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Evangelio para jóvenes – Domingo 26º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Han sido días de fiesta en casa. Ayer mismo cumplí 46 años y lo celebramos con mucha gente. Primero, una merienda con jóvenes exalumnos de Movimiento Calasanz que, con los años, son ya familia. Por la noche, con amigos que nos hacen los días más bonitos. Y hoy, tras la Eucaristía, con la familia y la comunidad. Banquete tras banquete, que diría aquel. El caso es que me paro a mirar hacia atrás y compruebo que siempre he intentado celebrar la vida y disfrutarla como un regalo y, además, siempre he intentado que otros se sumaran a esta celebración. Leamos el evangelio de hoy [Lc 16,19-31]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
«Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
«Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

¿Cuántas personas viven cerca de mí que claman por mi ayuda? ¿Cuántos chicos y chicas del cole se acercan a recibir algo de lo que yo puedo ofrecerles? ¿Cuántos necesitan de nosotros, de ti y de mí? ¿Qué podemos ofrecerles? Porque tal vez ni tú ni yo vestimos «lino» ni «banqueteamos» cada día como comenta el Evangelio. Y aún así, la Palabra llega hoy a mí como un dardo. Te dejo tres pistas:

  • «Lázaro» – Lázaro se postraba a la mesa del rico y se saciaba con las migajas que caían. El rico necesariamente sabía de su existencia y nunca le invitó a participar. Tú y yo tenemos nuestras propias riquezas y ofrecemos nuestros propios banquetes. Tenemos tiempo. Tenemos dones y capacidades. Tenemos lo mejor de nosotros mismos. ¿Qué hacemos con ello? ¿Sólo para nosotros? ¿Sólo para nuestro propio beneficio? ¿Has identificado alguna vez qué personas te ha puesto Dios cerca que necesitan de ti, de ese tiempo, de esos donde, de lo mejor de ti? Están ahí, en tu día a día, esperando que te des cuenta de que existen. Ponles nombre y actúa. La salvación está en lo pobres, no en la letra de la Ley.
  • «Un abismo inmenso» – Es el abismo del egoísmo, que te aleja de todos. Ese es el infierno. Un infierno que puede comenzar ya aquí, en la tierra, escondido tras los flashes de una vida aparentemente envidiable, pero llena de insatisfacción, soledad, frialdad, superficialidad, derroche que no alimenta. Es el infierno del que vive sin Dios porque no le necesita. Es el infierno del que mira, sin ver al prójimo. Es el infierno del que descubre demasiado tarde la tragedia. Es el infierno del que, ya en el infierno, sigue pensando sólo en él mismo.
  • «Los profetas» – Dios habla. A veces guarda silencio, pero no siempre. Se sirve de personas que lo escuchan y, a través de ellos, nos hace llegar su voz, su caricia, su consejo, su advertencia, su disgusto. No sé cómo andas tú de oído. ¡Cuántas veces esperamos que Dios nos hable y estamos sordos ante su voz, una voz que nos llega a través de personas que se acercan a nuestra vida y que nos interpelan, directa o indirectamente! Hazte sensible a la voz de los profetas. Quítate ya la cera de tus oídos y ¡escucha al Señor!

Termina el domingo, un fin de semana lleno de vida y cariño. Lo termino con la conciencia de que todo lo bueno que Dios me ha regalado, que es mucho, no es sólo para mí. Mi vida ha sido hecha para ser compartida, entregada. Mi vida ha sido hecha para dar vida. Ojalá el Señor me ayude y me siga interpelando con su palabra.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 2º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Dejamos atrás ya el tiempo de Navidad y nos adentramos en el tiempo de lo cotidiano, el tiempo «ordinario» donde parece que nada especial sucede; el tiempo de la rutina, el tiempo de «lo de siempre». Ciertamente, la vuelta al cole, a la uni, al trabajo… no está siendo nada fácil. La realidad que estamos viviendo se parece poco a esa realidad «de siempre» que marcaba nuestras cuestas de enero de antaño. Pero, curiosamente, para este tiempo de rebajas la Palabra nos ofrece un evangelio potente. Una boda, unos novios, invitados que bailan y ríen, un contratiempo… Escuchemos lo que nos cuenta el evangelista Juan: Jn [2, 1-11].

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.

Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:
«No tienen vino».
Jesús le dice:
«Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes:
«Haced lo que él os diga».

Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dice:
«Llenad las tinajas de agua».
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dice:
«Sacad ahora y llevadlo al mayordomo».
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice:
«Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».

Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.

¡Una boda! Si hay algo que gusta a mucha gente es «ir de boda». Pocas cosas nos hacen tan felices como recibir la noticia de que algún amigo o amiga cercanos, o algún familiar, se casa. Pocos días recordamos con más alegría que el día de nuestra propia boda. Una boda es la fiesta que brota de un amor comprometido. Es en ese escenario, en ese lugar, en esa fiesta, donde Jesús mostrará por primera vez quién es y a qué ha venido. Te comento varias ideas:

  • «El vino» – No hace falta comentar la importancia, tal vez desmesurada, que el vino tiene en nuestra cultura mediterránea. El vino es signo de alegría compartida, de placer, de lo mejor de la vida, de la amistad compartida. Pero yo diría más: el vino simboliza justamente lo mejor que tenemos para ofrecer a los demás. Y es que hay fiesta allí donde las personas vivimos desde lo mejor de nosotras mismas. Seguro que tú habrás experimentado el buen rollo que se genera cuando ofreces lo mejor de ti mismo y los demás hacen lo propio. Pues justamente eso es lo que se había acabado en aquella boda. Porque en «la fiesta de la vida» llegan los momentos de desolación, ¿o no? Tú y yo sabemos que demasiadas veces pensamos y sentimos que nada bueno tenemos ya que ofrecer, que todo se oscurece, que los ánimos se apagan, que brotan las culpabilidades, que asoman los fracasos, que la autoestima baja y que nuestra vida pliega las alas. Cuando el «vino» se acaba sólo queremos escondernos hasta que se pueda volver a estar de fiesta. Y justamente eso es lo que Jesús viene a ofrecerte: devolverte aquello que hace de tu vida algo único, que te lanza a compartir, que te saca de ti misma, de ti mismo. Mira alrededor: no es fácil «estar de fiesta», «hacer fiesta» de tu vida, sin Jesús.
  • «Las tinajas vacías» – Jesús ordena a los criados llenar de agua seis tinajas que estaban por allí vacías. Te preguntarás por qué. ¿No hubiera sido más fácil que Jesús las hubiera llenado directamente de vino? Jesús no hace magia, no es un ilusionista, no llega a tu vida a poner y quitar, a solucionar tus mierdecillas y a complacer tus deseos. Lo que sí puede Jesús es TRANSFORMAR. ¿Y qué transforma Jesús? Con aquellas tinajas y aquel agua los judíos se lavaban y purificaban antes de entrar en el banquete. También tú tienes esas «maneras de funcionar» que te hacen sentir seguro de ti mismo, esas pequeñas cosas que te protegen, esas pequeñas «máscaras» que te ayudan a salir ahí afuera y aparentar que todo va fenomenal. Pero tú y yo sabemos que eso es «pan para hoy y hambre para mañana» porque tu corazón sigue inquieto, sediento, herido. ¡Pero es genial saber que Jesús es capaz de transformar tu vida y que no necesita que dejes de ser quién eres, no necesita que seas un fenómeno ni doña perfecta! Coge tus antiguas tinajas, tus máscaras, y pide a Jesús que las transforme, que las llene del «vino» que alegra el corazón y la vida.
  • «María» – Juan va a situar a María cerca de Jesús en dos momentos que cierran, como en un círculo perfecto, su Evangelio: en Caná y al pie de la cruz. En ambos momentos, Jesús y María hablarán; en ambos momentos, María se mostrará como madre de los creyentes, como testimonio de fe en el Hijo de Dios, al que acompañará a lo largo de su vida. María sabe reconocerLE en ambiente de boda y sabe reconocerLE en ambiente de cruz. María sabe que Jesús es el único capaz de cambiarte, de llenarte, de salvarte. Mira a María. Busca a María.

Aquello que sucedió en Caná, sucede cada día. Porque Dios «se ha casado» contigo. No te quiere como amigo. No te quiere sólo «con derecho a roce». No quiere vivir un tiempo contigo «para probar». Dios, desde el comienzo de tu vida, se ha comprometido contigo, se ha comprometido a amarte «en la salud y en la enfermedad», todos los días de tu vida. Y aunque en algunos momentos, sientas que el vino se acaba, si cuentas con Él, Él será capaz de transformar aquello que ya no sirve en fuente de felicidad. Disfruta de tu fiesta, de este amor. Este es el banquete de la fe. No faltes.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Vestirse de fiesta (Mt 22,1-14)

Es una obligación. Vestirse de fiesta. No es vestirse con lujo, ni de marca, ni con excesos prescindibles. Es, sencillamente, ser consciente de que el lugar al que uno ha sido invitado merece lo mejor. ¡Eso es! ¡Vestirse con lo mejor que uno tiene! El Reino de Dios, el Banquete al que hemos sido invitados, la vida que se nos invita a vivir, el Amor que se nos entrega, pide que correspondamos con un corazón «de etiqueta», no con un corazón en bermuda y chanclas, recién levantado de la cama, despeinado y dejado.

