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Mirar para amar (Hch 3,1-10)

Ayer estuve con Ester Palma, una misionera andaluza que lleva casi quince años en Corea del Sur y que anhela poder pasar la frontera para ir a dar testimonio de Cristo en la vecina Corea del Norte.

Hubo un momento de la conversación que le pregunté cómo se hablaba de Jesús de Nazaret a alguien que nunca había oído hablar de él. ¿Cómo comienza la evangelización? Y su respuesta me conmovió: amando. Que esa persona se siente amada, querida, acogida… hasta que se pregunte de dónde viene ese amor incondicional.

Esta conversación de ayer me recuerda al episodio que hoy nos cuentan los Hechos. Pedro y Juan miraron a aquel lisiado. Pusieron sus ojos en él. Descubrieron sus heridas. Escucharon su grito callado del corazón. Y le amaron, desearon para él lo mejor. Y en nombre de Jesús, lo devolvieron a la vida. Eso es amar. Mirar en lo profundo, acoger el corazón del otro y ofrecer la vida. Así se habla de Jesús Resucitado.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Qué pasa con los otros? (Lc 4,38-44)

Los otros nos molestan. No piensan como nosotros. No creen lo que nosotros. No aman lo que nosotros. Y, lo que pensamos muchas veces, no son tan buenos como nosotros.

La cuestión es… ¿para qué estamos aquí? ¿Para quién? ¿Para qué estamos en la Iglesia? ¿Para quién? ¿Para qué estoy en la educación? ¿Para quién? ¿Para qué estoy en las redes sociales? ¿Para quién? ¿Para qué son mis dones? ¿Para quién?

Cuidado. No vaya a ser que la comodidad venza al ardor evangélico, que la sintonía venza al fuego apostólico. Cuidado. No vaya a ser que a los otros se les prive de escuchar la Buena Noticia sólo por puro interés (o desinterés) personal.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Hasta las narices de evangelizar (Nm 11,4b-15)

¡Venga hombre! ¡Ya vale! ¡Estoy hasta las narices de dar la vida intentando mejorar las cosas y sólo recibir sopapos de vuelta! ¿Por qué tenías que llamarme a mí, Dios?

La gente no cambia. Años intentándolo por todos los medios. Nada. Cada uno va a la suya. Cada uno piensa en sí. Les propones una cosa y la otra y la otra… Y nada. Todo son reproches y problemas y quejas. Y, mientras, por detrás, un corifeo que grita que hay que cambiarlo todo. Que el lenguaje hay que cambiarlo, las formas, la doctrina, la manera, el medio para comunicarlo… Y venga youtubers y tuiteros y instagrammers y de todo… ¡Ya uno no sabe lo que hacer para hacerles entender que te necesitan, Padre! Nos hemos quedado sin ti, el mundo se oscurece pero… ¡bah! Nada.

Yo estoy cansado. Estoy cansado de luchar, de trabajar, de guiar, de proponer, de rezar, de compartir, de sacrificar mucho para nada… ¿Por qué no un poco de aliento? ¿Un pequeño éxito que me anime a seguir? Sí, de vez en cuando alguien te dice que gracias, que qué majo eres… pero su vida sigue igual. Se olvidan rápido.

Voy a irme, con Moisés, a escuchar un ratito a Fito Páez. Tenemos que recordar que esto no compensa. Que nunca volveremos a la Comarca. Que cuando la vida se da… es a fondo perdido… Dame fuerzas, Señor, para seguir ofreciendo el corazón.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Más amantes que expertos (Lc 6,27-38)

Importa más amar a los demás que saber mucho. Eso es lo que nos dice S. Pablo hoy. Brutal afirmación. Tal vez por muy oída, ya no la interiorizamos. Menos hoy. Nos hemos olvidado de esto en una sociedad que nos exige notas, éxitos, títulos, triunfos, cargos… donde lo que importa es lo útil que puedas ser al sistema para seguir produciendo beneficios.

