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Evangelio para jóvenes – Domingo 15º del Tiempo Ordinario Ciclo A – En recuerdo de Fray Pablo Mª de la Cruz Alonso Hidalgo

Ayer nos encontramos con la muerte de Pablo, joven exalumno y amigo de muchas personas cercanas. Se va demasiado pronto, sin duda, y la tristeza es inevitable. Pero, por otro lado, ¡ojalá todos pudiéramos llegar al momento más importante de la vida como llegó Pablo! Como decía Robin Williams en la emocionante «Patch Adams», la muerte no es el enemigo. Pablo ha hecho que su vida, su enfermedad y su muerte, sean el testimonio actual y real de la acción del Espíritu en la vida. Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 13,1-9]:

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y toda la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló muchas cosas en parábolas:
«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron.
Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta.
El que tenga oídos, que oiga».

Hoy, la mayoría de la personas del mundo se levantarán sin saber quién es Pablo. Su presencia y su impacto podría considerarse, pues, inútil. En la época de los medios, del multimedia, de la viralidad, de las redes y de los influencers… ¿qué efecto puede tener el viaje de un joven fraile carmelita a las manos de su Padre? ¿Y aquellos que lo han conocido y han vivido de cerca su vida? ¿Se olvidarán pronto? Y si ni él consigue convertir a nadie con tremendo testimonio, ¿a qué podemos aspirar los demás, que todavía somos más pequeños, más torpes, más pobres? Os dejo tres ideas para meditar el evangelio de hoy:

  • «Salir a sembrar» – Salir. Sembrar. Dos verbos que implican acción. Primero, abandonar la casa, los muros, el calorcito del hogar, la seguridad detrás de una cerradura. Salir ahí afuera, temprano, con frío, sin saber bien qué pasará, sin controlar las condiciones meteorológicas, con poco que ofrecer pero con gran confianza. Sembrar es un acto de amor y de confianza: pongo lo poco que tengo, pequeño, a disposición de la tierra y de la acción de Dios. Una vez lanzada la semilla… ya nada depende de mí. Pablo salió y sembró. Podía haber afrontado su enfermedad en su casa, agazapado, entristecido, pensando que ya nada tenía que ofrecer. No lo hizo. Hablaba de ello, siguió viviendo alegre, siendo amigo de sus amigos, participando en oraciones y sacramentos, amando a sus padres y familia y dando el paso de profesar como fraile carmelita sabiendo que iba a tener poco tiempo para ejercer. Y su actitud fue… «¿Y? ¡A SEMBRAR HASTA EL FINAL!»
  • «La semilla» – La semilla no es el fruto. La semilla es algo microscópico, insignificante. Es «vida en proyecto», «amor en proyecto», «fruto en proyecto». La semilla… puede ser… pero todavía no es. La semilla no es espectacular, ni llamativa, ni impactante, ni ruidosa. Por eso no te agobies pensando en qué puedes ofrecer tú, qué puedes aportar al mundo, qué puedes hacer para evangelizar y ser testigo de Jesús. Sal y siembra, sal y sé tú. Sal y ofrece tus pequeñas pobrezas, tus inseguras certezas, tus delicados y sencillos actos de amor, la humilde acción de Dios en tu vida. Sal y sé tú de verdad. Y olvídate de lo demás. Deja que Dios sea la lluvia, deja que Él sea el sol, deja que Él haga el milagro de hacer germinar algo que, a ojos de todos, parece muerte e inservible. Pablo es la semilla. Su muerte es la semilla. Su vida es semilla. Así, sin más. Y no será él quién la haga fructificar. ¡Pablo ha salido y ha sembrado… y se ha ido! ¡Qué mejor escenario para comprobar la maravillosa capacidad de Cristo de sanarnos a todos con su siembra!
  •  «El terreno» – No todo terreno es propicio. Ni el de otros, ni el nuestro. Pero el evangelio muestra con sabiduría popular cómo la vida se abre paso allí donde sólo parece haber piedra y sequedad. Seguramente mucho de lo que intenta Dios contigo y mucho de lo que intentas tú con otros… se pierde. Mucha de nuestra tierra no está trabajada, o está demasiado expuesta. Pero, a la vez, en ti y en cada uno… hay tierra fértil. La naturaleza, Dios, no necesita un vergel para que su Reino se abra paso. Un grieta le es suficiente. Un ápice de fecundidad, un rayo de luz, un salpicar de la lluvia que, raramente, cae en el desierto… le son suficientes. Confiemos en Dios y su capacidad arrolladora de salvarnos a todos. A través de Pablo, hoy, Dios ha entrado por sitios insospechados, en corazones secos, en almas despistadas, en rincones oscuros… Ha entrado y se hará sitio.

