Niños y profetas (Lucas 1, 57-66. 80)
Recuerdo perfectamente la decisión de buscar a nuestro tercer hijo. Yo no quería que el «no» o el «sí» fueran una decisión «por defecto», una decisión no tomada por nosotros y sí por el tiempo que pasaba… Esther y yo queríamos decidirlo en conciencia, en oración… Y decidimos que sí. Esther se quedó embarazada a finales de enero y a finales de noviembre nacía Juan.
Su nombre dice mucho de lo que para nosotros significó su nacimiento: un signo profético en unos tiempos oscuros, llenos de incertidumbre, de miedos, de inseguridades… Era una apuesta por la vida, por Dios, por la fuerza de una familia que se quiere, por el amor.
Como padre, he pensado muchas veces en la vocación de mis tres hijos y reconozco que me preocupa el no saber cómo ayudarles a descubrirla. Por otro lado, confío en que el Padre lo hará mejor que nosotros… Y es que estoy convencido, como dice la Palabra hoy, que tanto Álvaro, como Inés, como Juan, han sido concebidos y llamados a algo concreto, particular y único. Ninguno lo sabemos a día de hoy pero esa llamada debe ir cobrando forma, sólo tenemos que cuidarla. El Señor nos conoce desde antes de ser concebidos. Como decíamos a veces en los retiros espirituales: somos soñados por Dios antes de ser concebidos. Y esa idea es preciosa. Miro a mis tres hijos y veo en ellos a tres seres distintos, unidos en su amor de hermanos y vinculados a una familia que les quiere pero… distintos. Únicos. Maravillosos en su singularidad. Y veo la clara huella de Dios en cada uno de ellos. Veo a Dios en su ternura, en su sensibilidad, en su capacidad de detectar las necesidades ajenas, en su fortaleza, en su corazón limpio.
Yo rezo por ellos. Por su vocación. Por la fidelidad a su llamada. No sé todavía quiénes van a ser mis hijos. Por lo de pronto, nos hacen mejores a su madre y a mi, a sus hermanos, a su familia, a sus compañeros. Ya es bastante.
Un abrazo fraterno
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!