¿Para qué seguir? (Heb 11, 32-40)
Eso digo yo. ¿Para qué seguir? ¿Para qué seguir dedicando tiempo en el acompañamiento de jóvenes? ¿Para qué seguir luchando por mejorar la integración laical en la Iglesia? ¿Para qué seguir gastando mañanas de sábados y domingos en preparar, proponer, analizar, observar, renovar? ¿Para qué seguir buscando la voluntad de Dios en nuestra vida e írnosla complicando a pasos agigantados? ¿Para qué sirve no dejarse llevar por la manada, hacer lo que todos hacen? ¿Cuál es la promesa Padre? ¿Qué es lo que me tienes prometido porque… no lo tengo claro? Veo el camino pero nada más allá de cada paso. Intuyo cosas. Muy pocas. ¿Para qué sirve seguir caminando en lugar de preparar unas tiendas y quedarnos allá donde hemos llegado hoy?
Hace tiempo, alguien cercano y querido en el entorno de Escolapios en el que me muevo me cambió esta pregunta por otra que puede dar luz y sentido a las cuestiones anteriores: No es tan importante el «¿para qué?» como el «¿para quién?». ¿Pará quién Señor ese tiempo gastado? ¿Para quién Señor este andar cansado? ¿Para quién Padre mi presencia, mi lucha, mis dones? Estas preguntas sí tienen clara respuesta. En primer lugar, para TI, para gloria y alabanza a TI, Señor. En segundo lugar, para MI. Para mi felicidad, para ser más persona, para ser más maduro, para ser más fuerte, para tener mejores cimientos, para ser capaz de amar mejor. En tercer lugar, para mi esposa y mis hijos. Para que ellos alcancen tu voluntad y su felicidad. Para encuentren su lugar en el mundo. Para que el mundo que quede sea mejor que el recibido. Para que te conozcan desde la naturalidad y el amor. En cuarto lugar, para mi comunidad, para complementar a mis hermanos, para que reciban lo mejor de mi, para darles la oportunidad de ser curados y de curarme, de escuchar y ser escuchados, de acompañar y ser acompañados, para compartir mi vida con la suya, para ser uno. En quinto lugar, para la Escuela Pía y los niños y los jóvenes. Para contribuir a la educación integral de los que serán nuestras próximas generaciones, para que vean un camino, para ayudarles a experimentar tu amor, para que los religiosos sientan a los laicos como compañeros y amigos, para que la Orden sea mejor y más fiel. En sexto lugar, para la Iglesia y el mundo, para todo aquel que se cruce en mi camino, para todo aquel que necesite una palabra, un abrazo, un gesto. Para todo aquel que esté perdido. Para todo aquel que Tú quieras, Señor.
Todo sigue teniendo sentido, pese a todo.
Un abrazo fraterno
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