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¡El Adviento ha muerto! ¡Viva la Navidad!

Esta noche es Nochebuena.

En las afueras del mundo, cerca de la pobreza, envuelto e humildad y pequeñez, Dios es carne entre nosotros.

Jesús viene a ti, sin exigencias ni imposiciones. Jesús viene a darse. Jesús se te regala. Da igual que seas creyente o ateo, hombre o mujer, blanco o negro, occidental o asiático, niño o anciano. Jesús viene a ti sí o sí. No espera nada de ti ni viene a pedirte nada. Viene sólo a quererte.

Yo, pecador y pobre, necesito de Él y grito en mi noche «¡Ven Señor Jesús! ¡Ven y sálvame!».

Camino hacia el Niño, entre bruma y negrura, sin saber muy bien qué pensará de mí ni qué puedo ofrecerle. No camino solo y en ese andar veo la refulgente luz de la estrella en la mirada de tantos y tantas que, como yo, corren hacia el Salvador.

Esta noche es Nochebuena. Para todos. ¡Alégrate!

Adviento en familia – Día 20 – Felicitación navideña familiar

Adviento en familia – Día 19 – El Espíritu obra

El Espíritu… obra. Eso me dice el Evangelio de hoy: el Espíritu obra.

El Espíritu pasa por encima de nuestras fuerzas y de nuestras debilidades. El Espíritu nos supera, nos desborda, nos adelanta, nos abre los ojos.

El Espíritu crea donde no hay nada, enciende una luz donde sólo se percibe oscuridad, derriba el muro del laberinto, deshiela, templa, arde, congela.

El Espíritu es Dios, que nos mira mientras dormimos, nos acurruca bajo su brazo y nos infunde una fuerza con la que nos vemos capaces de renacer día tras día, cada vez más cerca del cielo.

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 18 – Una historia que viene de lejos

¿Desde cuándo existe el plan de Dios para mí? No suelo pensarlo. No caigo en la cuenta de que los tiempos del Señor son otros y de que sus planes pueden estarse preparando varias generaciones antes. Es flipante ¿no?

Dios actúa en mí desde tiempo inmemorial. Dios ha soñado conmigo hace muuuuucho. Y mis antepasados son colaboradores necesarios para que lo que Dios quiera hacer conmigo, pueda suceder.

Como padre, dándome cuenta de esto, la responsabilidad es tremenda: no ser impedimento para que el Señor cumpla lo previsto con mis hijos. A la escucha siempre.

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 17 – ¿Es necesario tanto sufrimiento?

Leo el Salmo y tengo que hacer un esfuerzo por creer que el Señor está cerca de los atribulados, que el Señor escucha y libra de las angustias, que salva a los abatidos… ¿Dónde estás Señor? ¿Cómo lo haces? ¿Qué eso que no entendemos?

Miro a tantos lugares y a tantas personas que se están consumiendo y viviendo un horror diario… ¿Qué haces Señor que no lo vemos? ¿Cómo actúas que no lo percibimos? ¿Es necesario tanto sufrimiento?

Hay momento en el viaje que uno piensa que jamás llegará. Hay momentos en la noche que uno no es capaz de seguir ninguna estrella. Y aún así hay que seguir con el rumbo fijo…

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 16 – Lealtades y autoridades

Los viajes dejan tiempo para pensar. Entre cabezada y cabezada, después del café, o cuando la conversación ya no da para más, uno a veces se recuesta y reflexiona.

Profesores, padres, madres, policía, jueces, presidentes, concejales, reyes, obispos… uno se para a pensar en todos los que son «figura de autoridad» y sorprende. Casi hay más «autoridades» que «mandados»… Pero un rápido análisis a los sentimientos que nos produce cada una de ellas, nos da a entender que no todas se viven de la misma manera. Hay autoridades que te viene dadas y que, normalmente, van con un cargo. Otras autoridades, uno las concede de manera natural. Y más allá de ellas mismas, uno se ve situado de manera distinta ante cada una.

