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Nube baja (Éxodo 40, 16-21. 34-38)

La nube del Señor… Siempre sobrevolando mi cielo. Presencia continua. Yo la siento ahí. La veo. Es Dios, que está siempre. Es el Espíritu que sopla. Es la mano que me guía. nubebaja

Siempre dispuesto a levantar el campamento e irme, caminar tras el Señor, a tierras nuevas, lugares distintos, misiones particulares…

Esperar es lo que más me cuesta. Ese tiempo en el que toca estar, reposar, trabajar día a día en algo, con la sensación de que la nube se levantará pronto, con la sensación y con el deseo…

Señor, hoy te pido concreción. Que la nube se levante, que me guíe, que me lleve, que no deje que me pierde, que me extravíe, que me acomode…

Un abrazo fraterno

Hoy brillan más estrellas en Compostela

Hoy es la festividad de Santiago Apóstol, fiesta grande en Galicia, en España y, también, en mi familia. Hoy son preciosas las lecturas del día pero soy incapaz de orar con ellas. La cabeza y el corazón se me escapan continuamente a Compostela. La tragedia de ayer, el accidente ferroviario a la entrada de la ciudad, es de unas dimensiones tremendas. La cifra de fallecidos es muy elevada. El número de familias a las que ayer les ha cambiado la vida es numeroso. Me uní en oración con la Iglesia por todos ellos desde el primer momento. Es lo poco, y lo mucho, que puedo hacer.

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El Apóstol, por contra, hizo mucho más. Cuentan que ayer hubo testigos que lo vieron haciendo cola para donar sangre, entre la gente, vestido de caminante, como tú y como yo. Otros afirman haberlo visto en las vías, atareado en la ayuda rápida de los primeros instantes tras el accidente. Llevaba mantas y agua, cargaba con heridos y bendecía a los fallecidos, entre el humo, el fuego, las lágrimas y los sollozos. Hay gente que dice haberlo visto vestido de bombero, de policía, de enfermero, de médico de vacaciones que, sin pensárselo dos veces, se personó en el hospital Clínico para ayudar en lo que hiciera falta…

Compostela es una puerta al cielo y ayer noche, hoy, lo es más que nunca. A Compostela llegan caminantes doloridos, destrozados, de distintas edades, razas, colores y condiciones. Caminantes que han empezado más adelante o más atrás, que llevan más o menos tiempo caminando. No hay distinción. Compostela es, a la postre, un campo de estrellas para todos ellos. Hoy, hay más estrellas en el cielo compostelano. La Puerta Santa de la Catedral es hoy más santa que nunca. El abrazo al Apóstol hoy es abajo, en los bancos. Santiago baja por su propio pie a consolar a los afligidos, a los que sufren. Hoy hay decenas de tumbas frente a las que rezar donde el Señor Jesús está presente. Hoy el Monte do Gozo tiene más sentido que nunca, pues desde allí se vislumbra Aquel donde hemos de poner toda nuestra esperanza, todos nuestros anhelos.

El Camino es absolutamente imprevisible. Lo sabemos bien los que hemos caminado sus senderos. Hay que estar preparado y velar con fe. Por muy duro que suene, no sabemos ninguno qué día va a ser el último de nuestra vida. No sabemos cuándo podremos perder a un hijo, a una madre, o a un esposo, o a un amigo. Abracémonos, querámonos, besémonos, cuidémonos. Mañana, la etapa puede ser durísima, incluso mandarnos a casa.

Hoxe chove en Santiago. Son as bágoas de tódolos que choramos preto das familias rotas. Hoxe chove en Santiago, son as bágoas do mesmo Deus que, triste, está xa dando a benvida ó ceo ós que nos deixaron.

Unha forte aperta fraterna

 

El deseo de la Magdalena (Juan 20, 1. 11-18)

Qué ansia la de María Magdalena por encontrar el cuerpo de su Señor. Qué precioso deseo, qué bonita intranquilidad la que le embargó aquella mañana. Ella sabía muy bien lo que buscaba: ella buscaba a su Maestro, aquel con el que se había encontrado tiempo atrás y que le había cambiado la vida. Su Maestro le había dejado algo que yo no se marcharía nunca: el deseo de estar junto a Él, siempre.

magdalenaLa Magdalena no es el personaje con el que más me identifico del Evangelio. Yo soy un pecador de los tapados: más del estilo del joven rico, del hermano mayor del hijo pródigo… de los que se creen «buenos» y que tienen tan difícil seguir a Jesús a veces. Nunca he sentido ni he experimentado un encuentro con el Señor que propiciara un cambio radical en mi vida. Mi camino ha sido otro. A veces lo he envidiado porque me gustaría «desear» al Señor de esa manera: a la manera de quién no lo ha tenido y, en un momento dado, lo ha descubierto.

