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El miedo de escuchar (Mt 17,1-9)

No soy la persona adecuada para comentar las lecturas del día de la Transfiguración. Hay personas más preparadas que yo para ello. Pero si me gustaría comentar algo que me ha llamado la atención del evangelio de hoy: el miedo de los discípulos ante la voz de Dios.

Escuchar a veces da miedo, porque oyes cosas, y a personas, que provocan en ti un vuelco interior difícil de manejar. Todos hemos escuchado alguna vez alguna canción, o alguna conferencia, o alguna película, o a algún amigo, o a papá o a mamá, o a un cura en su homilía… y se nos han puesto los pelos de punta. Hay palabras que llegan en el momento justo o que tocan la fibra más interna de nuestra alma. Y nos sobrecogen.

Muchas personas prefieren no escuchar. Mientras uno no escucha, puede vivir sin la consciencia necesaria, tirar para adelante, hacer lo que le parezca. Con Dios esto es más evidente. Hemos decidido escucharle poco. Y nos llenamos de excusas. Sabemos que si un día nos paramos, en silencio, con la Palabra en la mano y con disposición de escuchar… lo que escuchemos nos tocará el corazón y nos pondrá patas arriba la vida. ¿Estamos dispuestos?

El que quiera oír, que oiga.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Dejar a Dios entrar en casa – Domingo XVI TO Ciclo C

Recuerdo muchos momentos en los que mi casa se convirtió en auténtico lugar de encuentro y reunión. No hay nada como abrir las puertas del hogar de uno, y ofrecer un sitio a la mesa, para que las personas se sepan parte de tu vida. Dejar entrar a otro en nuestra vida, en lo más íntimo que tenemos, allí donde somos plenamente, es uno de los gestos de mayor amor y complicidad.

¿Y qué pasa con Dios? ¿Lo dejamos entrar? ¿Estamos dispuestos a que pase, mire, descubra…? ¿O preferimos dejarlo en el dintel de la puerta, sólo para hablar con él un ratito y despedirlo, como a cualquier vecina curiosa, poniéndole alguna excusa?

Cuando Dios entra en casa, cuando encuentra acomodo en nuestro día a día, cuando es uno más de la familia, acontece lo impredecible. Que Dios esté, que tome parte, no es lo mismo que que no esté. Algunos piensan que sí, porque creen que todo dependen de ellos. Pero no. No es así. Deja entrar a Dios, hazle un sitio a tu mesa. Y verás que has elegido la mejor parte. Y tu vida cambiará por completo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Sacrificar lo más querido (Gn 22,1-19)

El otro día, tomando un café con una amiga, hablábamos de la desazón personal ante determinados hechos que nos están sucediendo en lo personal. Cosas a tu alrededor que ves que no son cómo crees que deberían ser y que golpean rincones íntimos del ser.

La pregunta ante estos hechos que ambos nos hacíamos es: ¿qué debo hacer? ¿Cuál es la voluntad de Dios? ¿Debo aguantar, permanecer en este desierto y tragarme aquello que me gustaría hacer o decir? ¿Debo dar un paso y con él testimoniar mi desacuerdo ante lo que está sucediendo? ¿O debo sencillamente quitarme de en medio, entendiendo que, cuando los hombres ponemos trabas a Dios, lo mejor es no perderse y buscar otros caminos?

Hablando de las diferentes posibilidades, había un escenario probable que me ha venido a la cabeza leyendo hoy el pasaje del Génesis. Y es que puede que tengamos que sacrificar a veces aquello que más queremos y, en ese sacrificio, dar testimonio de nuestra fidelidad y fe hacia Aquél que es el más importante. Sí. Tal vez no sirvan las estrategias, los silencios medidos, los pasos prudentes… Puede que la prueba sea hacer lo que siento que Dios me pide aún sabiendo que eso implica sacrificar eso que tanto he soñado.

¿Y si Dios finalmente tiene algo preparado? Lo que está claro es que Él no me abandona nunca.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Puedo atarle las manos a Dios? (Mc 6, 1-6)

Claro que puedo atarle las manos a Dios. Lee el Evangelio de hoy. Allí, en Nazaret, nada pudo hacer. NADA ES NADA. ¿Por qué? Porque Jesús no va por el mundo hacia truquitos, espectáculos a lo Mago Pop. Jesús necesita de nosotros, de nuestra fe, de que queramos seguirle y estar con Él.

