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Ir a las jerusalenes de hoy (Mt 16,13-23)

¡No! ¡A Jerusalén no! ¡A padecer no! Eso gritó Pedro, que estaba genial paseando con el Señor por esas tierras donde la gente los seguía y los aclamaba. Él estaba bien. ¿Qué necesidad de ir a Jerusalén? ¡Allí va a haber problemas!

Ayer leía en twitter una reflexión acerca de que la amabilidad cristiana puede ser una manera de enmascarar la cobardía ante la defensa de la fe. Yo creo que no es así. Jesús creo que fue una persona amable pero que tenía clara su misión. No fue a Jerusalén a montar el pollo, a señalar a nadie, a atacar a sacerdotes y fariseos. Fue en peregrinación, a la casa de su Padre, al Templo. Pero Él era consciente de que su misión allí, en el corazón del poder establecido, escocería.

No se trata de montar gresca, ni de ser irónico, sarcástico, hiriente. No se trata de lanzar las cruzadas de nuevo. Se trata simplemente de ser cristiano. Cuando lo eres de verdad en las jerusalenes de hoy… acabas siendo molesto.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

De dos en dos (Mc 6,7-13)

Cuesta creer que, pese a los esfuerzos de Jesús de afrontar la misión en comunidad, algunos se creyeran que cada uno puede hacer la guerra por su lado. Párrocos que, ante el éxito de su parroquia, no contaban con nadie y eran casi idolatrados por sus energías y propuestas; religiosos que llegaban a un colegio y lo ponían patas arriba, con su carisma y su entrega… Todo muy encomiable pero muy poco comunitario.

Hoy Jesús nos vuelve a recordar que no nos envía solos a la misión. No es sólo por nosotros, para que no andemos por ahí en soledad, sino más bien para dejar claro que la misión se afronta junto a otros, porque el mismo testimonio comunitario es parte de la misión, signo del Reino.

Se acabó el tiempo de los francotiradores. Seguramente por necesidad y no por convicción. Bendito sea el Señor. A ver si nos enteramos de una vez.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Ovejas, lobos, serpientes y palomas (Mt 10,16-23)

¡Cuánto animal sale en el Evangelio de hoy! Ovejas, lobos, serpientes y palomas. Qué diversidad. Un fragmento el de hoy que parece casi más un capítulo de National Geografic que de la historia de Jesús de Nazaret. El caso es que todo entendemos muy bien lo que Jesús nos quiere decir. Lo entendemos… aunque no lo aceptamos.

Primero, porque sólo nos gusta ser oveja en los episodios idílicos de encuentro con el pastor. Pero una oveja es, evidentemente, un animal sencillo, frágil, cobarde, presa fácil, dócil. Es todo eso. A mí no es una imagen que me apasione. Mi carácter me pide ser otra cosa: un águila, un caballo, un elefante… A veces soy como un elefante, tal cual. Tanta fragilidad me molesta.

Segundo, porque nos gustaría que no hubiera lobos. Aceptar que hay seres que se rebelan ante nuestro ser oveja cuesta entender. ¿Qué mal hacemos? piensan continuamente las ovejas. Sólo hacemos caso al pastor. El caso es que molestas y quieren destruirte, comerte, hacerte servir de víctima. Los lobos son inteligentes, actúan en manada, osados. Vienen a por nosotros.

Tercero,eso de ser como serpientes lo llevamos mal. Hay personas que se lo toman al pie de la letra y piensan que se puede seguir a Cristo siendo auténticos sembradores de discordia y odio. Pues no se trata de eso, oigan. Se trata de ser flexible, silencioso a veces, potenciando al máximo nuestras cualidades, reptando para movernos con sigilo, adaptándonos en lo que se necesite a las circunstancias cambiantes. Tampoco lo entienden los que sueñan con ser mártires por decreto ley. Esos se han perdido esta parte del Evangelio.