No conocía mucho a Pablo. No le di clase y no tengo gran recuerdo de él en el cole. Lo conozco más por lo que otros me han ido contando, por lo que de él he ido leyendo y oído y visto. Pero tengo la mirada lo suficientemente nítida como para percibir que lo que Salamanca despedirá mañana, en su entierro, lo recibirá, sin duda, en lotes de fe que la harán estar más cerca de Dios.

Pablo, un abrazo, para ti y para Cristo. Nos encontraremos cuando llegue el momento. Mientras, cuídanos, guíanos y habla bien de nosotros a la Madre, al Padre y al Espíritu que debe seguir empujándonos cada día. Aleluya.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 5º de Cuaresma Ciclo A

Este fin de semana fui consciente de una batalla que se está librando en mi interior: la fortaleza contra la vulnerabilidad; el Santi capaz de todo contra el Santi necesitado de todo. Es una batalla que remueve todo, que desestabiliza mi alma muchas veces y que tiene ya cierta antigüedad. Seguro que tú también la has luchado alguna vez. Pero, ¿es posible vivir sin vulnerabilidad? ¿Es posible vivir con plenitud sin sentir permanentemente el aliento de la fragilidad en la oreja? ¿Qué hace Dios con todo esto? Escuchemos el Evangelio de hoy [Jn 11,3-7.17.20-27.33b-45]

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús: «Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

La muerte es el final del camino. Cuando llega, la vida se acaba. ¿Has perdido a alguien cercano? ¿Sientes su ausencia? ¿Te has sentido tú muerto en vida alguna vez? ¿Has sentido que tenías pocas ganas de vivir? ¿Te has sentido tan perdido, tan frustrada, tan desorientado, tan falta de luz… que te has sentido como en una tumba? ¿Has vivido alguna ruptura, algún momento en el que todo parece acabar, romperse, frustrarse…? ¿Tiene Dios algo que decir en todo esto? Te dejo tres pistas:

  • «¿Por qué Dios no aparece cuando lo necesitas?» – ¡Venga! ¡¿Es una broma?! ¡¿Lázaro se pone gravemente enfermo, sus hermanas acuden a Jesús y éste… decide acudir tarde?! ¡Hizo lo mismo que tú sientes que hace contigo muchas veces! Le llamas, le buscas, le pides… y no acude… todavía. ¿Por qué Jesucristo permitió que su amigo muriera? ¿Por qué Dios permite que la muerte, la depresión, la violencia, la enfermedad, el dolor… lleguen a tu vida? ¿Y por qué calla tantas veces cuando tú más inquietud sientes?
  • «¿Crees esto?» – Leo el texto una y otra vez y no soy capaz de saber si Jesús se emociona y llora por la pérdida de su amigo Lázaro o por la fe de su hermana Marta. Algo grande va a suceder. Dios está a punto de manifestarse en toda su Misericordia. La misión de Jesús va a dar el paso definitivo antes de la cruz. Porque Dios sólo sabe hablar el lenguaje de la Vida, del Amor, de la Luz. Ten fe, pues, cuando sientas que todo se ha acabado, que ya no hay salida, que la enfermedad ha vencido, que la muerte es el final, que no puedes caer más bajo… Ten fe. Acude a Él. Espera su llegada. Y ¡cree! ¡Cree! Él obrará el milagro y te devolverá la vida, la paz, la luz.
  • «La losa, las vendas, el sudario… la comunidad que salva» – ¿Cuáles son las losas que te pesan, que impiden que entre la luz en tu vida, que te encierran en una espiral de dolor, de perdición, de tristeza, de oscuridad? ¿Cuáles son las vendas que otros te han puesto y que te impiden ser tú, que te impiden caminar por ti mismo? ¿Cuáles son los sudarios que cubren tu cabeza y que te impiden ver bien, tomar buenas decisiones, sentir la caricia de lo bueno de la vida y de las personas? Jesús resucita a Lázaro pero «su» milagro no rehabilita plenamente a su amigo. Jesús cuenta y necesita a una comunidad que ama a Lázaro y que le ama a Él, y que está dispuesta a colaborar «para que el muerto vuelva a vivir». ¿Qué hay de ti? ¿Tienes una comunidad,, un grupo, personas cerca que puedan ser manos de Dios y ayudar, llegado el momento, para que salgas de tu tumba?

