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La notoriedad de la pureza (Mt 20,17-28)

Me alegra ver que la Iglesia cada vez está más presente en las redes sociales. Cada uno, con su carisma, aportando luz en lugares donde, normalmente, es fácil ver desprecio, insultos y críticas desmesuradas. Ir hoy a las redes es también «subir a Jerusalén» de alguna manera. Es más fácil, sin duda, no ir.

Pero en este mismo movimiento, como los discípulos en su momento, nos vemos delante de tentaciones sutiles que provocan también entre nosotros salidas de tono. Ese «querer ser más» de entonces, que leemos en el Evangelio, sigue muy presente en mucho de nuestro ser creyentes. Por eso vemos cada día a curas, laicos y monjas cuestionando a otros muchos hermanos en pos de la pureza, la tradición, la renovación o vaya usted a saber. Hablan de ellos mismos aparentando hablar de Jesús y se promueven a ellos mismos con la sutileza de aquellos que piensan estar siendo «los mejores discípulos».

El tentador es inteligente y sabe jugar sus cartas. Mientras, nosotros, seguimos sin enterarnos de mucho.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Notoriedad eclesial (Mc 1,40-45)

Cómo nos gusta tener notoriedad. A mí el primero, Señor. No pasar desapercibido. Tener algún pequeño momento de gloria. Ser reconocido. Es como si lleváramos en las venas el gustillo por ser mejores que otros, por ser más poderosos e influyentes.

Tú eras el Mesías y nos enseñas de qué va esto. Por eso te crucificaron, entre otras cosas. Porque no entraste al juego de la notoriedad. Los que esperaban un Mesías canciller, cacique, general de los ejércitos, libertador político, etc. se quedaron con las ganas. Tú sólo sabes de amor, no de notoriedad.

Ayúdanos, Señor. Ayúdame sólo a amar y no a figurar.

Un abrazo fraterno – @scasanovam