Entradas

¿Y tú de quién eres? – III Lunes Adviento 2018 – (Mt 1,1-17)

Mateo escribía fundamentalmente para los judíos y por eso esa necesidad de comenzar vinculando a Jesús de Nazaret con la saga del Rey David y, previamente, con el patriarca Abrahán. No es baladí este comienzo del evangelio de Mateo. Había que ser claro ante los destinatarios: Jesús era un judío, uno de los más grandes, el que cumplía la profecía mesiánica.

El árbol genealógico es una ejercicio o actividad típica en algún momento de la Primaria, en la escuela. La profesora o el profesor nos pidieron a todos, en algún momento, que dibujáramos o construyéramos nuestra genealogía, sin ir muy lejos. Y nosotros, orgullosos, así lo hacíamos. Porque la historia familiar es la historia de uno. Porque importa de dónde vienes. Porque importa quién eres, cómo te llamas y cómo te apellidas. A veces para bien, y uno lo lleva con orgullo. A veces para mal, y uno lo lleva como carga. El caso en que mi historia no comienza conmigo. La historia de Dios conmigo es como un árbol frondoso, lleno de ramas, hojas y brotes. Y es que en el fondo, y en esto lo tuvieron muy claro los judíos, la historia de mi familia, la historia de un pueblo, la historia comunitaria… es más importante que la mía propia. Desvincular mi historia de los otros es, sencillamente, imposible.

El individualismo de hoy, también se ha hecho notar en nuestros ámbitos religiosos y espirituales. Mucha gente ha abandonado la Iglesia, mucha gente afirma creer solo, mucha gente confirma que no necesita ser perdonado por nadie para saberse perdonado, mucha gente cree que su vida nada tiene que ver con la de los vecinos, los amigos, los pobres… que le rodean. 

Llega Navidad. Y no es tanto tiempo de la familia como tiempo de sentirme parte de una historia común; una historia que se vio atravesada por la llegada de un Niño que lo cambiaría todo; un Niño que necesitó de otros para nacer, para crecer, para creer, para aprender. Piénsalo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Es posible la relación personal con Dios sin la comunidad? (Jn 20,24-29)

Es difícil tener experiencia de Jesús Resucitado apartado de la comunidad creyente. Eso es lo que le pasó a Tomás y lo que, hoy, le pasa a tantos que, alejados de la Iglesia, pretenden mantener su fe firme y sus convicciones inquebrantables. Pues no es posible. Cuanto más te alejas de la Iglesia, más fácil es que dejes de tener al Señor en tu vida, más difícil sostener una relación.

En una época como la que vivimos, caracterizada por la dictadura del individualismo y del «yo puedo» por encima de todo, conviene recalcar la idea de que detrás de todo ello hay una trampa ciertamente sutil. Claro que Dios establece una relación personal con cada uno de nosotros. En el Evangelio de hoy también se ve: Jesús hace proceso con Tomás y la manera en la que se tratan es diferente al resto, porque Jesús sabe que Tomás es único y que necesita de una relación diferente a la que tiene con Pedro o con Santiago o con Juan. Pero esa relación personal no debe llevarnos a pensar que es posible vivir al Resucitado al margen de la comunidad.

Es en la comunidad donde somos capaces de «ver» y «oír» al Maestro. Es en la comunidad donde le reconocemos en medio de nuestra vida. Es en la comunidad donde encontramos respuestas que calman nuestra sed, donde encontramos la paz que nos regala Cristo.

No son tiempos para francotiradores creyentes. Son tiempos de Iglesia, con sus defectos y sus carencias. Construyamos auténticas comunidades eclesiales de fe y el Señor iluminará nuestra existencia.

Un abrazo fraterno – @scasanovam