El próximo domingo será ya Domingo de Ramos. La resurrección de Lázaro es considerada por muchos teólogos y biblistas como el detonante definitivo del proceso de persecución y muerte de Jesús. El impacto y el estupor causado a muchos judíos poderosos e influyentes, derivó en la certeza de que había que acabar con Él. Jerusalén estaba cerca. Todo se precipitó. Y ahí vamos nosotros, de lleno a una Semana en la que contemplar a Jesús es también contemplar nuestra propia vida. Que el Señor nos acompañe.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Jesús Merino, el niño cántabro que se fue al cielo en Land Rover

Pasaba un poco de mediodía cuando sonó el teléfono. La espera concluía. Jesús, con su maleta ya hecha hace días, emprendía su último viaje, la última obediencia y, con certeza, la más afortunada. Pese a su enfermedad, estoy convencido de que marchó riendo, alegre, sabiendo que iba a encontrarse de nuevo con sus «papis» y que iba poder abrazar a Aquel del que se enamoró en su juventud y por el que dio su vida hasta el último suspiro.

Han sido horas de tristeza. Tal vez porque no espéramos su marcha tan pronto, tal vez por no habernos podido despedir como nos hubiera gustado, tal vez por empezar a sentir ya el silencio que deja, el vacío que ya no va a ser llenado por nadie. Me he permitido llorar a lágrima suelta y, enseguida, he ido a refugiarme en el Señor. Mi mujer, mis hijos y yo tuvimos un pequeño momento de oración y pusimos a Jesús en las manos misericordiosas de Dios. A estas horas ya estará conociendo el Paraíso y preguntando si en el cielo hay wifi para poder seguir la actualidad mundana desde su inseparable iPad.

Repasando un poco todo lo vivido con él estos 6 años, es difícil quedarse con pocas cosas de Jesús. Tenía un carácter fácil que permitía vivir con él sin tensiones ni especiales dificultades. Pero ciertamente, si alguien me preguntara «quién era Jesús Merino», hay varias realidades que me permitirían describirle pese a los pocos años que estuve a su lado.

LA ALEGRÍA COMO NORMA DE VIDA. Jesús era alguien alegre, tenía ese don. Desde que se despertaba hasta que se acostaba, ya hiciera calor o frío, Jesús estaba alegre. Era una alegría profunda que brotaba de una mirada agradecida a todo y a todos los que le rodeaban. Su risa era contagiosa y sus bromas constantes. Pillo y sagaz unas veces, socarrón otras y rebosante en sus formas. Llenaba la comunidad de buen humor y, aunque eso parezca menor, creo que él sabía perfectamente que, lo contrario, era la muerte anunciada de cualquiera proyecto comunitario. Una comunidad que no ríe junta no es comunidad. Y eso él lo sabía.

ESCOLAPIO HASTA LA MÉDULA. Ese don de la alegría bebía con fuerza de su vocación religiosa escolapia. Le encantaba contar cómo de jovencito moldeó y descubrió su vocación entre los muros de su colegio de Santander. Una niñez enfermiza no hizo más que ir acrecentando su amor por Jesús de Nazaret y por Calasanz, hasta que se decidió a dar el paso. Y hasta hoy. Jesús no dejó de ser escolapio ni un sólo día, estoy seguro. No dejó de serlo en estos 6 años, jubilado y sin gran actividad, con achaques, con pandemia… ¿¡Cómo iba a dejar de serlo antes, rodeado de niños, de pobreza y de hermanos en la misión!? Imposible. Tal vez, el secreto de Jesús para ser un buen escolapio, y de paso un buen cristiano, es haberse creído aquellas palabras del Señor: «Os aseguro que si no cambiáis y os volvéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18, 3). Jesús supo ser niño hasta el final de su vida en la Tierra, por lo que tiene el Paraíso garantizado. Nada más aterrizar en Salamanca, y casi sin conocernos, su primera medida como rector fue llevarnos al circo… Y siendo niño, fue escolapio. Verle era, sin duda, la mejor campaña de pastoral vocacional que uno podía imaginar. Nunca una crítica. Nunca un desdén. Nunca una queja. Sólo buenos recuerdos de toda su trayectoria. Nombres, alumnos, experiencias, lugares… llenos ahora de su fragancia.

