Evangelio para jóvenes – Domingo 12º del Tiempo Ordinario Ciclo A
Hace unos días recibí un whatsapp de una persona amiga que me comentaba la importancia de ser valiente sin complejos, aún a costa de equivocarse, y de afrontar las opiniones de los demás sin miedo, intentando hacer de ellas una crítica constructiva en el mejor de los casos. ¿Nos estamos olvidando de ser valientes? ¿Cuál es la frontera entre la valentía y la temeridad? ¿Debo darle vueltas a la opinión que los demás tienen sobre mí? ¿En qué hay que ser especialmente osado? Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 10,26-33]:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»
El Evangelio nos aclara todo lo planteado: ¿Hay que tener miedo? A veces es lo lógico y lo recomendable, porque nos protege. ¿Hay que ser valiente? Construyendo el Reino de Dios, sin duda. Dios está de nuestra parte. Estamos llamados a ser lo que somos, en plenitud. Nuestros dones, nuestras capacidades, nuestra mirada, nuestro cuerpo, nuestro espíritu… todo proviene de Dios y está llamado a ser bello, bueno y transformador. Nunca el precio puedes ser tú. Te dejo tres pistas:
- «El fuego que mata alma y cuerpo» – ¿Miedo? Sí. Miedo a perderte a ti mismo, a ti misma. Miedo a que el pecado se haga con tu corazón y lo llene de insatisfacción, de rencor, de envidia, de odio. Miedo a que pierdas a Dios de vista y desaproveches la oportunidad de ser feliz aquí y en la otra vida. A eso hay que tener miedo. ¡Fíjate! El Evangelio nos invita a dar la vida, ¡incluso a perderla como Jesús! No hay que tener miedo a eso, a las consecuencias de aportar por el bien, el amor, los valores, la amistad verdadera, las relaciones sanas, las apuestas vitales valientes… El miedo debe protegernos de aquello que nos consume, que absorbe lo mejor que tienes. ¿Qué lugares, qué personas, qué situaciones, qué decisiones, etc. anulan lo mejor que tú tienes? ¡Aléjate de ellos!
- «Dios te conoce» – Tu Padre sabe quién eres. Tu Padre sabe lo que hay en tu corazón. Tu Padre no se equivoca contigo. Tu Padre sabe más de ti que tú mismo, que tú misma. Sabe que eres más valioso, más bella, más bueno, más capaz… de lo que a veces tú te crees. Los enredos, las críticas injustas sobre ti… no deben tener poder sobre tu persona. Confía en que Dios sabe más que la gente, que Él sí ve el por qué haces las cosas, tus intenciones; Él sí conoce tus preocupaciones y desvelos. No tienes que quedar bien.
- «Dios se pone de tu parte» – Soy testigo de ello. No se trata de rezar todos los días para que esto o aquello salga como yo quiero; se trata de intentar vivir siendo fiel a ti mismo y a aquello que crees que Dios te pide… y uno va comprobando que Dios cuida la vida y que cada cosa va cobrando sentido en el tiempo y que el camino que se va haciendo es un camino que, sí, va hacia algún sitio. Por eso no lo dudes: si apuestas por Dios, Dios se pone de tu parte y la vida, con sus dificultades, dolores y sinsabores y también con sus alegrías, logros y caricias, es un regalo con sentido.
Llega el calor fuerte y, con él, las ganas de descanso, piscina, playa y terracitas. Ese Evangelio de hoy marcó un verano allá por 1997. Tal vez vuelva a ser importante de nuevo ante el horizonte que se nos presenta por delante a mi familia y a mí. Ojalá sepa afrontarlo sin miedo y con valentía.
Un abrazo fraterno
Santi Casanova