Y cuarto, ¿palomas? Es uno de los animales más controvertido que conozco. Amado y odiado a la vez. Pero Jesús destaca su sencillez. Yo no soy nada sencillo. Ya digo, prefiero ser un águila, la reina de los cielos.

Mucho que aprender tengo: aceptar los conflictos y las persecuciones, someterme al pastor, ser dócil y sencillo y, a la vez, utilizar bien mis capacidades. Tarea siempre en marcha.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El amor no se encadena (Mc 12,28b-34)

Dice S. Pablo que «la Palabra de Dios no está encadenada». Dicho de otro modo, al estilo de Jesús, el amor nunca está preso, el amor nunca es derribado, ni encadenado, ni vencido. No hay poder en el mundo, ni fuerza terrestre, ni economía, ni éxito, ni poder, ni pecado, ni guerra, ni volcán ni tornado… capaz de meter entre rejas o de destruir al amor que todo lo salva.

Muchas veces nos preguntamos qué debemos hacer en tal o cual situación. Otras veces miramos las noticias y nos llenamos de tristeza al comprobar que al mundo todavía le queda camino para que el Reino  sea instaurado en su totalidad. A veces nos enredamos con la doctrina para intentar que las personas cumplan lo que decimos que Dios quiere. En otras ocasiones, hablamos y hablamos y hablamos de Dios pero poco hablan de Él nuestros actos, nuestro día a día. Jesús ya nos ha dicho que todo es más sencillo. Se reduce a amar.

Se puede amar a lo grande pero normalmente el amor se juego en lo pequeño. Estamos llamados a amar más y mejor a nuestras familias; más y mejor en nuestros trabajos; más y mejor en nuestras congregaciones, parroquias y desde nuestros ministerios particulares. Estamos llamados a curar el mal que nos rodea con un amor sanador que lo impregna todo. A veces buscamos grandes armas, grandes victorias, grandes rebeliones… No hay rebelión mayor que dejarse guiar sólo por el amor.

El amor que perdona al que nos ofende y persigue. El amor que da la vida por el otro. El amor que me lleva a ser responsable con mis tareas y obligaciones. El amor que me impulsa a ser el servidor en casa y a no exigir más de la cuenta. El amor que toma las decisiones más importantes de mi vida. El amor que mantiene viva la esperanza y nos lleva a asumir compromisos, tareas y misiones arriesgadas.

Pueden meternos presos, arrinconarnos, intentar silenciar nuestras voces, mandarnos a lugares lejanos, despreciarnos y mofarse de nosotros. En algunos casos, puede hasta costarnos la vida. Pero el amor no se encadena. Su victoria es segura.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un sacerdocio para todos (Mt 26, 36-42)

El vídeo del Papa Francisco para este mes de mayo gira en torno a la misión de los laicos en la Iglesia. Y la fiesta de hoy, Jesucristo sumo y eterno sacerdote, no es sólo una fiesta para recordar y rezar por la misión de los sacerdotes ordenados. Es también un momento propicio para hablar del sacerdocio común, el compartido por todos, el recibido por nuestro Bautismo.

Todos estamos llamados a vivir nuestra vida como una ofrenda a Dios y, con nuestros actos, darle culto. De eso va el ser sacerdote: darse a los demás y, por ellos, hacer realidad la voluntad de Dios para nuestra vida y para toda la humanidad. Por eso este es un día para mirar con ojos de misericordia nuestra existencia y preguntarnos cómo va nuestro «ser sacerdotes».

La voluntad de Dios para cada uno de nosotros no siempre se nos presenta con claridad. Hace falta la oración frecuente. Y el trato cotidiano con el Padre. Y, por supuesto, la gracia que ilumine los rincones de nuestro espíritu, donde somos habitados por Él. Pero una vez la comenzamos a intuir debemos responder. No podemos mirar a otro lado. La voluntad de Dios tiende a complicarnos la vida. Se nos promete la felicidad y la eternidad, pero no el bienestar y la comodidad. La misión que nos llega suele sacarnos de nuestra zona de confort. Suele invitarnos a salir al encuentro de aquellos que necesitan de nosotros, de Dios. Dios nos pide la vida entera y nosotros debemos decidir si estamos dispuestos a ofrecerla.

