Ése es mi hermano (Mc 3, 31-35)
Yo tengo un hermano de sangre, Miguel. Nuestra relación siempre fue magnífica. Educados en los mismos valores pero siendo distintos siempre nos hemos entendido de maravilla. Nos respetamos. Nos queremos. Nos sabemos necesarios el uno para el otro. Totalmente insustituibles. Con mi hermano compartí preocupaciones, buenos y malos momentos de ambos, confidencias, diferencias y discusiones, habitación, risas, muchas risas, una historia familiar que nos pertenece. El corazón se me llena de ternura mientras escribo sobre él. Estamos lejos el uno del otro pero siempre cerca.
La doctrina cristiana me enseña que, siendo todos hijos del mismo Padre, todos los hombres y mujeres somos hermanos. Pero siempre me ha resultado complejo sentir lo que antes he expresado de mi hermano hacia cualquiera que se cruzara en mi vida y más hacia aquellos a los que ni siquiera conocía. Es imposible. Imposible, me refiero, saberlo y sentirlo de repente. Pero hay un camino, una manera: experimentar primero la fraternidad en una pequeña comunidad. Éso es lo que vivo en Betania.
Yo tengo varios hermanos y hermanas de comunidad: Felipe, Stella, Esther, Raquel y Pili. Nuestra relación es magnífica. Nos mueven los mismos valores y la misma fe pero somos distintos siempre aunque nos entendemos de maravilla. Nos respetamos. Nos queremos. Nos sabemos necesarios los unos para los otros. Totalmente insustituibles. Con mi hermanos y hermanas comparto preocupaciones, buenos y malos momentos de todos, confidencias, diferencias y discusiones, casa, bienes, cena, risas, muchas risas, una historia familiar comunitaria que nos pertenece. El corazón se me llena de ternura mientras escribo sobre ellos. Estamos cerca los unos de los otros siempre. Celebramos juntos. Oramos juntos. Soñamos juntos. Caminamos juntos.
Un abrazo fraterno