Hay momentos en la vida en los que parece realmente que alguien te está gastando una broma muy pesada. Ese alguien, incluso, puede llegar a ser Dios. Miramos arriba, sin entender nada, y con la sensación de que se está jugando con uno porque la vida no puede ser tan cruel. Eso mismo le estaba pasando a Sara, en la primera lectura, que ya había enterrado siete maridos. Y lo que parece una historietilla del Antiguo Testamento, a mi me parece una historia que tiene mucho que decirme hoy.
1. Lo primero es lo ya comentado. Una familia en desgracia que no entiende nada de nada, que vive sumida en una tristeza profunda, fruto de una desgracia tras otra. Unos padres que sufren. Una hija que parece tocada por la mala suerte, o por el mal directamente… Una situación de indefensión tremenda en la que, sin embargo, Dios sigue estando presente. Esa familia sigue guardando esperanza en su corazón, sigue creyendo en su Dios y, pese a que podrían caer en la tentación de mirar arriba y hacerle causante de sus males, siguen esperando de Él la acción que cambie «la tristeza en gozo». ¿Cómo vivo yo situaciones similares? ¿Cómo me enfrento a las situaciones personales de dolor? ¿Qué hago con Dios, qué hacemos con Él, cuando dejamos de entender las cosas y el sufrimiento empieza a hacer mella profunda en el corazón?
2. Tanto Sara, como su padre, como Tobías, como la madre… todos hacen lo que tienen que hacer. Son fieles a sí mismos, a su vocación, a la llamada de Dios. Pese a lo sucedido anteriormente, metiéndose posiblemente el miedo en el bolsillo, siguen caminando y dando pasos. No se paran. No se rinden. No se venden. No buscan la evasión ni lo fácil. Siguen picando piedra allí donde les ha dicho el Señor y siguen poniendo su confianza en Él. Son fieles. ¿Y yo? ¿Y tú? ¿Qué tenemos que aprender de esta lección de humildad, fidelidad y confianza?
3. Y por último, la oración. Ponerse en manos de Dios. Saber cuáles son herramientas eficaces del creyente. Eso hacen Tobías y Sara antes de consumar el comienzo de su unión. Rezan. Hablan con su Padre y le piden, acuden a Él con confianza filial y le ponen delante su proyecto de futuro. Rezar. Rezar cuando empezamos un proyecto, cuando tomamos una decisión, cuando afrontamos un reto, cuando tenemos miedo, cuando anhelamos algo, cuando necesitamos algo… Él nos escuche amoroso y recibe nuestra súplica con los brazos abiertos. La oración nos transforma y es herramienta indispensable de cualquier caminante.
Hoy pido por toda esa gente que sufre, que prácticamente no sabe lo que es no sufrir, y hago mías las palabras de la madre de Sara: «Que el Dios del cielo cambie tu tristeza en gozo».
Un abrazo fraterno