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La perseverancia de Pedro (Lc 5,1-11)
Pedro era un bocas. Metió la pata muchas veces, debido a esa forma de ser impulsiva y apasionada. Un echado para adelante, que acaba traicionando a Jesús y descubre la miel del perdón.
Pero a Pedro hay que reconocerle algo muy importante, que a mí me sirve hoy: confía en Jesús, ciegamente. Escucha y sigue al Maestro. Y aún cuando es difícil entender, cuando los frutos nos llegan, cuando las fuerzas se agotan, cuando la negrura llega… hace lo que le dice Jesús.
«Por tu palabra» Jesús, quiero seguir apostando por los jóvenes, encontrándome con ellos, proponiéndoles una manera de ser y estar, invitándoles a una Vida en mayúsculas. «Por tu palabra» Jesús, quiero seguir apostando por la vida comunitaria, con sus luces y sus dificultades, viendo en el hermano tu mirada y ofreciendo la fraternidad como signo de los tiempos. «Por tu palabra» Jesús, quiero perseverar en mi vocación, desgastarme, cansarme y vaciarme.
Ayúdame, Maestro, a seguir echando las redes.
Un abrazo fraterno – @scasanovam
Amar para perder el control (Jn 21,15-19)
Tres veces negó Pedro al Señor y tres afirmaciones le pide hoy Jesús para restituirse. Tres «¿me amas» que permitirán a Pedro hacer proceso. Amar al Señor no es una explosión de júbilo, pasión e imprevisión. Amar al Señor se saborea. Uno lo descubre y, poco a poco, va adentrándose en lo que se ese amor supone, significa y compromete.
La profecía sobre Pedro es sobre cada uno de nosotros. Todo aquel que ame al Señor estará dispuesto a ser llevado. No es que uno se vea anulado, ni subyugado ni hipnotizado. La voluntad no desaparece con la fe pero sí se somete al amor que de ella brota. Por eso era importante para Pedro estar seguro de su amor antes de que Jesús le hiciera ver lo que vendría.
En la historia personal con Jesús, cada uno de nosotros comienza con la sensación de ser el protagonista, el que elige, el que decide, el que se compromete aquí y allí. Si el amor, como en toda relación, va cogiendo profundidad y hondura, uno se va percatando de que el protagonista es Cristo, que es Él el que elige, que es Él que decide, que es Él el que te compromete y te coge ya la vida entera.
Este misterio es algo incomprensible para aquellos que quieren guardar una ficticia autonomía y libertad sobre su existencia. Apuestan por querer controlarlo todo, presos de su inseguridad; por un bienestar sin ataduras, presos de su complacencia; por un vivir de puntillas y superficial, presos de su temor a jugarse la vida. Yo, con mis limitaciones, prefiero optar por ir soltando lastre e ir permitiendo al Espíritu soplar en mis velas para conducirme hacia puertos inesperados.
Un abrazo fraterno
El diablo vestido de monje (Mateo 16, 13-23)
Recuerdo la visita que mi mujer y yo hicimos a los Museos Vaticanos el pasado mes de octubre. Fue una visita con guía llamada «Arte y Fe», que incluía la entrada a varios de los recintos desde una perspectiva creyente, catequética. Fue magnífica. Y recuerdo varias cosas especialmente. Una de ellas es la explicación que el guía nos hizo de la Capilla Sixtina en el comienzo de la marcha, fuera, delante de unos paneles. Y recuerdo que en una de las pinturas de las paredes laterales se plasma a Satanás, la presencia del Mal. Satanás no aparece tal cual sino disfrazado, vestido de otra cosa: de monje. Y recuerdo que el guía nos explicó que el artista quería mostrar con ello cómo el diablo suele presentarse disfrazado de algo bueno… es su manera de engañarnos, de camelarnos…
Hoy leo el muy conocido pasaje de «quién decís que soy yo» y me quedo orando con la última frase, con esa advertencia de Jesús ante la invitación de Pedro de no bajar a Jerusalén y afrontar todo ese sufrimiento. El diablo hace tropezar, dice Jesús. Y hace tropezar porque es mundano, piensa como los hombres, ofrece algo que es «bueno», «agradable», «placentero», «cómodo»… por eso es tan tentador.
La presencia del diablo es constante en nuestra vida y suele agudizarse, como pasó con Pedro, cuando uno más se deja guiar por el Espíritu, cuando más cerca está del Maestro, cuánto más le ama y más se deja amar por Él. El diablo viene a liarnos, a enredarnos, a confundirnos… nos tienta con aquello que sabe que entra en lo probable de nuestros pensamientos, de nuestras apetencias, de nuestras ideosincrasias… Si el diablo fuera muy evidente sería de fácil contraataque pero… no es evidente. No te hace tropezar en la curva sino más bien cuando camina en la recta, seguro de sí, desprevenido.
¡Qué lógico parece Pedro intentando que su Maestro no sufra! ¡Qué lógico y qué peligroso para Jesús!
Un abrazo fraterno
¿Quién soy yo para oponerme a Dios? (Hc 11, 1-18)
Supongo que lo que cuenta Pedro no debió ser realmente así. No creo que ninguna paloma ni ninguna lengua de fuego bajara sobre aquellos gentiles para hacer ver a Pedro lo que después explica. Suponiendo esto, la pregunta es clara: ¿Cómo se dio cuenta Pedro de que aquellos gentiles también hablaban y vivían desde el Espíritu?
Realmente interpela esta lectura. Esa capacidad de Pedro de descubrir el don de Dios en aquellos que «estaban fuera de la Iglesia». Pedro fue capaz de descubrir la huella y la firma del Espíritu en aquellos que, a priori, no participaban de la fe y de la experiencia de Dios según los cánones judíos. Esto sigue pasando hoy. A veces sigo convencido de que yo soy «el bueno», «el acertado», el que tiene la exclusiva del Espíritu sobre otras sensibilidades o caminos dentro de mi propia Iglesia o sobre otras personas, ateas, indiferentes, de otras religiones, etc…
Este don de Pedro es el final de un proceso personal complicado. Raro oírselo a ese Pedro de comienzos de la comunidad de los apóstoles. Tuvo que convivir años con Cristo, tuvo que aceptar a Mateo, tuvo que ser la voz cantante del grupo, tuvo que saberse traidor y beber de las aguas del sufrimiento, tuvo que sentir el miedo y la confusión, tuvo que guardar su espada… Don fruto del camino realizado…
Un abrazo fraterno