Experimentar la propia parálisis… (Mc 2,1-12)
Experimentar la propia parálisis. Tremendo. ¡Cómo me cuesta! Experimentar mi incapacidad, mi herida, mi enfermedad, mi corazón paralizado, mi desamor, mi límite, mi finitud, mi flaqueza, mi debilidad. Experimentar la total necesidad del otro para ser yo mismo.
Yo, que me creo fuerte, autónomo, potente, valioso. Yo… ¿Paralítico? ¡¿Yo?! ¡¿Yo necesitado?! A veces es una imagen terrible. Otras veces, gracias a Dios, voy degustando y paladeando la maravillosa experiencia de «ser llevado», de «ser cargado». Porque los míos, cargan conmigo. ¡Conmigo! ¡Yo! ¡Que me creo salvador de otros, luz para otros, sanador de otros! Yo soy carga que otros llevan.
En ese «ser cargado» y «ser presentando» ante Jesús en mi total finitud, en mi total pausa, en mi total no ser yo, voy encontrándome, por mucho que me pese. Estoy viviendo este momento vital. Descubro que no descubro a Jesús por mí mismo sino que descubro a Jesús en la relación con el otro, en la experiencia de «ser cargado», de «ser amado» en mi total limitación. Eso es amar. Y amando uno siempre acaba en Jesús.
Ojalá me siga dejando. Ojalá no oponga resistencia. Ojalá no saque del armario el disfraz de superhéroe. Porque mi poder radica en el «saberme amado», en el «saberme cargado», en el «saberme curado» por el otro, por el Otro.
Un abrazo fraterno