Reflexión a la luz de Charlie y de Wonka

Siguiendo ya una tradición, y no dejando que se escape ni una sola de las emociones que me habitan, me siento a escribir tras un estreno. De noche, acompañado de la soledad que me conoce mejor que yo mismo, me abajo, me pliego, recojo mis alas y hago silencio. Y en esa inmensa quietud del alma me brota un agradecimiento profundo.

Vivir agradecido es el secreto de Charlie. ¿No os dais cuenta? Charlie vive en un mundo que los demás ni atisban. Es el secreto de los pequeños, de los que no necesitan más para vivir. Charlie es el único niño que subió hoy al escenario, porque fue el único capaz de mirar todo lo que rodeaba con ojos de agradecimiento. Charlie no necesitaba ni el premio, ni la fábrica. Charlie se sabía querido y amado había crecido, aunque para los ojos ajenos su vida fuera una mierda. Charlie gana simplemente porque no necesitaba hacerlo para ser feliz.

Amigos… ¿No os dais cuenta de que esto es mucho más serio de lo que parece? ¿No os dais cuenta? ¡¿Cuánto hace que hemos olvidado al Charlie que un día fuimos?!

Mi vida tiene rincones oscuros, estancias en las que me da miedo entrar. Sólo en las noches en las que la luna proyecta la suficiente luz… entro y, una vez allí, no dejo de llorar. No es miedo, ni tristeza… Es silencio. Un silencio que proyecta todo aquello que soy y de lo que a veces me avergüenzo. Es la cara de mis hijos y el terror que me produce equivocarme con ellos. Es la mirada de mi mujer y la sensación de que se merece mucho más de lo que yo soy. Es el rostro de los amigos que viven lejos y querría cerca. Es el beso de mi madre al dormirme que ya no tengo. Es la imagen conmovedora de lo que no consigo ser. Es la herida de la batalla que luché y gané y también es el humeante despojo de la batalla que luché y perdí. Es el sueño que no acaba de llegar, el dolor de no saber cómo y la impaciencia por llegar a ser aquello para lo que Dios me ha traído al mundo… una impaciencia que me muerde y me daña cada día.

Mi vida no está exenta de sufrimiento, como la tuya. Porque amamos, porque tenemos algo que perder o, simplemente, porque nos hemos perdido, porque ya no nos reconocemos en el espejo. ¿Os acordáis de aquello que un día queríais ser? Nuestra casa, como la de Charlie, muchas veces se queda pequeña también y se torna fría cuando llegan la ventisca y el hielo. La rutina del repollo es un sabor tan conocido… ¿verdad? ¿Dónde se esconde el chocolate?

Charlie vive agradecido. Con su casa pequeña, con el frío que entra, con el repollo en el plato, con la pobreza que le rodea, con los sueños que son sólo eso, sueños… Charlie vive agradecido y es ese agradecimiento el que le permite disfrutar del asombro arrebatador que Wonka trae a su vida. ¿Hay palabras más profundas que las que Charlie pronuncia en silencio durante la larga visita a la fábrica? ¿Hay grito mayor contra todo aquello que nos imponen, basado en el tener, en el conseguir, en el satisfacer aquí y ahora?

Creo en Dios. Sí. Creo. Por eso veo en el señor Wonka su rostro divino y su divina alegría y esperanza. El cielo debe ser parecido a su fábrica. Sólo un niño es capaz de entenderlo. ¿Recordáis la palabras de Jesús? «Sólo el que es capaz de hacerse como uno de estos pequeños, llegará al Reino de los Cielos…». Los adultos no entendemos la fábrica de Wonka. Nos parece un cuento chino, producto de la imaginación infantil… ¡Cómo si eso fuera malo! Sustituimos a los oompas por máquinas, buscamos cómo aumentar la producción de chocolatinas para sacar más beneficio, sólo fabricamos lo que interesa a los compradores y, llegado el momento, la vendemos al mejor postor. Wonka es Creador, Inventor de Sueños, Hacedor de Esperanzas. Como Dios. Su fábrica es su regalo. Pero sólo aquel que lo agradece en silencio, sólo aquel que se sabe amado, es capaz de aceptarlo cuando llegue el momento. Wonka no juzga. Wonka no elimina. Wonka no elige. La fábrica está ahí para todos… pero no todos son capaces de aceptar el Espíritu que encierra.

No hacemos teatro para los niños, amigos, aunque os lo creáis. El teatro nos hace a nosotros. Miraos el espejo esta mañana. Sois distintos, sois mejores. Dad gracias por ello. Afrontemos el hoy siendo agradecidos. Pese a nuestras casas pequeñas, nuestros abuelos mayores, pese a los fríos que nos asedian, al hambre que padecemos, al chocolate que no tenemos… Las puertas de la fábrica están ya abiertas… ¿No las veis? Estad alegres y vivid felices. Nada necesitamos. Todo lo tenemos.

Quiero terminar reconociendo que no ha sido una obra fácil. He sufrido, me he enfadado, no he estado lo que me gustaría, he fallado, me he visto desbordado… Pero esta tarde, con el punto y final pronunciado por Noe, magistral Charlie, todo eso fue arrastrado por el río de chocolate. Y sólo me invadió un GRACIAS muy grande y emocionado.

Todos y cada uno hemos dado lo mejor que tenemos, incluso aquello que no sabíamos que teníamos. El amor nos mueve. El amor nos cambia. Sigamos así. Pese a los desencuentros, a las disensiones, a las turbulencias, a las incomprensiones, a las diferencias… vale la pena encender la luz e iluminar un mundo suficientemente oscuro. Somos más de lo que pensamos. Somos el testimonio vivo de que es posible. Y no dejaré de luchar para que así siga siendo. Y cuando falle, me perdonaréis y cuando acierte, me abrazaréis. Y que cuando no estemos todos… nos echemos de menos. Unidos en la luz, siempre venceremos.

Os quiero tanto.

Santi

 

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