Ha llegado el día. Parece un día más y, en el fondo, lo es. Pero lo hemos etiquetado en el calendario como «el último día del año» y eso lo convierte en el momento ideal para mirar atrás y revisar la vida que uno tiene entre sus manos. Toca ponerse una música sugerente, pararse y recordar; ser rumiante de los instantes, artesano del corazón, para atrapar, para siempre, aquello que vale la pena guardar en la memoria a largo plazo.
Cada vez soy menos amigo de las balanzas. Eso de poner en un lado lo bueno y en el otro lado lo malo, para dar aprobado o suspenso a un año. Todos los años tienen buenas noticias, momentos alegres, razones para agradecer… y, a la vez, aires de oscuridad, decepciones, tristezas, pérdidas y sinsabores. El mundo, en su conjunto, cambia poco y, aunque haya años excepcionales, como el pasado 2020 de la pandemia inesperada, el resto, suele ser una buena ensalada de locuras, desatinos, pobrezas, guerras y, en silencio, gestos de anónimos buenos que salvan la historia.
Yo me veo un año más mayor. He cumplido 46 años y voy viendo cómo se acerca el 50 a mi agenda. Si ya los 40 parecieron un hito importante de adultez en su momento, acercarse a los 50 va dimensionando el paso del tiempo. Pero todavía queda mucho para eso. La que cumplirá 50 en este 2023 será mi mujer, así que… ¡ya hemos llegado de una forma u otra! Lo que queda por delante empieza a ser menor de lo que uno deja por detrás. No sabes lo que eso significa hasta que empiezas a llegar. Me descubro degustando con cariño recuerdos de mi infancia, lugares con significado, canciones que me marcaron… Los aromas de la nostalgia afloran de vez en cuando y yo no les hago ascos, pese a disfrutar como nadie de cada «ahora», de cada día que se me regala. Rememoro como si fuera hoy las carreras con mi padre, camino del portal, cuando éramos pequeños, los partiditos en el garaje mientras mi padre revisaba las luces del coche, los días de la Inmaculada con olor a canelones y música de los 3 tenores, los veranos de playa admirando mis primeros topless y masticando con ilusionada novedad los McPollo que disfrutábamos sólo una vez al año… También recuerdo mis primeros amores, la maravillosa sensación que uno tiene cuando está enamorado, los primeros roces y miradas con la chica que te gusta, aunque te haya rechazado, los primeros escarceos, los primeros besos con Lorena, las primeras noches de Fin de Año a su lado, aquel primer Camino de Santiago en el 93 que lo cambió todo… Y el pijama a rayas azules y blancas de Esther cuando dormí en su casa por primera vez, en el sofá, la certeza de que había encontrado a la mujer de mi vida, la decisión a los pies de la Torre de Hércules, la promesa ante a Virxe da Barca de Muxía, las canciones de Shakira en la carretera de Guadalix a Madrid, los primeros días de trabajo, los primeros viajes al extranjero… El lloro de Álvaro recién nacido, en el paritorio, a las 3 AM, los lloros incesantes de una Inés que quería chupete y la pequeñez de un Juan que se ha convertido ya en un grande.
Hay muchas cosas de mi vida que no me satisfacen, muchas mediocridades de las que soy plenamente consciente. No me gustan muchas de mis «cadaunadas», me inquietan, me hacen llorar, me avergüenzan por no saber cambiarlas. Mis errores me han ido modelando con el tiempo y, pese a mi aparente soberbia, me han ayudado a saberme pequeño, imperfecto, inconstante en tanto, abandonado en algunas cosas… Es el pecado que me redime, que me recuerda que Dios es amor infinito y que sólo su amor me salvará… Yo solo, sencillamente, no llego, no puedo, no doy la talla.
Ha sido un año más de mucho diálogo en la pareja, de mucho perdón mutuo, de muchas conversaciones en casa, de mucho apoyo de todos, de muchos estudios, de nueva Universidad, de innumerables partidos de balonmano, de las primeras fiestas de verano… Ha sido el año para volver y regresar a Cercedilla, a una Pascua, a una convivencia, a un verano en Badalona, a los cumpleaños sin mascarilla, a los regalos, abrazos y miradas en el cole. Año de Vivarium. Y de Escolatrio, de vuelta al escenario. ¡Cuánto te anhelamos para esto, 2022!
Horas, minutos, segundos, eternidades gastadas en el aula, con mis alumnos, con mis amados jóvenes, que me ayudan a seguir joven, esperanzado y despierto. Con mis alumnos sale mi mejor yo, pese a mis errores y faltas de claridad tantas veces. Sus gestos de cariño, sus dificultades, sus incoherencias, sus chulerías, sus alegrías, sus tristezas y cabezas bajas, sus fracasos y éxitos, su presente lleno de futuro… A su lado me siento ya tocando el paraíso. Amo ser profesor, amo mi profesión porque les amo a ellos. No sé enseñar sin amar. No sé enseñar sin poner toda la carne en el asador, sin jugármela día sí y día también, sin abrirme de par en par y exponerme a una burla, a un comentario, a una puñalada, a un desprecio… Pero no sé hacerlo de otra manera. Sufro a veces, soy feliz casi siempre. Disfruto en el claustro y procuro estar pendiente de mis compañeros, cuidarnos mutuamente, querernos, entendernos y ayudarnos, aunque no siempre estemos de acuerdo. La mayoría de ellos son maestros para mí, maestros de una vida entregada a sus clases, a sus chicos. No me imagino ya de otra manera. Estoy en mi lugar del mundo.
La guerra entre Rusia y Ucrania ha traído también miedo a mi corazón. Miedo de que mucho de lo conocido de venga abajo, miedo al sufrimiento, a las bombas, a la pobreza, a la muerte, a la violencia. Ha traído también oración en familia y en comunidad. Ha traído la sabiduría de saber vivir pese a todo, agradecido por una parte y consciente del daño y dolor ajenos, por otra.
Se va un año que me deja un precioso viaje con mis padres y mi hermano, que se me hacen mayores. Se va un año que me deja un viaje a Sevilla. Se va un año que me deja un hijo ya en la Facultad. Mis padres, mi mujer, mis hijos… la familia… el gran tesoro, el mejor país, el hogar permanente, estemos donde estemos, vivamos donde vivamos. Juntos vivimos aventuras, etapas, compromisos, apuestas… Juntos intentamos ser buena gente, aprovechar al máximo el regalo de la vida, seguir a Jesús de Nazaret. Seguiremos en ello. Sempre no camino. Avanti.
Ya te vas 2022, te vas a bombo y platillo, arrogante y cuestionado. Pero déjame decirte una cosa más: has sido el elegido para llevarte a Stella. No sé por qué tuviste que ser tú y no tus hermanos que vendrán más tarde. Mucho 2 en tu nombre para una persona que, recuerdo, tenía mucho de 2, siempre atenta a las necesidades de todos, feliz viendo a todos felices, amante de lo pequeño y funambulista en planetas llenos de baobabs. El jardín se ha quedado sin una de sus rosas más bonitas. Sigue habiendo rosas, siempre, pese a todo. Y ella es ahora la que nos cubre a nosotros con un biombo, con cariño de madre, con amor de hermana.
Adiós 2022. Adiós y gracias. ¡Bienvenido 2023!
Santi