CONTAR HISTORIAS, TEJER RELATOS. Contar historias. Esa era su manera, al estilo de Jesús de Nazaret (tocayo de altura), de transmitir sus sentimientos, sus ideas y sus reflexiones. Contaba historias en las reuniones de comunidad, en las comidas, incluso en las mismas Eucaristías. Sus homilías eran pequeñas (a veces grandes) parábolas en las que solía trasladarse a su Santander natal, a su querido Villacarriedo o a su amada África. Disfrutaba contando y poniendo palabra a los recuerdos que, en su aniñada vejez, le ayudaban a seguir siendo un escolapio de los pies a la cabeza. Hacernos partícipes de sus historias nos permitió conocerle, quererle y disfrutarle, a él y a las personas que iban apareciendo en sus relatos. Jesús supo encontrar también a Dios en su historia y a mirar atrás con satisfacción y en profunda acción de gracias por lo vivido. Ese legado ya es de todos los que pudimos poner la oreja a su lado.

LA TIERRA, LAS RAÍCES QUE ALIMENTAN. ¡Ay Cantabria! ¡Ay su Santander querida! ¡Ay su Villacarriedo adorado! Cómo amaba Jesús su tierra… ¡Consiguió hacernos a todos un poquito cántabros de adopción! Fue un placer poder disfrutar con él de un viaje comunitario a su tierra, en primavera de 2019. Murió siendo un gran embajador de su terruña. Una tierra que no era sólo espacio, mar, campo… sino también personas. Posiblemente nunca escuché a nadie hablar de su niñez como a Jesús. Hablaba de sus «papis» como un infante todavía juguetón. Hablaba de su casa, del restaurante de su familia, del lugar donde hacía los deberes, de los días solo sin poder ir al cole por estar malito… Sus raíces eran poderosas, por eso pudo crecer tanto y sin miedo. Había conocido el amor desde bien temprano y desde ahí lo fundamentó todo. Pero no echó raíces sólo en Cantabria. También en Colombia y en los diferentes lugares a los que fue enviado como escolapios. Pero ninguno como África. Si mis hijos tuvieran que decir dónde vivió Jesús su vida, estoy seguro que responderían: «subido a un Land Rover, en la carretera de Akurenam a Bata«. África, su amor de madurez. África, su paraíso en la tierra. África, el mayor de sus desvelos. África, el cariño de sus gentes. África, la dureza y la pobreza de un mundo injusto. África, allí donde querría haber vuelto.

UN CIENTÍFICO DE DIOS. Biólogo, físico, químico, carpintero, chapista, naturista… Sus conversaciones con el P. Luis de naturaleza llenaban las comidas y las cenas comunitarias. Amaba la ciencia y sabía transmitir a Dios entre tubos de ensayo, óxidos de cobre, insectos y experimentos. Su afamado método para encontrar agua en el subsuelo era la delicia de grandes y pequeños. Y su labor como taxidermista era también impresionante. Los laboratorios de varios de nuestros coles están llenos de animales disecados y preparados por unas manos diestras y llenas de calasancia paciencia. Su amor por todo bicho viviente era reflejo del amor por su Creador y de su espíritu abierto a la continua sorpresa que encierra nuestra madre Naturaleza. Una de sus ilusiones era ir al quiosco cada quincena a recoger el fascículo y el animal de una colección de insectos que le regaló a mi pequeño Juan. Se fue dejando a medias una máquina de escribir centenaria, de mi abuelo, que estaba reparando. Así se quedará.

REFLEJO DEL ABBÁ DE JESÚS DE NAZARET. Jesús era una persona de fe. Siempre insistía en ello. «Más fe», «más fe» para la comunidad, siempre pedía. Una fe sólida, apegada a la tierra, sencilla, infantil. La fe de un niño en su papaíto. Abandonado en Él vivía. Y con confianza en Él se fue. Un creyente, una buena persona, un buen sacerdote. Tal vez no hay más. Sin adornos ni grandes demostraciones, Jesús fue una persona que supo acoger la salvación, el amor entregado, y devolverlo. Hizo de los pobres y de los más necesitados el eje de su vida. Y vivió consecuente con ello.

