Solos en medio del lago (Mc 6,45-52)
He leído el Evangelio de hoy varias veces, para intentar captar algo más allá de lo de siempre. Cosas que le dan a uno de vez en cuando… Y me fijé en un detalle que, hasta ahora, me había pasado desapercibido.
Venimos de la multiplicación de los panes y los peces. Los discípulos tienen que estar extrañadísimos. Como diríamos hoy, «lo tienen que estar flipando». De cinco panes y dos peces, de una situación de aparente precariedad, acaban recogiéndose canastos con las sobras. Impacto total. Jesús, que conoce muy bien (porque lo ha aprendido de su madre) que las cosas de Dios deben ser pasadas por el corazón, apremia a los discípulos a adelantarse en la barca. O sea, el propio Jesús, de alguna manera, les invita a vivir una experiencia de silencio, de rumiar lo vivido, de encontrar sentido a lo que había pasado,, de situar su propia figura en sus vidas… Dios nos procura también experiencias de soledad, de desierto, de dificultad…
¿Y qué sucede en ese tiempo? Que sobreviene la tempestad y que es sólo la presencia de Jesús la que, sin intervenir directamente, nos llena el corazón de ánimo, de esperanza, de fe. Con Jesús en medio, todo es posible. Jesús calma, multiplica, sostiene, fortalece, nos lanza a la comunidad y, en ella, nos invita a asumir riesgos, sabiendo que Él siempre está ahí, aunque a veces no lo reconozcamos y lo confundamos.
Un abrazo fraterno – @scasanovam