Aquí tienes mi pesebre, no tengo más… (Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16)
No es una noche para el recuerdo. No es la conmemoración de un aniversario. No es simplemente algo que pasó hace muuuucho tiempo. No. Me equivocaría si vivo esta noche de esta manera.
Esta noche es la Noche porque celebro que el Dios en el que creo vive. Está vivo. Nace en mi cada día. En esta morada humilde que soy yo. Dios decide venir a la vida, además, en lo peor, en lo más oscuro, en lo más pobre y maloliente que tengo. En aquello de lo que me avergonzaría ante sus ojos. En aquel espacio de la casa donde nunca dejaría entrar invitados. En ese «yo» escondido que no muestro a nadie. En ese «yo», en ese justamente, es donde Él DECIDE nacer. Ahí. Aquí.
Me produce hasta estupor asumir esto… Y, a la par, me conmueve el corazón. ¡Cuánto amor! ¡Cuánto me ama!
Esto celebraré esta noche. Celebraré un amor que me desborda, una decisión difícil de entender, una locura de Dios. Celebraré su ternura, su abajamiento para mirarme a los ojos, su delicada palabra para tocarme el corazón y salvarlo.
Hoy celebro que no tengo más que este pobre pesebre, Dios opta por Él y decide hacer de él la gran plataforma para lanzarme a las estrellas. Hoy celebro que el mundo ha sido salvado y sigue siendo mirado con amor por su Padre Creador. Hoy celebro que Dios ha decidido acompañarme en el frío, en la necesidad, en las lágrimas, en la pobreza, en la soledad, en la enfermedad, en el dolor y también en la esperanza de una familia cualquiera, abrumada por los acontecimientos, pero confiada en el Señor.
Aquí tienes mi pesebre, Jesús.
Un abrazo fraterno y ¡Feliz Navidad!