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Mirar para amar (Hch 3,1-10)

Ayer estuve con Ester Palma, una misionera andaluza que lleva casi quince años en Corea del Sur y que anhela poder pasar la frontera para ir a dar testimonio de Cristo en la vecina Corea del Norte.

Hubo un momento de la conversación que le pregunté cómo se hablaba de Jesús de Nazaret a alguien que nunca había oído hablar de él. ¿Cómo comienza la evangelización? Y su respuesta me conmovió: amando. Que esa persona se siente amada, querida, acogida… hasta que se pregunte de dónde viene ese amor incondicional.

Esta conversación de ayer me recuerda al episodio que hoy nos cuentan los Hechos. Pedro y Juan miraron a aquel lisiado. Pusieron sus ojos en él. Descubrieron sus heridas. Escucharon su grito callado del corazón. Y le amaron, desearon para él lo mejor. Y en nombre de Jesús, lo devolvieron a la vida. Eso es amar. Mirar en lo profundo, acoger el corazón del otro y ofrecer la vida. Así se habla de Jesús Resucitado.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Pensaban y sentían lo mismo (Hechos 4,32-37)

A veces cuando leía esto me daba la sensación de que esto de pensar y sentir lo mismo era intentar unificar e igualar aquello que, de por sí, es distinto y, en esa riqueza, rico y valioso. Y es verdad que la diversidad es buena, valiosa y digna de protección pero algo hay en estas palabras de Hechos que voy entendiendo poco a poco y que vivo día a día en mi vivencia comunitaria. Y es que pese a ser distintos y no tener todos el mismo camino hacia Dios y hacia la Verdad siento que mis hermanos de comunidad y yo cada vez pensamos y sentimos más de la misma manera porque nos vamos cultivando y confrontando juntos con la Palabra; porque vamos educando juntos el corazón; porque miramos juntos hacia los mismos horizontes; porque vamos entrelazando las vidas; porque todo es de todos y porque acaba creándose una unidad difícil ya de separar.

Es complicado explicarlo pero siento que la lectura de Hechos es un hermoso espejo donde ponerse delante para ver cómo estamos siendo testigos de la resurrección.

Un abrazo fraterno

A la mesa, en su casa (Marcos 2, 13-17)

Jesús va a su casa. Jesús se sienta a su mesa. Jesús se mete en su ambiente. Jesús conoce a su gente. Jesús se acerca a su realidad. Jesús escucha sus vidas. Jesús llama a Mateo a seguirle pero sustenta el poder de su palabra en las actitudes y en los hechos que acompaña. Jesús, lejos de presentarse como alguien importantísimo, sabio sobremanera, digno del mayor de los respetos, alejado de los placeres mortales y de las pequeñeces diarias; se presenta como alguien totalmente dispuesto a conocer, a escuchar y a acompañar. Sin juicios previos. Sin comentarios arrogantes ni soberbios. Sin mirar por encima del hombro a aquellos en los que ve sed de Dios.

¡Cuánto que aprender todavía Padre si quiero, si queremos, evangelizar el mundo…!

Un abrazo fraterno