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¿Quién soy yo para oponerme a Dios? (Hc 11, 1-18)

Supongo que lo que cuenta Pedro no debió ser realmente así. No creo que ninguna paloma ni ninguna lengua de fuego bajara sobre aquellos gentiles para hacer ver a Pedro lo que después explica. Suponiendo esto, la pregunta es clara: ¿Cómo se dio cuenta Pedro de que aquellos gentiles también hablaban y vivían desde el Espíritu?

Realmente interpela esta lectura. Esa capacidad de Pedro de descubrir el don de Dios en aquellos que «estaban fuera de la Iglesia». Pedro fue capaz de descubrir la huella y la firma del Espíritu en aquellos que, a priori, no participaban de la fe y de la experiencia de Dios según los cánones judíos. Esto sigue pasando hoy. A veces sigo convencido de que yo soy «el bueno», «el acertado», el que tiene la exclusiva del Espíritu sobre otras sensibilidades o caminos dentro de mi propia Iglesia o sobre otras personas, ateas, indiferentes, de otras religiones, etc…

Este don de Pedro es el final de un proceso personal complicado. Raro oírselo a ese Pedro de comienzos de la comunidad de los apóstoles. Tuvo que convivir años con Cristo, tuvo que aceptar a Mateo, tuvo que ser la voz cantante del grupo, tuvo que saberse traidor y beber de las aguas del sufrimiento, tuvo que sentir el miedo y la confusión, tuvo que guardar su espada… Don fruto del camino realizado…

Un abrazo fraterno

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas y, en cambio, me abriste el oído (Sal 39)

Esto es una auténtica declaración de principios de Dios y, tal vez, una declaración de principios que abunda poco en el entorno de sus seguidores. No quiero enterrar el valor que puede tener el sacrificio o la ofrenda pero pensar que esas son maneras de «quedar bien» delante de Dios es un poco absurdo, sobre todo leyendo este hermoso salmo.
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 Aunque nos parezca lo contrario elegir el camino del sacrificio y de las ofrendas es elegir el camino fácil, la senda ancha, la puerta grande. Sin desmerecerlo, el Padre deja claro que busca otra cosa, otro tipo de respuesta, otra manera de adhesión. A Dios le gustan los oídos abiertos y atentos. A Dios le encantan las personas que son capaces de escuchar, de escuchar los sonidos del mundo. ¿Qué hay que escuchar? Hay que saber escuchar los silencios, los gritos de muchos, la voz de Dios, los susurros del Espíritu, los lamentos del pobre, el alma del niño. Esto es realmente complicado. Educar el oído es una ardua tarea. No se consigue de hoy para mañana. No tengo el don de la escucha pero necesito ejercitarlo para llegar a lo máximo que pueda. Quien no es capaz de escuchar no es capaz de amar.

Puede pasarme la vida sacrificándome sin enterarme del nodo pero si escucho… ¡ay si escucho! Nunca más podré desembarazarme de lo escuchado.

Un abrazo fraterno