Nada puede hacer Dios en tu vida si tú no abres tus propias puertas y ventanas… Dios nunca se saltará tu libertad. Tremendo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Edificio de Dios (I Co 3,9c-11.16-17)

Uno de las experiencias más bonitas cuando uno llega a una ciudad desconocida por primera vez, es pasearla y descubrir, admirado, los edificios que la componen, normalmente aquellos que llevan tiempo formando parte del paisaje urbano y que reflejan la huella de tiempos pasados, de valores vividos, de estilos asumidos, de intentos por alcanzar y reflejar una felicidad anhelada por toda sociedad.

Los edificios son fachada, son lenguaje, son palabra que nos habla. En su color, en su altura, en sus formas, en el diseño arquitectónico… refleja parte de lo que es, parte de lo que estuvo y está llamado a ser. Pero, a la vez, cada edificio es las personas que alberga dentro, la vida que se acurruca entre sus muros, las lágrimas por el dolor vivido y las alegrías disfrutadas.

Yo también soy edificio, casa, morada. Soy más que una fachada, aunque la fachada también soy yo. Soy un universo de vida que me habita. Estoy llamado a ser fachada de Dios y a mostrar, a quién me mire, la mirada amorosa del Padre. Y estoy llamado a ser habitado por Él y, en Él, a ser posada, morada, hogar, de todo aquel que necesita un espacio de amor, de dulzura, de aceptación, de compañía.

Señor Dios, ayúdame a ser tu casa, para Ti, para otros.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Conversaciones que dejan sin aliento… (Job 1,6-22)

Hay conversaciones que marcan la historia. Palabras que vuelan de una persona a otra, a veces dardos a veces rosas. Conversaciones con peso, densas, que absorben el oxígeno que las rodea.

Dios habla con Satanás. De tú a tú. En confianza. El mundo está como está. Satanás sonríe. Es lo que hay. Satanás mira en general. El mal generaliza, globaliza. Dios mira de uno en uno. Dios mira a las personas. Llama por el nombre propio. El bien personifica, conoce, ama. Dios confía.

El mal lanza el dardo, la pregunta a todo, a ti y a mí: ¿Por qué eres bueno? ¿Por qué amas a Dios? ¿Por qué respetas la Ley? Satanás teje la trampa, siembra la duda, cuchichea, acerca la sombra. ¿Por miedo? ¿Porque todo va bien? ¿Por cumplir? Y lanza su ataque.

Y Job resiste. ¿Y tú? ¿Y yo? ¿Qué hacemos cuando todo se nos cae?

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¡Ay de los que estáis saciados…! (Lc 6,20-26)

En general, todos tenemos la aspiración de vivir tranquilos, sosegados, saciados. La cultura del bienestar del primer mundo ha traído mucha felicidad, mucha salud, mucho progreso, es verdad, pero, a la vez, nos ha alejado del dolor, de la muerte, del fracaso, de la dificultad, de la enfermedad… realidades que, creo, son inherentes a la existencia humana.

Cuando Jesús grita este «¡Ay de los que ahora estáis saciados…!», sabe lo que dice. Si hoy volviera a la Tierra, nos diría eso de «ya os lo dije», no sé si con cara de reproche o con cara de condescendencia. El caso es que a mayor nivel de bienestar, a mayor nivel de saciedad, menos Dios, menos fe. Algún amigo ateo me diría en este punto: ¿Me estás diciendo que un mundo sin Dios es necesariamente peor que un mundo con Dios? ¿Me estás diciendo que una persona sin Dios es menos feliz que una persona con Dios? Las respuestas no son sencillas y menos categóricas. Pero sin pretender ofender a nadie ni sentar cátedra, yo es lo que creo: sí, un mundo sin Dios es peor que un mundo con Dios.

No voy a ser tan demagogo de alentar a nadie a vivir en la miseria, en la enfermedad, en el subdesarrollo. Pero creo que se puede vivir suficientemente bien sin que eso implique tener nuestro corazón, nuestro espíritu, nuestra mente, nuestro cuerpo… saciados. Se puede comer bien, sano y rico, sin tener que terminar con pesadez en el estómago y sin podernos levantar de la mesa.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Alabar, verbo olvidado (Sal 148)

De todas las acepciones que tiene el verbo «alabar» en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la segunda es la que se aplica más directamente a Dios pero a mí me gusta más la primera. Porque también aplica a Dios y porque me ayuda a concretar qué es eso de alabar.

Alabar
Del lat. tardío alapāri ‘jactarse’.

1. tr. Manifestar el aprecio o la admiración por algo o por alguienponiendo de relieve sus cualidades o méritos.
2. tr. Venerar y celebrar con oraciones.
3. prnl. Jactarse o presumir de algo.