Atrevido boceto el que te acabo de hacer, Jesús. Incompleto, seguro. Subjetivo y sesgado. No puede ser de otra manera. Te echaré mucho de menos, lo sabes. Te llevas demasiado y nos dejas un poquito más huérfanos de Calasanz. No quisiste que Gabino se hiciera con la suya hasta en esto. ¡Vaya par de liantes! ¡La que estaréis montando ahí arriba! Disfrutad mucho y preparadlo todo para cuando nos volvamos a ver. Un poquito de pan y unos riojanitos se agradecerán después de un último viaje. Besos a tus queridos «papis» y háblale bien de nosotros al Empresario Mayor. Seguro que tú consigues que nos mire con más condescendencia…

Te quiero Jesús. Hasta pronto.

Los ataúdes que llevamos a hombros (Lc 7,11-17)

A veces se nos escapa la vida. Se nos mueren recuerdos, sueños, ilusiones, anhelos, esperanzas. Se queda sin voz aquello que más nos hace sentir vivos. El silencio embarga el horizonte y asumimos, con tristeza, que toca enterrar a alguien, a algo.

Jesús ve vida donde nosotros vemos muerte. Jesús es el que resucita, el que devuelve la voz, el que vuelve a poner en pie, el que convierte un entierro en un desfile de gozo y alegría. Jesús es el Señor de la plenitud, de la felicidad; el que escucha nuestros llantos y se cruza en nuestros caminos. El que se acerca y toca nuestras heridas, nuestras muertes particulares, nuestros fracasos profundos, nuestras pérdidas irreparables… y nos coloca de nuevo en el centro, nos inserta de nuevo en la comunidad, restituye nuestra dignidad, cicatriza la herida abierta.

Hoy Señor, que te cruzas conmigo en este ratito de oración, pongo delante de ti todo eso que tengo a pie de cementerio. Pongo a ti mis dificultades, compartidas hoy con un hermano. Pongo ante ti mis expectativas frustradas. Pongo ante ti mis incapacidades con los que quiero. Pongo ante ti la soledad que no soy capaz de acompañar de aquellos que me rodean. Pongo ante ti mis heridas calladas, dolorosas y llevadas en silencio. Pongo ante ti el sueño tambaleante y, también, hoy especialmente, mi miedo a fracasar.

Toca mis ataúdes. Tócales y devuelve a la vida lo que contienen.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¡Abuela! ¿Cómo se ve todo desde el cielo?

Hoy a las 7:30 de la mañana, mi tío ha llamado a mi madre para contarnos que la «yayina» (así la llamaba yo) nos había dejado. A sus 90 años, después de 14 con alzheimer, y tras unos días con complicaciones varias, ha llegado el momento de hacer el viaje más importante de su vida: dejar el mundo que la vio nacer y volver a casa.

Mi yayina se llamaba María. No podía tener otro nombre mejor. Ni mejor apellido materno: Dulcet. Pareciera que hubiera cursado algún máster intensivo con María, la Virgen, y que hubiera captado a la perfección de qué iba eso de ser esclava del Señor. La yayina era una persona dulce, muy dulce; de gesto grácil y elegante, comedido; más bien tímida y de prudencia virtuosa. Tenía gran sentido del humor, de risa amplia y buena amante de la música. Comía muy despacio y fue una auténtica maestra en vivir la vida a fuego lento. Licenciada en lo pequeño y artista del detalle cotidiano, supo encontrar la felicidad tras los rincones que, como mujer y madre y tía y abuela y bisabuela, le ofrecía cada día. La cocina era uno de lugares de encuentro con Jesús de Nazaret. Entre fogones, sartenes y cacerolas, supo ponerse al servicio de todos los que llenaban un hogar donde siempre hubo sitio para uno más. Recuerdo verla llegar del mercado, con el carro hasta los topes, feliz de tener tanto que hacer para tantos. También en el lavadero, subiendo las escaleras camino de la terraza, pasaba mucho tiempo, mezclando detergentes y suavizantes. Disfrutaba con la colada y con ese aroma a limpio llenaba luego cada pasillo por el que pasaba. Despistada en grado máximo, sabía reírse de sí misma. No la recuerdo preocupada, y lo estaría, ni enfadada, y lo estaría. Supo vivir la vida que se le regaló. ¿Hay mayor respuesta al amor de Dios? ¿Hay amor más grande que saber acoger el amor que se te da?