Esa exigencia de Dios es, en realidad, maravillosa. Es bueno que nos exija dar lo mejor, sacar lo mejor. Exigiéndonos eso, nos ayuda a tomar conciencia de lo agradecidos que debemos estar, de lo «especial» de la ofrenda, del derroche de misericordia que nos vamos a encontrar.

Nuestro Dios es un Dios de y para los pobres, enfermos, descartados, pecadores… pero no un Dios de pasotas, dejados, desagradecidos e indignos.

¿Qué es vestirse de fiesta en el Banquete de la Vida? Pues dar lo mejor de ti, mirar con esperanza al mundo, sentir el dolor del mundo pero no dejar que la oscuridad te arrolle, ofrecer tus dones a los otros, estar alegre, orar, dar gracias y confiar, cuidar tu alma y tu cuerpo, saborear los placeres pequeños del día a día, saberse elegido o elegida, amado, amada. Y corresponder.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Estás invitado. Estás invitada. (Is 25,6-10a) – Miércoles I #Adviento

Eso de que te inviten a un festín de manjares suculentos, de vinos de solera, no sucede todos los días. No sé a ti pero a mí, como mucho, me han invitado a una boda y eso es lo más parecido a un festín de esas características.

Dios te invita a uno: el gran festín del Reino. ¿Qué me sugiere a mí?

  • El festín siempre es fiesta. Porque hay mucho que celebrar. Tenemos un Padre que, como dice el salmo de hoy, nos cuida, nos guía, nos ilumina y nos ama.
  • El festín siempre es exceso. Es difícil ponerle límites al amor de Dios. Excede con mucho nuestra idea de amar sin medida. ¡Qué pasada!
  • El festín siempre es en compañía. A Dios nunca se llega solo. Dios mismo es comunidad. La felicidad tiene rostros. La felicidad está en Él y en el prójimo. La salvación es de todo. No es mérito mío.
  • El festín siempre es gozo. Porque la vida es un regalo y pese a pandemias, oscuridades, desazones, inquietudes, pérdidas, dolor y desencuentros… hay que encontrar el sabor, paladear, saborear y degustar cada segundo regalado.

Ven Jesús. Ven y llévame de la mano a ese festín que me has preparado. Tú, que naciste en Belén («Casa del Pan»), sabes bien lo que necesito, sabes bien de mi hambruna.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Miércoles I Adviento 2019 (Is 25,6-10a)

No seamos cutres. Con el corazón, digo. Dios no lo es. Dios es sobreadundante, derrochador, espléndido cuando se trata de regalarse, de donarse, de amarnos.

Nos invita a una mesa donde no falta de nada, donde todos nuestros sentidos se sacian y donde nuestra sed y nuestro hambre quedan calmados. Una mesa bien puesta, preparada con cariño, que no con lujo.

No seamos cutres. Con el corazón, digo. Aceptemos. ¿O el orgullo nos puede? ¿O no nos sentimos merecedores? ¿O no queremos ceder protagonismo? ¿O es que te crees el anfitrión de algo?

¿La mesa? Bonita. ¿Comida? Deliciosa. Y la compañía real de los otros, y de nuestras miserias, y de nuestras pobrezas, y de nuestros pobres, y de las necesidades tuyas y mías. Todos y todo. Hasta que quedemos saciados.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¡Este Reino no va de ayunos! (Mc 2,18-22)

Claro que el ayuno es una práctica recomendada, indicada y prescrita dentro de la Iglesia católica para varios momentos, incluso como práctica habitual. Muchos dicen que ayuda al crecimiento espiritual. No lo dudo. No pretendo cuestionar eso. Tras el titular de hoy se esconde, sin embargo, algo mucho más importante. Y es que el Reino de Dios que nos trae Jesús no va tanto de esfuerzos personales como de disposición a acoger su persona.

