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Los profes también somos rayos de sol

Mirad qué bonita es la ilustración que hoy nos trae 72kilos.

En estos días previos al comienzo de curso, esta ilustración me llena de energía para ser capaz de transmitir cariño a mis alumnos. Ciertamente, los profes no somos ni amiguetes, ni gestores de ocio, ni asalariados de Mr. Wonderful pero creo que uno de los aspectos más diferenciadores a la hora de relacionarnos con los chicos es quererles.

Querer a un alumno conlleva, justamente, exigencia para que sea capaz de sacar todo lo que lleva dentro, para que descubra todas sus potencialidades, para que se eduque en la capacidad de esfuerzo y trabajo, para que adquiera valores y conocimiento que le servirán todo la vida y que le hacen mejor persona. Y quererse, también, implica ser capaces de ser «rayos de sol». Ser rayos de sol es ser portadores de calor, de ese que tanto necesitan muchos de nuestros chicos, con baja autoestima, con familias que no les dedican el tiempo necesario o con un alto nivel de ofuscación y oscuridad en sus vidas. Ser rayos de sol es ser portadores de luz, de esa que tanto necesitan aquellos que no se conocen a sí mismos, que nunca han descubierto el placer de aprender y mejorar, que viven pensando que el mundo es aquello que ven en las redes sociales y nada más. Ser rayos de sol es ser acompañantes de personas, escuchadores profesionales, dispensadores de caricias en el corazón; es mirarles y decirles «tranquilo, tranquila».

El sol siempre está presente y, como dice el Evangelio, sale para justos e injustos, no tiene preferencias ni desaparece. Ojalá seamos así este curso, con nuestras limitaciones, llenos de cansancio a veces y desanimados otras, pero siempre conscientes de que cada día hay alguien que necesita de nuestros rayos.

 

Bienaventurados… los maestros (Lc 6,20-26)

Permitidme que hoy, al leer el Evangelio, haya recurrido inevitablemente, en este comienzo de curso, a algunas bienaventuranzas del maestro de Jesús Alberto Rivas, de las que he hecho una pequeña adaptación lingüística. Bienaventurados…

Bienaventurado el maestro que disfruta dando lo que tiene: será rico por lo que supo dar y cómo lo dio.

Bienaventurada la maestra que vive y disfruta sembrando: otros recogerán lo que ella sembró.

Bienaventurado el maestro que se vacía de sí mismo para llenar el alma, la mente y el corazón de sus estudiantes: su esencia permanecerá en las futuras generaciones.

Bienaventurada la maestra que se muestra tal como es: sus estudiantes le recompensarán con la misma medida.

Bienaventurado el maestro que se involucra en su tarea con todos sus valores y capacidades: su compromiso será su mejor valor.

Bienaventurada la maestra que además de los conocimientos, aprende a llevar a la pizarra los sentimientos que afloran en clase: le llamarán «persona».

Bienaventurados los maestros y maestras que estando con los pies en la tierra, no olvidan a Dios que habita en el cielo: no les faltarán nunca fuerzas para seguir educando hombres y mujeres que vivan volcados, no solamente para sí mismos, sino orientados hacia el bien de los demás.

El evangelio del maestro (Mt 5,43-48)

A un maestro le viene muy bien leer el evangelio de hoy de vez en cuando. Porque estamos llamados a ser como Dios en el aula, a dar amor a todos, a querer a todos, a cuidar a todos, a sanar a todos, a educar a todos; como el sol, que sale para buenos y malos o la lluvia, que cae sobre justos e injustos. Así es el amor de Dios y así debe ser el amor de maestro.

Esto no es fácil. Lo que nos pide Jesús es dar más allá de lo esperado. Evidentemente. Es una vueltecita de tuerca. Es ser transformadores de la realidad y no meros repetidores de lo que nos encontramos. Estamos llamados a dedicarle más tiempo al que menos ganas tiene, a rezar más por el alumno que nos complica más, a buscar más a aquel que parece querer deshacerse de nosotros. Es una proporcionalidad inversa la que nos plantea el Señor. A menos, más. Bien pensado es la única manera de cambiar las cosas.

Nuestros alumnos deben ser mirados con la misericordia con la que Jesús miraba a aquellos que acudían a Él por los caminos de Galilea. Nuestros alumnos deben ser buscados como la mujer que, acudiendo al pozo un día, se topó con un Jesús que la estaba esperando. Nuestros alumnos deben saberse dignos de participar en «nuestra mesa» hagan lo que hagan, pese a todo. Ese amor será el motor que cambie sus vidas verdaderamente y, además, la semilla mayor de evangelización en sus corazones alejados.

¿Lo dudas? Pongámoslo en práctica.

Un abrazo fraterno – @scasanovam