Yo soy su nieto mayor. Supimos disfrutarnos mutuamente. De pequeño, ella y mi avi me llevaban algún domingo con ellos a misa de 9 a la Catedral de Barcelona. Y con ellos visitaba cada año el Parque de Atracciones de Montjuïc, cerrado desde hace unos años. Supo, con mi abuelo, disfrutar de sus nietos desde que éramos pequeños. Sin grandes alaracas. Sin ruido. A su lado aprendí a amar los trenes y soñé con ser jefe de estación, de esos de gorra, bandera roja y silbato. Uno de los recuerdos más sólidos en mi memoria es llegar a la estación de Barcelona Sants, en el antiguo Estrella, en el vagón de coche-cama, con mi madre y mi hermano, con medio cuerpo fuera en la ventanilla bajada para saludar a mis abuelos, que esperaban en un andén sin tantas medidas de seguridad como hoy pero con mucha más humana cercanía. Siempre me defendió en las refriegas familiares y supo conectar con lo mejor que llevo dentro. Sin exigencias, sin condiciones, sin normas, respetándome al máximo, supo quererme como abuela. La lección que deja es lapidaria: si quieres que te quieran, empieza por querer tú.

El Evangelio de hoy, 18 de julio de 2018, habla muy bien de su fe. Una fe reservada a los pequeños, a los sencillos. Una fe tremendamente mariana, rumiada en el corazón, disponible sin entender mucho, volcada en amor, familiar, maternal y de gran esperanza. Fue teóloga del hogar y supo conocer a Dios y verle en cada uno de los acontecimientos que fue viviendo. En estos años de alzheimer, si de algo se acordaba, si algo decía, era su confianza total en Jesús y su esperanza en un cielo que debemos anhelar y esperar.

Por eso, yayina, hoy es un día triste pero lleno de esperanza y alegría. Ahí arriba vuelves a estar a tope. El alzheimer es cosa del pasado, tu viudedad terrena ha terminado y, junto al avi, a tus padres, a tus hermanos, a tus amigos, disfrutas ya de una merecida jubilación en el amor. ¿Cómo ha sido ese primer beso con el avi después de tantos años? ¿Hay también droguería Boter ahí arriba? ¡Conociendo a los Boter, no lo dudo! Seguro que el cielo ya huele a canelones y que te has hecho a tu nuevo hogar, lleno de gente. Seguro que vuelves a reír como antes y que ya habrás hecho migas con la Madre, tan parecida a ti. ¿Le has pasado ya tu receta del pollo asado? Y recuerda, en este Banquete te toca sentarte la primera, ¡qué cocine otro! ¿Es bonita la mesa del Banquete del Reino? Yo me la imagino como la nuestra… qué imaginación tengo… ¿Cómo se ve todo desde el cielo? ¡Ni una suite del Ritz tiene vistas mejores! La perspectiva es única. ¿Están las cosas tan mal como nos parece a los de aquí abajo? ¿A qué no? Yo creo que desde ahí es más fácil ver la luz… Aquí abajo a veces nos da la sombra y nos desorientamos. Ahora te toca cuidarnos y protegernos y guiarnos y seguir queriéndonos como hasta ahora.

Bueno yayina, me voy despidiendo. Lo hago en mi nombre y en nombre de los que están aquí conmigo. Para tus bisnietos también serás siempre la yayina. ¡Les he contado tantas cosas! Tu alzheimer te hizo perder mucha memoria pero no te preocupes. Tarea nuestra es transmitir, generación tras generación, quiénes somos, de dónde venimos y cuánto os debemos a los que nos habéis precedido. En eso, yo cumplo.

Gracias por habernos hecho mejores a todos. Molts petons yayi. Fins que ens tornem a veure.

El teu nét

Santi

 

Imagen de Dani Sigalat

Cuando el dolor golpea fuerte (Mt 8,5-17)

Cuando el dolor golpea fuerte, cuesta ponerse en pie. Una mezcla de falta de entendimiento, de turbación, de rabia, de tristeza, de fragilidad… lo ocupa todo. Es como si el corazón se tornara negro en un momento y rezumara humo del vacío que se quema adentro. En situaciones así, cuesta dar palabras de aliento. Tal vez el silencio y la mano tendida sean más eficaces que lo que a la boca se le puede ocurrir.