Reconozco en la Magdalena un amor apasionado por Jesús. Enamorada del Maestro, le sale al encuentro, vivo o muerto, lo busca, lo reconoce, le escucha y cumple sus mandatos. No se plantea otra cosa. María Magdalena funciona desde el corazón y no se para a pensar ni un momento si tiene sentido o no todo eso que le acontece, qué dirán los discípulos ante su anuncio, qué riesgos corre…

Hoy, Señor, que comienza la Jornada Mundial de la Juventud, te pido por todos esos jóvenes. Su juventud corre a su favor, a favor del enamoramiento, a favor de la pasión, a favor del corazón, a favor de no medir riesgos, a favor de Ti.

Un abrazo fraterno

¿Dónde cae la semilla? (Marcos 4, 1-20)

Lo primero que me surge al orar este pasaje de Marcos es que el sembrador lanza su simiente a TODOS. No hay rincón, persona, lugar… que se quede fuera del alcance del sembrador. No es Él la causa de la falta de fruto, de cosecha… sino más bien la tierra y su estado, sus características.

Yo también soy sembrado. ¿Dónde cae esa semilla? ¿Está mi tierra lista para dar fruto, para germinar la Palabra? ¿Hay piedras, zarzas?

Sí, hay piedras y zarzas. Hay ruido. Hay zonas que hay que trabajar, limpiar, desbrozar. Trabajo de campesinos. Constante, diario, minucioso. Preparar la tierra no es para urbanitos de corbata que cotizan en bolsa sin mancharse las manos, que ganan millones descolgando un teléfono. Esto va de otra cosa. Hay que arrodillarse, mancharse, meter mano bien al fondo, remover, arar… A la tierra le duele ser limpiada. El dolor tal vez sea el primer paso. No hay abono que cuaje en tierra sucia no removida. Y luego abonar, regar, cuidar, vitaminar.

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Día a día. No hay pausa. No hay descanso. Enseguida puede volver la zarza y el pájaro. ¡Qué difícil Señor! Dame la mano y juntos lo conseguiremos.

Un abrazo fraterno

Voy a transformar a Jerusalén en alegría (Isaías 65,17-21)

Como decíamos en comunidad, esta lectura de Isaías es una de estas que se sale un poco del «aroma amoratado» del que hemos impregnado la Cuaresma. Es una lectura que alegra los oídos y que uno podría estar degustándola de continuo.

Yo veo esa Jerusalén de la que habla Isaías como un estado personal, un estado al que se llega tras la experiencia real de encuentro con el Resucitado. Un estado de paz interior, de heridas curadas, de esperanza y confianza… Yo deseo llegar ahí. Quiero que Dios haga eso conmigo. ¡Lo quiero! Ya lo comenta el Evangelio: primero viene descubrir la propia necesidad, luego desear la vida, ir a Jesús y, por último, ponerse en camino lleno de fe. Ese proceso transforma. Y yo voy poco a poco. No es un proceso secuencial sino más bien circular…

Ojalá esta Cuaresma sea un pasito más. Ojalá la Alegría se quede a vivir en propiedad.

Un abrazo fraterno

Envía tu luz y tu verdad (Salmo 41)

Ha sido un fin de semana marcado por «La Misión». Sí. Se está convirtiendo ya en una especie de tradición visualizar la película de Roland Joffé entera o, al menos, su primera parte en tiempo de cuaresma. «La Misión» es una maravilla. Es un detalle tras otro, es un mosaico de guiños de aquello que debe ser un camino hacia la verdad de uno mismo, hacia Dios… un camino de purificación. Un Rodrigo Mendoza incapaz de coger su vida en sus manos. Un Padre Gabriel convencido de que el Amor es el camino de salvación, respetuoso con las personas, lleno de Dios. Un camino cargando aquello que nos pierde, nuestras heridas, nuestras máscaras, nuestro pasado… Rodrigo Mendoza se descubre pequeño, humillado, embarrado, sucio… Y es con el perdon de los guaraníes con el que se reconcilia con su historia, con su prójimo, con Dios. Es ese saberse perdonado, amado y aceptado el que transforma su existencia. Ya es capaz pues de recibir el abrazo de Gabriel y la Palabra del Padre.

Cuaresma debe ser un tiempo de luz y verdad y cierto es que puede prolongarse largo tiempo en nuestra vida. Pero es imprescindible atreverse a pasarlo. Si queremos encontrarnos con el Resucitado debemos primero enfrentarnos con la verdad de lo que somos. No hay otro camino. Y, desde luego, es tremendamente duro.