Para los que nos dedicamos a la educación, para los que somos padres y madres, para los que acompañamos personas, para los pastores y demás, ¡qué importante es tener esto claro! Primero, para relajarnos en nuestra labor. Porque lo mejor que podemos dar al otro es nuestro amor, nuestro cariño. Segundo, para ser capaces de no exigir al otro algo más importante que su bondad, su buen corazón.

Hoy mismo tenía una conversación con mi mujer al respecto. Mirando a nuestros hijos a veces nos damos cuenta de que les exigimos orden y estudio y colaborar en cosa y no contestar y buenas notas y… A veces olvidamos que lo importante es lo que son, su propio tesoro. A veces olvidamos su belleza interior y nos dejamos llevar por lo operativo, por lo disciplinario, que, sin duda, tiene su importancia, pero que no puede ensombrecer aquello que es más relevante.

Más amor que conocimiento, por favor. Más amantes que expertos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El precio de estar loco (Mc 3, 20-35)

Dicen que Jesús se ha vuelto loco. Por eso su familia acude al rescate. Por las habladurías. Porque no entienden a Jesús. Porque no captan por qué hace esas cosas. Porque igual si ha perdido un poco la cabeza… Debía de ser fácil transmitir ese mensaje. Tal vez porque lo que decía y lo que hacía, por los jardines en los que se metía, por las maneras que tenía, por quiénes eran aquellos a los que apuntaba… no tenía sentido a menos de que quisieras acabar mal, como así pasó.

Todos los que se salen de la foto, los que proponen nuevas cosas, los que apuestan por el Evangelio, los que deciden cuestionar a los que mandan, a los que gobiernan; todos los que pongan patas arriba tradiciones, costumbres, motivaciones y actitudes… todos, van a ser cuestionados, enfrentados, amenazados. Porque el peso de la división, porque la brillante manzana ofrecida a Adán en un tiempo, sigue ofreciéndose a cada uno de nosotros, con buenas maneras y buenas palabras y bajo un manto de ley, de perfección y de pureza.

Necesitamos ser iluminados por el Espíritu y fortalecidos en Él para afrontar las consecuencias de predicar su mensaje, de apostar por la liberación, por la verdad, por el amor. Porque las consecuencias llegan y, entre ellas, está sencillamente que muchos de los que te quieren no entienden. Cuando llegue ese momento no lo tendremos fácil pero deberemos decir eso de «Dios mío, hágase en mí según tu palabra».

Un abrazo fraterno – @scasanovam

En la orilla no, mar adentro… (Lucas 5, 1-11)

Mar adentro. No es posible pescar en la orilla. Mar adentro.

El Señor me llama hoy a no quedarme en mi orilla y a no tratar a los demás en su orilla. No cunden los encuentros al borde del mar. Son refrescantes, románticos y hasta bonitos… pero no transforman, no cambian la vida.maradentro

El primer encuentro es conmigo mismo. ¿Voy a encontrarme mar adentro o me quedo con las anécdotas con las que otros me ven? ¿He construido una perfecta imagen de mi mismo o sé quién soy en realidad? ¿Dónde me busco? ¿Dónde me acaricio? ¿Dónde me quiero? ¿Dónde me escucho? ¿Me da miedo coger la barca con el Señor y profundizar, navegar, perder de vista las chispeantes luces de la costa? Si me dejo acompañar por el Señor, nada he de temer. Él quiere encontrarse conmigo ahí, en la soledad de la alta mar, sin ruidos, sin distracciones, en la inmensidad de mi pequeñez.

El segundo encuentro es con los demás. Jesús me llama a hoy a dejarlo todo para ser pescador de hombres. Todos estamos llamados a evangelizar. Tú y yo también. ¿Qué respondo? ¿Estoy dispuesto? No es fácil. También hay que navegar e irse a encontrar al medio del océano. No sirve un tuit. No sirve un cartel. No sirve un conversación de café. Hay que estar dispuesto a ir allí donde el Señor se manifiesta. Sin miedo. Dispuesto a escuchar, a echar redes cuando nada parece favorable, dispuesto a mirar al otro encontrando en él al mismo Cristo.

Mar adentro. No es posible pescar en la orilla. Mar adentro.

Un abrazo fraterno