Han sido horas difíciles en el entorno de las Escuelas Pías Betania. Se nos ha ido un joven, un alumno, un hijo, un hermano, un amigo, un compañero. Así, de repente, como una bomba sin piedad que explota y se lo lleva todo a su paso, sin esperarlo. Deja un vacío que no se llenará nunca. En muchos. Y en este momento, recibo el evangelio de hoy y necesito repetirme la última frase: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades». La repito una y otra vez. Tal vez para escapar de la tentación de ver en Dios al culpable del sin sentido y, en cambio, ver en Él a aquel que carga en estos momentos con un sufrimiento tan grande. Y la completo: Él habitará los vacíos que el amor nos deja.

Es la hora de la FE. Es momento de creer y de mirar a Jesús cara a cara, de acudir a Él como aquel centurión romano que sabía a quién le pedía ayuda. Es momento de dejarnos sostener, de abandonarnos, de caer. No tengamos miedo de caer. Hay alguien que nos recogerá y cargará con nosotros. Y nos acariciará. Y nos alimentará. Y nos insuflará su Espíritu hasta que seamos capaces de volver a sostenernos en pie de nuevo.

Y tú, que ya estás a su lado, cuídanos. Háblale bien de nosotros. Protégenos. Y prepara la eternidad para cuando volvamos a vernos. Y entonces la alegría no nos cabrá en el pecho.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Encuentros casuales con Jesús (Lucas 7, 11-17)

ScreenShot576Ayer tuve un intercambio de reflexiones por twitter con @fsargomedo. Todo venía  a raíz de un tuit que él publicó y al que yo respondí. El Evangelio de hoy me lo ha recordado. ¿Necesitamos algún previo para que Cristo nos cambie la vida? Puede que sí, puede que no.

Hoy el Evangelio nos narra un encuentro. Jesús se encuentra con alguien muerto, completamente muerto, totalmente muerto. Nada se puede hacer ya. El muerto no toma decisiones, ni toma la iniciativa, ni piensa, ni propone, ni elige… El muerto no es libre fundamentalmente porque ya no es… Lo ha perdido todo, todo. ¡Esto es lo que hace maravilloso este encuentro!

Jesús es capaz de aprovechar algo circunstancial. Jesús no depende ni siquiera de mi voluntad de buscarlo, de seguirlo, de quererlo… Cristo es capaz de devolver a la vida aquello que está muerto sin necesidad de que nadie se lo pida, sin necesidad que el afectado sea de una manera o de otra… A veces pensamos en un Cristo, en un Dios, al que maniatamos en su poder, en su acción, en su amor infinito. Lo pensamos desde nuestras medidas, desde nuestros parámetros, desde nuestra lógica y desde nuestro concepto de justicia y amor… y lo hacemos preso de nuestras limitaciones.

Jesús pasa. Puede pasar por delante mío de nuevo, por delante tuya. Y puede cambiarte la vida. Ojalá. Ojalá todo aquello que está muerto, vuelva a la vida.

Un abrazo fraterno

Día de difuntos… a la luz del libro de Sabiduría

cementerioUna de las lecturas propuestas del día de hoy es del libro de la Sabiduría, un libro bastate novedoso en muchos de sus planteamientos para su época. Hoy la verdad es que ha inspirado mi oración a raíz de alguna de sus frases. Viene a decir la Palabra en Sabiduría que, pese a la derrota que parece la muerte, aquellos que nos han acompañado siguen vivos, que su espíritu permanece entre nosotros. Y me acordaba de tantas cosas…

El día de Difuntos es un día para el recuerdo. Ése puede que sea el trasfondo de la avalancha en los cementerios, flores en mano, que se produce en muchos lugares de España. Yo lo viví de niño. Mi abuelo paterno murió siendo mi padre un adolescente y fue siempre tradición (y más siendo gallegos) ir a poner flores a su tumba la familia entera y rezar juntos padrenuestros y avemarías por su alma allí delante. Ese era el único recuerdo compartido de mi abuelo que se vivía en familia. Por otro lado, mi familia materna lo hace de manera distinta. Nunca nadie visitó el cementerio para ir a ver a mi abuelo materno pero su recuerdo en casa es constante y alegre. Son dos modelos y los dos son válidos y expresión de un sentimiento colectivo. Ambos me han configurado y me sirven hoy para recordar a mis antepasados igual que hacían ya los antiguos. Recuerdo con agrado las escenas de Gladiator en las que Máximo se encontraba con sus muertos y los hacía presentes en su día reconociendo que, de alguna manera, ellos seguían viviendo en él.

