Me recuerdan los saduceos del Evangelio a estos que, no creyendo en la Iglesia y situándose fuera de ella, no dejan que pase un día de su vida sin intentar argumentar para encontrar los resquicios de la doctrina, de los mandamientos, de la institución en sí misma, de las personas que la formamos… Es este rollo de «a mi esto me importa un pepino pero, a la vez, es el centro de todas mis preocupaciones»… ¿Qué habrá detrás de esta actitud? Sólo Dios lo sabe.
El caso es que Jesús es muy claro con ellos y les dice que se equivocan. A mi esto me cuesta mucho, Señor. A veces quiero ser tan respetuoso, comprensivo, abierto… que me cuesta enormemente ser claro. A veces me cuesta mucho separar el respeto y el amor hacia la persona y lo verdadero o equivocado de sus planteamientos. Soy así, Señor. No quiero parecer ultra, ni absolutista. Creo que una actitud abierta al prójimo, cuyos planteamientos y «verdades» difieren de los míos, es germen de diálogo y acercamiento. Pero eso es lo que yo creo… Tal vez porque me cueste decir las cosas tal cual, por un problema mío de autoestima o de querer evitar conflictos y situaciones que manejo con dificultad. No lo sé, Señor.
Y respecto al tema de la Resurrección, yo creo profundamente que seguimos vivos. No sé cómo. Tampoco me importa. Pero creo que morimos para seguir viviendo de otra manera. Como ángeles dice Jesús… ojalá. Yo creo que mis antepasados me cuidan desde el cielo, que me protegen, que están juntos allí arriba. Creo que me volveré a encontrar con ellos, que estaré al lado del mismo Dios si lo amo desde ya…
Tú, Dios mío, eres un Dios de vivos. Todo el que vive en la tiniebla, en la oscuridad, en la eterna tristeza… todo el que muere en vida… está lejos de ti. Rezo hoy por ellos y los pongo delante de tu mano.
Un abrazo fraterno