Nuestro amigo Abrán, el atribulado (Génesis 15, 1-12. 17-18)
El Evangelio de hoy tiene miga: los falsos profetas. Podría orar con ello si no fuera porque la primera lectura me ha llamado poderosísimamente la atención. No será por no haberla leído antes pero hoy… cobra un cariz especial.
Abrán tenía miedo y estaba preso de enormes preocupaciones sobre su descendencia, sus tierras, etc. Abrán vivía atribulado igual que estoy yo en algunos momentos. Igual que lo estás tú. Abrán es hoy alguien muy cercano a cualquiera de nosotros en su preocupación, en su tribulación.
Y Dios sale al paso. Y le promete a Abrán algo que, en ese momento, es inconcebible. Abrán responde desde la fe. No hay muchas más posibilidades. Abrán no encuentra respuesta a sus problemas, no los ve solucionados; simplemente cree que la Palabra del Señor sobre él se cumplirá. Y lo que hace es responder poniendo a los pies del Señor lo que tiene, abriendo su corazón a la omnipotencia del Padre Creador. ¡Cuántas veces nosotros NO CREEMOS sino que pedimos que las dificultades, los problemas, las preocupaciones… desaparezcan! ¿Soy consciente de la promesa del Señor para mi? ¿La he escuchado alguna vez? ¿Me creo esa Palabra?
Abrán, humano él, pregunta también algo muy de humano: ¿Cómo me voy a dar cuenta de que tu promesa se hace realidad? El Señor no responde a esa pregunta y sólo le pide confianza, entrega, fe, respuesta. El Señor sabe que Abrán se dará cuenta cuando llegue el momento. El Señor sabe que la clave no está en el resultado sino en la transformación del corazón de Abrán. Cuando yo me convierta, aumente mi fe, ponga toda mi confianza en la promesa de mi Padre, lo ponga todo a sus pies… posiblemente la Palabra sobre mi se cumpla.
Y el final de la lectura es curiosísimo: la alianza se fragua en la tiniebla, en la oscuridad, en medio de un Abrán aterrorizado. Da que pensar y que orar, mucho.
Señor, cambia mi corazón, concédeme más fe, más confianza… que pueda decir: «CREO».
Un abrazo fraterno
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