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Si fueras un árbol… ¿darías fruto? (Jn 15,1-8)

Cuando Rafaela Carrá hacía de presentadora en RTVE, yo sería adolescente, tenía un espacio donde se jugaba a adivinar un personaje a base de hacer preguntas del tipo «si fuera…». Un juego que requiere originalidad en la pregunta y una fina intuición y mayor conocimiento del personaje en el que responde. Hoy, leyendo el Evangelio, me acordé de este juego y me brotó el preguntarme a mí mismo: «si fueras un árbol… ¿darías fruto?».

Y es que el fruto, desde luego, de mi vida cristiana y comprometida no es mi propia felicidad. Sería un árbol muy egoísta. La felicidad no es más que la consecuencia de la generosa ofrenda de lo que soy para que los demás se alimenten. El peral no es feliz por ser peral sino porque sus peras son arrancadas de él para dar de comer a muchos. Si eso no fuera así, ¿qué diferenciaría al peral de un arbolucho medio quemado en el último incendio de la temporada veraniega?

Es verdad que estoy en mi lugar y que eso me agrada. Es verdad que el Señor me guía y que intento descubrir su voluntad y ponerla en práctica.  Pero si no hay un auténtico cambio en mi corazón, si no soy ofrenda para que otros se alimenten… ¿para qué? El peral de antes sabe lo que es desprenderse de parte de él para que el que lo necesite, coma. No es un simple estar sino que es también un perder. El fruto brota, se ofrece y se pierde.

Estoy convencido de que estoy empezando. El árbol lleva poco plantado y se está adecuando al clima. Necesito más oración, más comunidad, más Cristo. Estoy seguro que entonces los frutos serán más y mejores. De Dios depende. Y de mí. Porque si me conformo con lo que tengo y doy hoy… seré un arbolito más que para poco ha servido.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

En año de sequía no se inquieta (Jeremías 17,5-10)

Los años de sequía llegan. Hay que ser realistas. No se vive siempre en la eterna prosperidad, en el hermoso enamoramiento global, en la placidez de la claridez… Llegan las nubes y se tapa el sol. Eso pasa y si no ha pasado todavía, pasará. Igual que las vacas flacas económicas que estamos sufriendo ahora también hay épocas de estrechez personal y espiritual. Y cuando uno «planta su árbol» o «construye su casa» debe hacerlo pensando no sólo en los bonitos atardeceres del estío sino también en los violentos temporales invernales.

Yo no estoy viviendo ahora un año de sequía pero lo pasé hace un tiempo. Tal vez no fue una sequía demasiado exigente o tal vez es que mi árbol está plantado al lado del arroyo y gracias a eso sobreviví adecuadamente. El poder compartir la fe en mi matrimonio, tener una vida familiar y social bien tejida, una comunidad donde vivo la fraternidad y la fe… han sido claves para vivir esa sequía de manera más ligera… Por eso sigo apostando por ello y fortaleciéndome en vacas gordas. La sequía volverá y yo quiero estar preparado.

Un abrazo fraterno