Es bueno expresar lo bueno que es Dios conmigo. Es bueno que reconozca en mi vida sus caricias, sus detalles, sus cuidados. Es bueno que le dé gracias por todo lo que hace conmigo. Es bueno que reconozca su grandeza y mi pequeñez, su inabarcable amor y mi limitada capacidad para conocerle. Es bueno que lo cuente, que lo cante, que lo diga, que lo grite, que mi vida sea un auténtico canto de alabanza.

Son muchos los salmos de alabanza y es algo que hemos olvidado. La carne de Jesús y su humanidad nos ha acercado a Dios, nos ha hecho tocarle con nuestras propias manos y verlo con nuestros propios ojos pero no debemos dejar de postrarnos ante su divinidad, ante su magnificencia, ante su realeza.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Ese Dios al que sirves, ¿es el Dios de Jesús? (Is 1,10-17)

Jesús es muy claro. Hay una religiosidad que nada tiene que ver con él. Tal vez sea una religión que adora a algún dios pero, desde luego, ese dios no es el Dios de Jesús. En palabras de Isaías se nos ofrece la Palabra que luego hará carne Jesucristo. No se trata de hacer méritos, de ofrecer sacrificios, de cumplir con la ley… mientras miramos a otro lado cuando de pobres, enfermos, débiles e injusticias varias se trata…

Sodoma y Gomorra parece que eran ciudades religiosas también. Por lo que dice el profeta, en ellas se debían de ofrecer muchos sacrificios y grandes rituales en sus templos. Y a la vez, los oprimidos, los huérfanos y las viudas vivían cada vez peor. ¿Cómo traducir esto a hoy en día? No nos debe ser muy difícil. Seguimos con peregrinaciones a Lourdes, a Roma, a Medjugorje; seguimos rezando delante de tumbas de santos y beatos; criticamos a los que no van a misa; rezamos rosarios, llenamos nuestras agendas de actividades en la parroquia, en el cole, en la diócesis; salimos en Semana Santa en procesiones y ofrecemos sacrificios y penas, saltamos cuando el gobierno de turno toma alguna medida que va en contra de nuestras convicciones… Y a la vez, descuidamos el planeta con nuestra manera de vivir, vivimos con lo último y al día aunque muchos se vean oprimidos en muchas partes del mundo por nuestro afán consumista, no vemos pobres ni necesidades en nuestros barrios y ciudades, metemos a nuestros ancianos en residencias, no soportamos el sufrimiento, somos clasistas, racistas, machistas… pensamos que se puede servir a Dios y a los dictadores de turno aunque sea a costa de todo, dejamos que sigan muriendo hombres, mujeres y niños en el Mediterráneo sin levantar la voz y miramos con desdén y miedo a aquellos que huyen de la guerra y del hambre.

Al menos seamos conscientes… Al Dios de Jesús esto le repugna. Nos invita a otra cosa. A vivir más pobres, a atender al hermano, a ofrecer refugio, a dedicar dinero para que otros vivan mejor, a vivir con menos, a llevar a la práctica nuestra oración, a hacer que la Eucaristía sea de verdad y nos comprometa con el mundo como le comprometió a Él.

¿Queremos?

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El premio de seguir al Señor (Mt 19,27-29)

¿Qué nos tocará? Ni que seguir a Jesús sea un concurso en el que tú compras un boleto y te acaba tocando un premio. La pregunta de Pedro es realmente impertinente. Pero, a la vez, humanamente comprensible. Parte de una intuición: Dios es justo y no deja a los que le siguen con las manos vacías.

Si la pregunta de Pedro es desconcertante (¿Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?), no es menos sorprendente la respuesta de Jesús que, lejos de ruborizarse o enfadarse por tal osadía, responde con tranquilidad y, lo que es mejor, confirmando lo que Pedro intuía: «El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más».

El concurso de Jesús funciona, pues, muy al revés de los bancos o los concursos humanos. En este mundo nuestro, tú pagas un alto precio y el premio, por supuesto, siempre tiene un valor inferior para dejar beneficio al organizador del juego o del préstamos. Con Dios es diferente: Dios devuelve sin medida, cien veces más de lo dado. Un beneficio que es, sobre todo, para quien le sigue y no para Él. Esa pequeña oración, esa sencilla Eucaristía, esa visita al familiar enfermo, ese rato de catequesis, esa conversación con el pobre, la sonrisa al anciano de enfrente, la limosnita del domingo… pequeñas cosas que Dios recompensa por las nubes.

Uno no debe hacer el bien pensando en el beneficio personal pero es verdad que conoce, de antemano, que quién apuesta por el Señor, sale ganador.

Un abrazo fraterno – @scasanovam