Y por último, pensaba lo incoherente de la vivencia cristiana mayoritaria con respecto a la muerte. Por un lado la creencia en la Resurrección y el encuentro con el Padre después de la muerte y por otro unas celebraciones tristes, lloros por doquier, tristeza y lamentos dramáticos y una especie de tabú y halo misterioso que nos educa desde niños en una visión temeraria del fin de la existencia.

Ojalá nos paseáramos más por los cementerios en vida, como decía el gran humorista catalán Capri. Pasearse en vida. Trascender el sentido de la vida y descubrir lo importante que es centrarse en el presente y en lo importante.

Mi recuerdo hoy es para aquellos que me precedieron.

Un abrazo fraterno

¡Ya no tiene miedo! (Tb 1,3;2,1b-8)

Yo sigo teniendo miedo. Me tensa menos que antes pero sigue ahí. Miedo a la enfermedad. Miedo a la muerte. Miedo al dolor.

Ha sido un día en el que he estado dándole vueltas a dos noticias recientes: la enfermedad de un hombre cercano a una de mis hermanas de comunidad y la desaparición de un avión en pleno Atlántico. Y lo cierto es que estoy lejos de poder consolarme en el Padre cuando el dolor que me genera el miedo a que me suceda lo mismo me moviliza. El hombre del primer caso tiene un cáncer agresivo que lo está matando. Es joven y tiene niños de apenas 10 años y menos. Me pongo en el casaviono y me resulta imposible. Pensar en mi dolor y en el dolor de mi mujer y mis hijos me pone malo. Me sobrepasa. Y lo mismo me sucede cuando intento ponerme en el lugar de aquellos que, en medio de un vuelo tranquilo de vuelta a casa o de vacaciones, ven como la muerte los espera en medio del océano a través de un accidente brutal. ¿Cómo se comunica eso? ¿Cómo se le cuenta a un hijo, a un padre? ¿Cómo levantarte a la mañana siguiente? ¿De dónde sacar vida?

Este es mi oración de hoy. Poner delante del Padre mi miedo, mis miedos. Y el recuerdo para aquellos que sufren.

Un abrazo fraterno

Se acerca vuestra liberación (Lc 21, 20-28)

¿Puede llegar la liberación antes de haber tocado fondo? Lo que hoy escucho en el Evangelio me responde que no. No sé si mi interpretación y lo que escucho de la Palabra de hoy tiene mucho que ver con esto que digo pero es lo que me ha venido nada más terminarlo.

Esta conclusión no la he descubierto hoy. Va a hacer dos años ya de la pascua que celebramos la comunidad junta en Cercedilla. Recuerdo trabajar un material para proponernos una profundización y reflexión en esos días santos y recuerdo uno de los descubrimientos más impactantes a nivel de fe personal. fondo.jpgLa muerte de Jesús es una muerte REAL. Cero. El vacío. El fondo. El no ser. El dejar de ser. El silencio de Dios. El sufrimiento previo. Sólo ahí es posible la Resurrección. Esto, que parece tan obvio y claro, he descubierto que es algo que solemos manipular con frecuencia y solemos quedarnos en «medias muertes» o en alguna crisis o en un mal momento o en una época difícil… ¡y luego pretendemos resucitar! Sólo es libre quien se encuentra con Jesús resucitado, quién siente y experimenta esa resurreción. Y para eso hay que morir. No me gusta demasiado aunque mi cabeza lo entienda perfectamente…

A nivel de Iglesia aplico el mismo razonamiento. Creo que esta época de persecución, de laicismo, de olvido de Dios, de crisis de la institución, de pérdida de confianza hacia la jerarquía, etc… es una época que puede ser clave para que una Iglesia purificada, más libre y verdadera, nazca de nuevo. Hay cosas que deber tocar fondo… (mejor no hacer anuncios publicitarios para evitarlo).

Un abrazo fraterno