#Narraluz 4
Te miro mientras duermes y recuerdo.
Es fácil vivir siendo una sombra, uno más de la manada. Uno sólo tiene que dejarse llevar y permitir que la oscuridad que uno lleva dentro se apodere de la totalidad del corazón. Es la perdición disfrazada de placer, de diversión, de libertad. Es la nada abriéndose paso por el alma, destruyendo todo lo que encuentra en su camino.
Tu mano levantó mi cabeza y me obligó a mirarte a los ojos. Mi mirada vejada, donante de tristeza, pudo verse reflejada en unos ojos comprensivos, en pupilas pequeñas y serenas, en el color verde de tu esperanza inquebrantable. Me sacaste del anonimato de la vida y me devolviste mi nombre. Me llevaste a pasear de tu brazo y me enseñaste a mirar hacia arriba, donde se descubren los secretos mejor guardados de la belleza.
Te miro mientras duermes y recuerdo, con agrado, todo lo que vivimos ayer. Te miro mientras duermes y rumio la emoción de verte entrar blanca y radiante por la puerta grande de mi existencia.
Era una de esas tardes en las que uno se siente a gusto consigo mismo. Ya sabes de lo que te hablo. Uno de esos días en los que te merendarías la vida a bocados.
Caminaba convencido de ser el centro del universo, absolutamente seguro de que la gente me miraba cuando pasaba por mi lado. En mi salsa, me sentía el hombre más atractivo de la ciudad.
Era una de esas tardes en las que uno se funde con el mar que atisba al final de la calle, con el aire atrevido que respira, con la piel suave que roza en el atestado metro, con la pija fragancia de la que se cruza contigo en el paso de cebra, con el sabor de una Pepsi Light bien fría al llegar a casa.
Era una de esas tardes en las que ni a ti te echaba de menos…
El tiempo ha hecho mella, sin duda. La piedra, ennegrecida en sus aristas más visibles, ha sufrido el desgaste del correr de la vida y de la humedad del olvido. Pero sigue en pie.
He vivido sin ser consciente de su presencia muchos años. Hoy, al abrazarnos, en un rincón insólito de mi corazón, la descubrí de nuevo. Allí estaba. Rodeada de frondosos recuerdos, escondida en la profundidad, orgullosa de su belleza atemporal. Emocionado, pude recorrer sus esquinas, contemplar detalles ya olvidados, admirar su consistencia, ¡asombrarme de la fuerza de sus cimientos!
Hoy, al abrazarnos, tantos años después, fui llevado por las minas últimas de mi ser hasta aquello que un día tú y yo contruimos.
Cógeme de la mano y ven. Quiero volver a recorrer sus estancias contigo, otra vez. Siempre.