Oración donde quiera que se encuentren (I Timoteo 2, 1-8)
Desde hace ya algún tiempo oro más pero de otra manera. Tengo la Palabra mucho más presente y confronto mi vida con ella, escucho. Pero he descubierto algo que no sé muy bien cómo explicar. Es algo así como «hacer presente», «vivir en comunión con todos», darle a Dios la capacidad de saber lo que uno ya está pensando y traerlo durante un pequeño silencio, un breve paseo, un viaje, un rato de soledad, una risa compartida…
Eso me permite orar donde quiera que esté y estar de una manera en el mundo. Y me gusta. Hace no mucho me coincidió estar solo en Madrid y me bajé andando al cementerio de Carabanchel a ver al abuelo Teodoro. Me gusta ir al cementerio. Me pone delante de la muerte, de lo breve de este regalo. Me pone delante de familias, de personas con historias propias, felices o no, que un día se encontraron con la muerte. Me descubre vidas que se han ido pronto. Otras demasiado pronto. Y otras bien aprovechadas… Ese paseo en soledad rodeado de tumbas fue un momento de tremenda espiritualidad y oración. De vez en cuando me paraba en algún nicho y leía el nombre de la persona que allí yacía. Y hacía presente a su familia y oraba por ellos. Nada especial. Un recuerdo, una brizna de espíritu… pero yo me sentí hermano de muchos, miembro de una familia, hijo de un mismo Dios, portador de un mensaje de esperanza, de luz en la oscuridad…
Suene friki y soy consciente pero si es así es porque no soy capaz de explicarlo mejor. Y tal vez no sea necesario… me lo sigo guardando para mi.
Un abrazo fraterno
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