Con nuestro Bautismo, con la Eucaristía, con la Confirmación y luego con el Orden o el Matrimonio y con la asistencia constante en el Perdón, somos capacitados para llevar a buen término un propósito tan grande para personas tan limitaditas como tú y como yo. No minusvaloremos el poder de Dios y la fuerza de sus dones. Ejerzamos nuestro sacerdocio, un sacerdocio para todos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Misión: salvar al mundo (Jn 17,11b-19)

Nos envían al mundo. Esto del mundo, para un optimista como yo, tiene sus connotaciones positivas. El mundo fue creado por Dios y la belleza y la bondad lo habitan. Pero es verdad que por el mundo campa el mal y el pecado. No es ser un aguafiestas, ni un pesimista. Es simplemente mirar con los ojos para darse cuenta que el Reino de los Cielos todavía no ha alcanzado su plenitud.

Nos envían al mundo. Jesucristo lo hace, como el Padre lo envió a Él. A un mundo lleno de incoherencias, de dudas, de miedos, de trampas. Pero también a un mundo que busca, que tiene sed, que anhela la felicidad y que, es verdad, se equivoca muchas veces en el camino para encontrarla.

Un cristiano debe aceptar que tiene una misión. Es exactamente la misma que la de Jesús: traer la misericordia de Dios a los hombres y mujeres de su tiempo y dar la vida por ellos. Parece que esto no admite mucho azúcar. Hay quién intenta endulzarlo pero no lo consigue. Simple postureo.

Hoy me levanto con esto metido en el coco. Tengo una misión. Y empieza hoy. Con la gente con la que me encuentre hoy. En los proyectos que tengo entre manos. Y por la noche, cuando me acueste, me preguntaré cómo ha ido. ¿Me habré entregado? ¿Me habré dado? ¿Habré transparentado al Dios de Jesucristo? A eso estoy llamado.

Un abrazo fraterno

De ciudad en ciudad, de lucha en lucha (Hch 20,17-27)

Hace no mucho que leí una biografía de San Pablo. Maravillosa. Recomendada. Y me ha dejado un profundo poso. Reconozco que eran algunos los prejuicios que, a lo largo de mi vida como cristiano, he ido formándome acerca de Pablo y, leyendo esta biografía, se me fueron cayendo todos, de uno en uno.

Hoy, en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles nos encontramos a un Pablo en modo despedida. Y precioso e impactante es escuchar las palabras con las que él define su misión: «Y ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios«.

Yo, que pretendo cada día seguir a Jesús, que estoy en la Fraternidad Escolapia, que vivo en una comunidad, que gasto mis días intentando hacer la voluntad de Dios… soy un pringado. Lo soy porque quiero llevar a cabo la misma misión que Pablo; eso sí, sin cárceles, sin luchas, sin saberme forzado ni llevado por el Espíritu… Quiero tenerlo todo bajo control. Quiero que se hagan las cosas a mi manera. Quiero ser valorado. Quiero ver frutos pronto. Quiero contentar a todos. Uf… lo que Pablo fue descubriendo, yo aún lo huelo muy de lejos. Pero el horizonte está claro.

No hay misión sin lucha. No hay misión sin conflicto. No hay misión sin pérdida. No hay misión sin sufrimiento. Pero ¿hay otra posibilidad para los que queremos seguir al Maestro? No la hay. Es una pena. Pero no lo hay. Así que dejémonos en manos del Espíritu, no opongamos resistencia y a caminar, que el camino es largo y la meta nos espera.