Un abrazo fraterno

Elige la vida (Deuteronomio 30,15-20)

Vaya tres lecturas tenemos hoy. ¡Madre mía! Tremendamente especiales para mi, sobre todo el salmo y el Evangelio que se concentran en la frase del Deuteronomio: «Elige la vida».

Recuerdo cuando me debatía internamente allá por el año 2000, en Coruña. La duda de apostar la vida por Esther, en Madrid, era lo más importante y difícil a lo que me enfrentaba nunca. Dejar mi ciudad, mis amigos, mi familia, la carrera sin acabar… y jugármela cuando Esther y yo no éramos más que dos personas empezando a salir juntos, fue algo muy jodido (siento el término). Y recuerdo leer muchas, muchas veces este Salmo 1. Y recuerdo interpretarlo, no sé si correctamente desde el punto de vista teológico, y sentir que era Palabra de Dios para mi. El camino que yo eligiera era un camino legítimo, fuera quien fuera. Me lo estaba planteando en serio, desde Dios, con Dios en medio, y con el fin de ser más feliz. Ese «camino del justo» no iba a ser abandonado por Dios. Y con esa confianza, no en que todo me fuera a salir bien sino más bien en que pasara lo que pasara Dios iba a estar a mi lado, elegí un camino y aquí sigo, caminando.

Y el Evangelio me recuerda algo parecido. Ese «perder la vida» trae a mi corazón el tema de la Hermana Glenda que me pone los pelos de punta. «No tengáis miedo». Buen lema de vida. Difícil lema.

Hoy tomo conciencia de lo elegido. Sigo apostando vivir desde el riesgo que supone elegir y optar buscando la felicidad.

Un abrazo fraterno

¿Por qué esta generación reclama un signo? (Marcos 8,11-13)

Muchas veces, cuando más a oscuras me siento, le pido al Señor que me muestre el camino, que pase algo que me indique por dónde ir, qué hacer… El agobio de no saber qué camino tomar en el cruce me produce una sensación de tremenda inquietud. No es una inquietud que produzca desazón; es, más bien, la inquietud del que se sabe necesario y capaz para algo pero no acaba de tener claro que és aquello que se le «reclama».

La experiencia de los últimos meses me demuestra que Dios está por otro cosa y no para sacarnos las castañas del fuego, menos en esta sociedad tan descreída que aún se atreve a culpar a Dios de las desgracias como la de Haití. Sociedad pretenciosa y desafiante. La pedagogía de Dios, al menos conmigo, está siendo de otra manera. Dios me va hablando y va descorriendo el velo pero no desde grandes signos externos sino trabajando desde mi más honda intuición. Desde la escucha a mis hermanos. Desde el encuentro con otros. Desde las oportunidades que provoco y desde la que me llegan. No sé muy bien cómo explicarlo.

El signo debo ser yo.

Un abrazo fraterno

Mis compañeros me llevaron de la mano (Hechos 22,3-16)

Hoy en mi oración quiero poner delante de Dios a mi comunidad, a Betania, a aquellos que me llevan de la mano en mi camino.

No siempre es posible ver aunque uno tenga claro que es llamado y que le espera una importante misión. Aunque uno sienta que Jesús le espera para algo y que una tarea debe ser comenzada. La oscuridad, las dudas, la impaciencia, el no saber por dónde seguir, el no conocer los designios del Padre… a veces impiden caminar adecuadamente. Y hay que vivir, como pablo, la experiencia de ser llevado por otros, de que otros que caminan a tu lado te cojan de la mano y anden junto a ti. Tampoco saben exactamente adónde te llevan ni tienen la respuesta a tus preguntas pero su labor terapéutica y pacificadora es vital para no pararse. Son los que siempre están.

Un abrazo fraterno

Sé que tú serás rey (I Samuel 24, 3-21)

La lectura del antiguo testamento es parte de la historia de David y aunque no me dice demasiado sí me va llevando de la mano por la historia de este Rey tan importante.

David era pequeño, leal y de buen corazón. No quiere llegar al trono manchado de sangre. No quiere dejarse llevar por las envidias y sus aspiraciones personales o las de otros. El Señor lo ha elegido por otra cosa. Él sabe en quién ha confiado. Y David así lo va demostrando. Y Saúl así lo reconoce. No hay atajos en el camino de la paz y del amor. Las cosas sólo se pueden hacer a estilo de Dios.

Hoy en día parece que prima lo contrario y que llegar a un objetivo y buscar la realización personal justifica acciones que nada tienen que ver con el amor, la paz, la fidelidad, el Reino y, lo que es más importante también, que nada tienen que ver con quienes somos realmente. David es fiel a Dios y a sí mismo. Tomemos nota.

Un abrazo fraterno