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Hermanos lejanos… ¿Hermanos? (Mateo 5, 20-26)

Te lo digo de verdad. Este Evangelio de hoy me parece de los más exigentes. Primero porque cuando habla de hermanos no se refiere a los que hemos nacido de la misma madre, del mismo padre, bajo el mismo techo. Hoy comentaba con alguien que, en la Iglesia, nos poníamos muchas etiquetas (los del opus, los kikos, los carismáticos, las vedrunas, los escolapios…) pero que, en realidad, sólo existía una etiqueta: hijo de Dios, hermano mío. No hay más. Es algo que no se nos mete en la cabeza. Queremos a los que nos quieren, a los que no nos supone ningún esfuerzo querer. ¿Y se puede querer y amar sin buscarse problemas, sin sufrir?asis

Lo segundo que Jesús fulmina es la hipocresía, la incoherencia, la mediocridad en la vida de fe. No somos seguidores de Jesús si nos acercamos al altar con «temas pendientes», con desamores vivos, con rencillas, con enemistades. Seremos otra cosa, PERO NO SEGUIDORES DE JESÚS. Nos llamaremos cristianos pero NO LO SEREMOS. Nos creeremos dignos de la eternidad pero a lo mejor estamos al final de la cola…

Qué duro y qué claro es el Señor. No admite medias tintas, autocomplacencias. No admite predicaciones por un lado y hechos por el otro. «Nos conocerán por cómo nos amamos los unos a los otros» nos dijo… y no sé muy bien qué hemos entendido.

Son incompatibles con ser cristiano ciertas actitudes ante los demás. Es incompatible cierto lenguaje a la hora de hablar de otros. Es incompatible destruir y aniquilar vidas y dignidades, sea quien sea el de enfrente. Es incompatible difamar a nadie en las redes sociales. Es incompatible «creerse de los buenos» y ponernos a parir entre hermanos a los ojos del mundo. Es incompatible tener una familia con la que no me hablo. Es incompatible despreciar al pobre, al borracho, al drogata… Es incompatible tener, tener, tener… Es incompatible no estar abierto a la vida y a la generosidad con los hijos.

No nos van a medir ni por el dinero que damos a Manos Unidas, ni por las misas a las que he asistido, ni por los rosarios que he rezado. Cuántos más mejor, claro, pero Jesús nos pide otra cosa. Nos pide lo más difícil.

Merece la pena orar esta Palabra de hoy y dejarnos cambiar el corazón. Yo tengo mucho que cambiar y hoy me presento ante el Señor, con mi debilidad. Que Él haga de mi un auténtico instrumento de hermandad entre los hombres.

Un abrazo fraterno

No me reconoces (Lucas 19, 41-44)

Jesús llora. Le embarga la tristeza. La tristeza de no saberse reconocido y amado por aquella a quien Él ha escogido. No saberse reconocido… Yo, que he vivido casos de Alzheimer cercanos, he comprobado la desazón y la tristeza de que tu madre, tu madre, tu hermano… no sepa quién eres.

Estoy seguro de que Cristo sigue vivo, presente en medio de nosotros. ¿Lo reconozco? ¿Lo reconozco sufriente en alguna mirada, en una mano temblorosa? ¿Lo reconozco en los niños? ¿Lo reconozco en aquellos que se cruzan en mi camino, en los que rezan a mi lado? ¿Lo reconozco en el hermano? ¿Lo reconozco en el sacerdote de la parroquia, en cualquier sacerdote?

Jesús llora. Llora porque no se esconde, no se disfraza… y aún así, no le vemos.

Un abrazo fraterno 

 

Vio también una viuda pobre (Lc 21, 1-4)

He leído muchas veces este pasaje del Evangelio y siempre acaba reflexionando y orando acerca de si yo doy lo que sobra, lo que tengo, qué uso hago de mi tiempo y si me parezco más a esos ricachones o a la pobre viuda. Hoy he ido por otro lado y me ha gustado, tal vez porque cada vez me gusta fijarme más en las actitudes de Jesús y buscarme menos parecidos con el resto.

Jesús tiene un detalle muy hermoso que revela parte de su forma de estar en el mundo: se percata de la presencia de la viuda, percibe el valor de su acción y lo refuerza engrandeciéndolo. Toque de atención, me dije. Y lo llevé al terreno espiritual y no al material. Considero que he tenido mucha suerte en mi vida espiritual. He crecido en una familia que me transmitió unos valores y me infundión una fe cristiana. Pude estudiar en un colegio religioso, ir a retiros… Me considero una persona madura, formada, que ha podido crecer, con recursos pastorales y embarcada en cien mil proyectos de construcción del Reino. Y está muy bien. Pero Jesús hoy quier resaltar el valor de lo pequeño, del pequeño, de quien no ha tenido tanta suerte, de aquellos a los que, a veces, los miro pensando qué poco saben de la Iglesia y qué poco comprometidos están. Son aquellos sin tanta formación, sin retiros, sin conocimiento teológico de la palabra… pero que lo poco que hacen lo hacen por amor al hermano.