Uniendo las autoridades al salmo de hoy, me pregunto a qué «autoridades» ofrezco yo mi lealtad, palabra tremendamente olvidada en un mundo de ida y vuelta. Ser leal es algo muy serio y, desde mi punto de vista, muy valioso. ¿Vivo a Dios como una «autoridad» en mi vida? ¿ Qué autoridades siento como yugo? ¿Cómo voy en nivel de lealtad? ¿Soy de fiar? ¿Me dejo dirigir?

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 13 – ¡Marchando una de quejas!

La queja. Mi mujer me acaba de decir hace un rato que me quejo mucho… La queja. Es verdad que pocas cosas hay peores que la queja, que la protesta generalizada por todo. Desgasta, erosiona, crispa.

A todo viaje le llega su momento de queja. Si en vez de salir por la tarde hubiéramos salido por la mañana; si en lugar de ir por aquí, hubieras pillado otro camino; si es que ya te dije yo que era mejor desayunar en otro sitio; que si vamos muy lentos, que si no era el momento, que si deberíamos habernos quedado en casa…

Lo peor para el que recibe la queja continua es acabar con la sensación de que da igual lo que uno haga porque al otro no le sirve. Y el Señor, ¿qué sensación tendrá conmigo? ¿Estará ya harto de mis quejas, de mi continua insatisfacción pese a todo lo que se me ha regalado? Tal vez sea momento de que toda queja se funda al calor del Dios que nace…

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 12 – Yo, gusano

Gusanito de Jacob. Creo que con esto está todo dicho. Y más hoy, después de varias conversaciones, encuentros y descubrimientos que me han hecho sentir muy pequeño.

Dios es mucho más grande que cualquier de nosotros. Mucho más poderoso que la nación más poderosa del mundo. Mucho más justo que el Tribunal de La Haya. Y mucho más misericordioso de lo que nunca seamos capaces de imaginar.

Somos una pequeñez. Y nos hundimos en nuestras pequeñeces. Somos minúsculos a su lado. Le necesitamos. No hay que avergonzarse de ello. Yo no quiero crecer nunca… siempre niño en los brazos de Dios.

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 11 – El peso del cansancio

Viajar cansa. Cansa no saberse en casa. Cansa la transitoriedad, la provisionalidad. Cansa buscar, buscar, buscar… y no terminar de encontrar. Cansa pensar y explorar caminos. Cansa hasta lo bonito de viajar. Cansa el sol en los cristales, la comida mala de gasolinera, el asiento incómodo, la frialdad de un hotel, las conexiones, las esperas…

Los cansancios se acumulan. A mí se me acumulan a veces. Lo que un día es un cúmulo de proyectos y compromisos bien llevados, al día siguiente, sin saber muy bien por qué, son una carga poca ligera. Uno toma realidad de sus fuerzas, del peso llevado y de la ayuda recibida… y te vienes abajo.

Y es normal. Y hasta necesario. Porque aunque queremos mucho al Señor… vale la pena soltarle peso. Él así nos lo dijo. Tomar conciencia de que sin Jesús no es posible y que necesitamos sus espaldas es la clave de una vida agotadora pero satisfactoria. ¿Le pasas equipaje a Jesús o sólo confías en tus fuerzas? ¿Qué te cansa?

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 10 – Hablad… escuchad al corazón

Para mucha gente, hablar no es fácil. Para otros, es un exceso fuera de control. Incluso para aquellos que entendemos que hay que hablar de Dios al mundo, a veces es un ejercicio difícil de equilibrar. El viaje que nos ocupa es largo e, inevitablemente, necesitamos momentos para hablar con alguien. Y es verdad, uno puede enganchar a alguien y usarlo de «muro de las lamentaciones» o se puede, también, escuchar.

¿Es posible «hablar al corazón», como nos dice la lectura de Isaías de hoy, sin haber escuchado previamente? Es imposible. Hablar al corazón es un verbo que se conjuga escuchando y, únicamente, cuando conozca el ritmo, el latido y el color de la sangre de ese corazón, podré dirigirle alguna palabra.

Hablar al corazón requiere escuchar a Dios, que lo habita. Hablar al corazón es hablarle a ese Dios, es venerarlo, alabarlo, amarlo. ¿Cuántas veces hablas por hablar? ¿Cómo llevas lo de escuchar? ¿Y lo de descubrir a Dios en el corazón del otro?

Un abrazo fraterno