Un abrazo fraterno

Queremos ser de Dios sin Dios… imposible

A veces uno parece ofuscarse y querer hacer lo que, a la postre, no sale. El desánimo cunde ente las comunidades, entre las parroquias, en los colegios, en nuestra misma vida personal diaria… Levantamos los ojos al cielo sin entender qué es lo que no hacemos bien, por qué aquel que nos ha enviado no hecha una manita… Leo el Evangelio y me parece precioso lo que Jesús lee en la sinagoga, la palabra de Dios a través del profeta Isaías, pero me lleno también de inquietud al ver que yo no soy capaz de anunciar libertad a los cautivos, de ser esperanza entre los pobres, de dar vista a los ciegos…

Es entonces cuando acudimos a las innovaciones tecnológicas, a otros métodos, a nuevas maneras de comunicar y hablar de Dios… Cambiamos nuestras formas, yo las mías, pensando que el éxito en la misión se consigue de la misma manera que el éxito en el mundo. Y no es así. La clave de la profecía de Isaías es la primera parte: «El ESPÍRITU DEL SEÑOR ESTÁ SOBRE MÍ».

¡Claro que tengo que pensar cómo hacer las cosas, cómo usar los lenguajes de hoy, cómo integrar la técnica y las redes en la evangelización…! Pero nada servirá si olvido lo esencial: estar lleno de Dios. La Iglesia nos ha enseñado desde antiguo cómo estar llenos de Dios: oración frecuente, lectura de la Palabra, participación en los sacramentos, vida comunitaria, etc, etc, etc…

Este es mi objetivo en este comienzo de curso tan interesante para mi familia y para mí: centrarme en lo importante y lo demás… llegará.

Un abrazo fraterno

Nube baja (Éxodo 40, 16-21. 34-38)

La nube del Señor… Siempre sobrevolando mi cielo. Presencia continua. Yo la siento ahí. La veo. Es Dios, que está siempre. Es el Espíritu que sopla. Es la mano que me guía. nubebaja

Siempre dispuesto a levantar el campamento e irme, caminar tras el Señor, a tierras nuevas, lugares distintos, misiones particulares…

Esperar es lo que más me cuesta. Ese tiempo en el que toca estar, reposar, trabajar día a día en algo, con la sensación de que la nube se levantará pronto, con la sensación y con el deseo…

Señor, hoy te pido concreción. Que la nube se levante, que me guíe, que me lleve, que no deje que me pierde, que me extravíe, que me acomode…

Un abrazo fraterno

Envía tu luz y tu verdad (Salmo 41)

Ha sido un fin de semana marcado por «La Misión». Sí. Se está convirtiendo ya en una especie de tradición visualizar la película de Roland Joffé entera o, al menos, su primera parte en tiempo de cuaresma. «La Misión» es una maravilla. Es un detalle tras otro, es un mosaico de guiños de aquello que debe ser un camino hacia la verdad de uno mismo, hacia Dios… un camino de purificación. Un Rodrigo Mendoza incapaz de coger su vida en sus manos. Un Padre Gabriel convencido de que el Amor es el camino de salvación, respetuoso con las personas, lleno de Dios. Un camino cargando aquello que nos pierde, nuestras heridas, nuestras máscaras, nuestro pasado… Rodrigo Mendoza se descubre pequeño, humillado, embarrado, sucio… Y es con el perdon de los guaraníes con el que se reconcilia con su historia, con su prójimo, con Dios. Es ese saberse perdonado, amado y aceptado el que transforma su existencia. Ya es capaz pues de recibir el abrazo de Gabriel y la Palabra del Padre.

Cuaresma debe ser un tiempo de luz y verdad y cierto es que puede prolongarse largo tiempo en nuestra vida. Pero es imprescindible atreverse a pasarlo. Si queremos encontrarnos con el Resucitado debemos primero enfrentarnos con la verdad de lo que somos. No hay otro camino. Y, desde luego, es tremendamente duro.

Un abrazo fraterno