Curioso como el Evangelio nos presenta a un Jesús, que pese a ser judío y estar muy cercano a la predicación de Juan, toma distancia de las prácticas de sus discípulos y de los fariseos. No tanto para generar nuevas tendencias ni como estrategia de liderazgo político, sino porque el Reino de Dios que Él viene a anunciar es otra cosa. Y Él lo sabe con certeza, con confianza y con autoridad. Lo sabe de tal modo que no vacila cuando otros le preguntan por tal novedad.

El Reino de Dios no se asalta. No se toma con esfuerzos personales. El Reino no va de méritos, ni de medallas. El Reino de Dios no es ganado ni alcanzado por nadie por sus propias fuerzas, bondades y sacrificios. El protagonismo no está en nosotros. Nosotros no nos ganamos el cielo. No se nos da un carnet de puntos que será chequeado en el juicio final. El Reino que Jesús presenta es un Reino que se desborda, que se regala, que se ofrece. Él viene a invitar a todos al gran banquete. A todos y cada uno. Por pura iniciativa, por pura misericordia, por puro amor. Por eso no es una mesa de puros, de cumplidores, de buenos y justos. Es una mesa donde todos tenemos sitio pese a nuestras infidelidades, incoherencias, injusticias, indiferencias, egoísmos.

La novedad radical del amor de Dios no cabe en antiguos esquemas de leyes y scores. Todo eso salta por los aires.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Jesucristo gana la última edición de MasterChef – I Miércoles Adviento 2018 – (Mt 15,29-37)

Pues sí señores, como lo han leído. Tenemos nuevo ganador en MasterChef: ni más ni menos que el mismísimo Jesucristo. También conocido como Jesús el Nazareno, este hombre sorprendió a todos sacándose de la chistera un plato final a base de panes y peces. El escenario era, sin duda, inigualable. El programa lo había preparado todo en un monte cercano al Mar de Galilea. La florinata del país estaba invitada y poblaba los lugares dispuestos para degustar el menú. Allí estaban los lisiados, los tullidos, los ciegos, los sordomudos… En sus manos estaba la decisión más importante de la temporada y, sin duda, no defraudaron. Muchos de ellos comentaron, al abandonar la grabación, que se sentían diferentes a como entraron.

Jesucristo fue entrevistado nada más conocerse su victoria y sus palabras no pudieron ser más clarificadoras:

– Hay gente que opina que la cocina de altura debe ser sofisticada y que el gran chef debe ser alguien escogido, distante y misterioso. Yo no lo creo. El plato que hoy he preparado lo aprendí de pequeño. En casa pude ver siempre la facilidad con la que mi madre tenía siempre un sitio en la mesa para todo aquel que lo necesitara. Nunca había mucha comida pero todos se iban contentos, y volvían. Llegué a entender que lo que más les alimentaba no era la humilde comida que mi madre les ofrecía sino el amor que ella ponía al hacerlo. Ese es el secreto de mi cocina: el amor. Siete panes y varios peces pueden ser cocinados de muchas maneras, sin duda. No parecen ingredientes de altura pero ya ven, a toda esta gente parece que les ha gustado. Algo habrán notado.

Muchos califican la victoria de Jesucristo como un auténtico milagro. No es para menos. Los favoritos eran otros. Pero ya ven, lo inexplicable sucede a veces… ¡y de qué manera! Habrá que sentarse a esa mesa y probar lo que este hombre de mediana edad, tenga a bien ofrecernos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

 

No me pierdo este festín por nada del mundo (Isaías 25,6-10a)

Ýa lo dijo Isaías… Y luego vino Jesús y dio de comer a todos los que habían ido aquel día a aquel monte.

Fíjaos en los términos de Isaías: festín, manjares suculentos, vinos de solera, enjundiosos, generosos… ¡Éste es nuestro Dios! El que nos sacia, en el enjuga nuestras lágrimas, el que nos prepara un banquete inigualable… el que convierte nuestra vida en una fiesta cuando nos decidimos a ponerla a sus pies, bajo su manto…

te amo

¿Quién no quiere esto? ¡Yo no me lo pierdo por nada del mundo! ¡A ésto soy llamado! ¡A ésto soy convocado! ¡A ésto soy invitado! La escena es brutal… Mi Dios preparando un gran banquete para mi, para ti, para todos… ¡Es brutal!

Yo voy a ducharme, a arreglarme, a perfumarme y a ir saliendo. No quiero faltar.

Un abrazo fraterno