Es momento de estar más pendiente de esas pequeñas acciones grandes en amor y de quienes las llevan a cabo. Tal vez así me parezca más a Jesús y sea mucho menos soberbio de lo que soy.

Un abrazo fraterno

Una oración distinta pero llena de Dios

Aacabo de llegar a casa de mis padres, en Coruña. Estoy aquí trabajando y estoy sólo con mi hermano. En Coruña, el mes de agosto es un mes de fiestas y aunque me encantaría estar al lado de mi mujer y mis hijos considero que no podemos perder un minuto en lamentaciones y que cada segundo que Dios nos regala es para disfrutarlo y ser felices.

Nena Daconte tocaba hoy en María Pita. La plaza estaba llena de adolescentes y familias enteras. Padres entregados y niños pequeños esperando ese «tenía tanto que darte…» que tanto ha calado en España.

Bailé. Canté. Disfruté del concierto y de estar allí, en mi casa, en mi tierra natal, con mi gente, escuchando música en directo… y me sentí cerca de Dios. Cerca de Dios en la alegría, en el descanso, en mi estar en casa, en la felicidad momentánea… Y me acordé de Él y le mandé un SMS a mi mujer diciéndole que ojalá estuviera a mi lado.

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Creo que fue una oración muy hermosa.

Un abrazo fraterno

Ése es mi hermano (Mc 3, 31-35)

Yo tengo un hermano de sangre, Miguel. Nuestra relación siempre fue magnífica. Educados en los mismos valores pero siendo distintos siempre nos hemos entendido de maravilla. Nos respetamos. Nos queremos. Nos sabemos necesarios el uno para el otro. Totalmente insustituibles. Con mi hermano compartí preocupaciones, buenos y malos momentos de ambos, confidencias, diferencias y discusiones, habitación, risas, muchas risas, una historia familiar que nos pertenece. El corazón se me llena de ternura mientras escribo sobre él. Estamos lejos el uno del otro pero siempre cerca.

La doctrina cristiana me enseña que, siendo todos hijos del mismo Padre, todos los hombres y mujeres somos hermanos. Pero siempre me ha resultado complejo sentir lo que antes he expresado de mi hermano hacia cualquiera que se cruzara en mi vida y más hacia aquellos a los que ni siquiera conocía. Es imposible. Imposible, me refiero, saberlo y sentirlo de repente. Pero hay un camino, una manera: experimentar primero la fraternidad en una pequeña comunidad. Éso es lo que vivo en Betania.

Yo tengo varios hermanos y hermanas de comunidad: Felipe, Stella, Esther, Raquel y Pili. Nuestra relación es magnífica. Nos mueven los mismos valores y la misma fe pero somos distintos siempre aunque nos entendemos de maravilla. Nos respetamos. Nos queremos. Nos sabemos necesarios los unos para los otros. Totalmente insustituibles. Con mi hermanos y hermanas comparto preocupaciones, buenos y malos momentos de todos, confidencias, diferencias y discusiones, casa, bienes, cena, risas, muchas risas, una historia familiar comunitaria que nos pertenece. El corazón se me llena de ternura mientras escribo sobre ellos. Estamos cerca los unos de los otros siempre. Celebramos juntos. Oramos juntos. Soñamos juntos. Caminamos juntos.

Un abrazo fraterno

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Muchos vendrán usurpando mi nombre (Lc 21,5-11)

Esta frase del Evangelio de hoy me suena a todo el fundamentalismo religioso que nos rodea en el mundo en el que vivimos. Parece que el tema va de extremar cualquier postura y es fácil encontrarse que las propuestas son o el laicismo más absoluto o el fundamentalismo más radical… ¿Cuántas cosas se hacen en nombre de Dios? ¿Cuántos se creen «Dios» mismo a la hora de juzgar, catalogar, salvar o condenar a sus hermanos? ¿Cuántos dicen hablar en nombre de «el que Es» para construir sus vidas y sus propias personas?

Por eso hay que vivir la fe junto a otros, con otros, para otros. Hay menos posibilidades de que se nos vaya la pinza siguiendo a los equivocados. A la Iglesia, a las comunidades, con los hermanos. Juntos para caminar hacia el Dios Amor verdadero…

 Un abrazo fraterno