No te salvas tú. ¿Te has enterado? (Ef 2,1-10)
Voy cambiando mi ADN religioso pero me cuesta. Demasiado tiempo creyendo que mi salvación depende de lo que yo haga o deje de hacer. Hoy Dios me vuelve a gritar: «¡No te salvas tú! ¿Te enteras? ¡Te salvo yo!». Pero la cabra tira al monte y a veces sigo funcionando con ese esquema de paga que tan poco tiene que ver con el Dios que Jesús vino a mostrarnos.
No tengo que ser bueno para salvarme. No tengo que seguir los mandamientos para salvarme. No tengo que cumplir la doctrina para salvarme. No tengo que… NO TENGO QUE… ¡Cuántos disgustos nos ha costado esto a la Iglesia! ¡Cuántos años condicionando a las personas con el miedo al castigo eterno, con el miedo a morir en pecado, con el miedo a la condenación del juicio final! No tengo que…
La salvación es un regalo de Dios, que pasa por encima de nuestros pecados, de nuestras faltas, de nuestras debilidades, de nuestras incoherencias, de nuestros fracasos, de nuestras infidelidades. Sí, lo hace. Y quién diga que no, miente. Dios es misericordioso y justo y desea que todos nos salvemos. Y aunque no podemos negar la posibilidad de la no salvación, sí esperamos que nadie se eche atrás cuando se encuentre cara a cara con Dios.
En mis manos tengo la posibilidad de empezar a disfrutar de esa salvación ya aquí, en mi vida terrena. Porque si me abro al amor de Dios, si actúo con Él y desde Él, si amo a los que me rodean y procuro vivir desde la verdad, la justicia, la humildad, siendo fiel a mí mismo y a Dios… la felicidad está garantizada. Y eso no es más que un mordisquito de salvación. Un aperitivo, buenísimo por cierto.
Vamos allá.
Un abrazo fraterno – @scasanovam
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