Recogido y admirado (Lucas 11, 15-26)
Hoy me postro de rodillas ante el Señor y me pongo delante de Él sin ser capaz de interiorizar adecuadamente la Palabra. El Evangelio se me hace tan difícil… misterioso… Lo acojo desde mi pequeñez y le pido a Dios que, el mero hecho de leer la Palabra, haga luz en mi oscuridad.
Desde que me levanté ronda por mi mente una persona, con la que creo haber soñado, y es como si hoy tuviera que tenerla especialmente presente. Cosas del Señor. Yo la traigo aquí conmigo, en mi oración. La cojo de la mano y la acerco. Tal vez lo necesite, tal vez sea yo quién necesite del calor de su compañía, del fragor de su fe, de su gran pequeñez.
Como ves, Padre, hoy es día de silencio, de admiración, de humildad, de mirada y no de palabra. Hoy es día de recogimiento y de gestos. Así lo siento.
Un abrazo fraterno