Sal de Peralta, luz de Roma (Mateo 5, 13-16)
Nos reunimos en comunidad todos los miércoles a las 21:00, en Getafe, en casa de unos de nuestros hermanos. Desde que creamos la comunidad, allá por el 2002, hay un símbolo que nunca falta en la mesa alrededor de la cual nos reunimos y oramos: la sal y la luz. La sal recogida en las salinas de Peralta de la Sal (lugar de nacimiento de S. José de Calasanz) y la luz, prendida en alguna vela, candelero, etc. de la vida que se ha ido dando entre nosotros. Actualmente luce en un pequeño candelero comprado en el Vaticano, en mi viaje del pasado octubre. Sal y luz. Siempre. A eso estamos llamados, como cristianos, como comunidad, como Iglesia.
El Señor no nos pidió ser sal y luz sino que AFIRMÓ QUE LO SOMOS: Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo. Y uno tiene que llevar ese «ser» con responsabilidad. Igual que llevo mi nombre, igual que llevo mi nacionalidad o mis apellidos, igual que llevo mi título universitario o mis estudios, igual que llevo mi carácter, mis dones… Lo que soy se puede llevar bien, con la cabeza alta y dignidad, o mal, siendo infiel a la herencia recibida, al don regalado, a la esencia derramada. Dios se la juega con nosotros. A través de nosotros le conocerán, llegarán a él. Si llevamos mal ese «ser»… lo hemos vendido…
Hoy ha sido un día muy complicado y no doy para mucho más. Señor, acoge mi cansancio y mi debilidad. Dame fuerzas para ser un cristiano «salado» que ilumine el camino oscuro de otros, que aporte calor a su corazón, para que de esa manera lleguen a Ti.
Un abrazo fraterno
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