana decía Benedicto XVI: «Solo quien es realmente poderoso puede soportar el mal y mostrarse compasivo; solo quien es verdaderamente poderoso puede ejercer plenamente el poder del amor.» Y es este poder el que vive en el Narraluz de esta semana: el poder infinito del amor del que brota la alegría, el amor que no espera nada y acaba recibiéndolo todo, que sobra porque no pertenece al mundo, pero al final siempre se acaba colando en él por cualquier rendija, por una sonrisa o por una mano tendida, no se sabe muy bien a quién.