Ayer pude ver la película «Maixabel» de Icíar Bollaíny. Disfruté con las magníficas interpretaciones de Blanca Portillo y de Luis Tosar y saborée un guión basado en una historia tan real como la dureza de las balas que, en aquellos años, segaron la vida de tantos. Ya conocía la historia y, aún así, volví a admirar la valentía de esa mujer, de Maixabel, que no quiso dejarse arrastrar por el dolor, por el odio, por el pecado. Y hoy me encuentro con el relato del Hijo Pródigo… ¿Coincidencia?: Lc [15, 1-3.11-32].
En aquel tiempo, solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
– «Ese acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola:
– «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.»
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo,se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. »
Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, »
Pero el padre dijo a sus criados:
«Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.»
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
«Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.»
El se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
«Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.»
El padre le dijo:
«Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado»».
A esta parábola se la conoce como la parábola del Hijo Pródigo, aunque ciertamente no es el único personaje que aparece. Podrías buscar un adjetivo adecuado también para ese padre y para ese hermano mayor que aparecen también en la historia. Es un relato que cuenta tu historia, la nuestra, y que te habla de cómo es Dios. No es un relato alejado de la realidad sino más bien un relato que te pone delante del espejo y al que te recomiendo que vuelvas siempre que dudes del Dios en el que crees. Esta parábola es el corazón del Evangelio de Lucas. Te doy tres pistas:
- «El hijo pequeño, el vividor» – Eres tú. Eres tú cuando decides vivir la vida dejando a Dios a un lado. Eres tú, que ves por delante un sinfín de planes, aventuras, proyectos, llenos de promesas, diversión, placer… ¡Cuántas veces te gustaría hacerte más mayor de lo que eres para dejar de dar explicaciones a unos y a otros! ¡Cuántas veces te gustaría escapar, incluso, de ti mismo, porque la vida que llevas no te satisface! ¡Cuántas veces has buscado tu felicidad en la fiesta, el alcohol, el sexo, los videojuegos…! ¿Cuántas veces has querido olvidar que estás herido, herida, con mucho dolor en la mochila? Has probado el frío que supone «irte de casa». Te sientes sola tantas veces… Te sientes tantas veces desagradecido, malo, indigno… Tantas veces sientes que no estás a la altura, que no te mereces nada…
- «El hijo mayor, el cumplidor» – Eres tú. Eres tú cuando decides vivir tu vida con cobardía, cuando cumples el papel que se te ha asignado, sin más, y te vas llenando de rencor hacia todos aquellos a los que culpabilizas de no poder disfrutar la vida como otros. Parece que amas pero no es así; cumples, que no es lo mismo. Tu corazón es un volcán a punto de estallar que, cuando lo haga, arrasará con todo y con todos. Juzgas con rigor a los que han decidido buscar, salir, divertirse, dejar de creer, romper con tus principios, valores,.. Los condenas por envidia, No eres mejor que ellos. Estás lleno de heridas, como ellos, pero has decidido no moverte. Estás lleno de dolor, que guardas en silencio, pero has decidido estar «a la altura», «cumplir expectativas».
- «El padre, el Dios que sólo sabe amar» – No sé en qué Dios crees. No sé a qué Dios rechazas. Pero mi Dios es este. Dios es mi padre. Dios es tu Padre: el que te deja ir, el que te espera siempre, el que sale corriendo a tu encuentro, el que abraza sin pedir explicaciones, el que perdona tu pecado, el que acoge tu vida con todo, el que cura tus heridas, y te viste de fiesta, y celebra tu existencia. Dios es un padre que te quiere a su lado, pero no te retiene; es un padre que respeta tu libertad, pero sufre cuando te pierdes. Dios no sabe hacer otra cosa más que amar, perdonar, curar, sanar. Dios sólo sabe salvar.
Mi vida de fe no está exenta de sentimientos parecidos a los de estos dos hermanos. Reconozco en mí a ese hijo pequeño que quiere dejar de sufrir, que escapa en busca de algo mejor, que vive su día a día como si fuera una pequeña prisión de la que le gustaría salir. Reconozco mis desmanes hacia Dios, reconozco querer olvidarlo por un tiempo, querer mirar a otro lado, como si no existiera, y disfrutar «porque la vida son dos días». Hay tanto sufrimiento ahí afuera… Pero reconozco también la sensación de insatisfacción que acaba dejando todo cuando Él no está.
Miro también al hermano mayor y me veo reflejado, cuando mi exigencia a los demás es fruto de esa insatisfacción que se abre paso en el alma. Reconozco sentirme mejor, superior, más digno que otros, por el simple hecho de «estar», de «permanecer», de «quedarme», aunque esto no sea fruto del amor ni vivido con paz. Reconozco celos cuando la fiesta es para otros, a los que juzgo peores que yo.
Es hora de volver a casa. Un día más. Una etapa más. Un año más, Volver, postrarnos de rodillas, pedir perdón. Es hora de decirle a Dios: «Padre, esto es lo que hay, esto es lo que soy… Quiero estar contigo.» Es hora de recibir, de nuevo, su caricia, y seguir viviendo. Amén.
Un abrazo fraterno
Santi Csaanova