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Evangelio para jóvenes – Domingo 4º del Tiempo Ordinario Ciclo B

Ha sido un fin de semana entre amigos y, ahora, me siento a meditar y encontrarme con la Palabra de Dios, de nuevo. Jesús llega a nuestras vidas para darles plenitud, para ensancharlas, ampliarlas, engrandecerlas, para dar voz a todo lo que las hace mejores y para liberarnos de todo aquello que las limita y las empequeñece. La amistad, sin duda, es uno de estos regalos de Dios que nos hace mejores y dedicar tiempo a disfrutar y cultivar tiempo con los amigos es algo que nos hace humanos, divinos. Vamos a leer el Evangelio de hoy [Mc 1,21-28]:

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Jesús entra en Cafarnaún. Entra en nuestra vida. Jesús va a la sinagoga a enseñar. Trae para ti, para mí, una Buena Noticia que cambia la vida, trae un anuncio aquí, ahora, en medio de tanto ruido, de tanta publicidad, de tanta promesa de bienestar y eternidad, de tanto placer que deja poso amargo. Jesús viene a ti hoy a decirte que lo que tiene que ofrecer es más importante y más sanador que la locura en la que te sume el alcohol de fin de semana, que el bienestar engañoso del porro, o el cigarro, que te fumas con ahínco, que el placer que te produce el sexo sin compromiso, libre y alocado, como si pudiera uno entregar lo mejor que tiene sin pagar ningún precio. Viene a ofrecerte un viaje a su lado, un viaje para el que no necesitas ni un gran equipaje, ni pagar aviones, ni reservar resorts… Te dejo tres pistas para hoy:

  • «¿Qué quieres de nosotros, Jesús?» – El mal se revuelve, como se revuelve una parte de ti cuando sientes que Dios viene a cuestionar parte de la vida que llevas. Sí, crees en Él. Sí, lo aceptas. Sí, te parece un buen tipo. Pero no soportas que venga a decirte que cambies de vida, que abandones algunas cosas. Y te cabrea. Te cabrea y te llenas de justificaciones y de excusas y de argumentos y reproches. En el fondo de tu corazón, cuando Dios se acerca un poco, tú también preguntas: ¿Qué quieres de mí, Jesús? Porque sabes que su poder puede cambiarlo todo y eso… te da miedo.
  • «¡Cállate!» – Jesús viene a acallar a todo aquello que controla tu vida, que te llena de miedo, que te empuja a la oscuridad. Esos impulsos que sientes que no puedes controlar, esa necesidad de sentirte valorado y querido que te lleva a sobrepasar ciertos límites, ese terror a sentirte solo, sola, no aceptado por la mayoría, esas ideas que tienes sobre ti en las que te recuerdas que no vales, que no puedes, que no sirves, que no te lo mereces, que eres una mierda… Jesús hace callar todo eso. Jesús tiene poder para sumir en el silencio a los demonios que no te dejan ser feliz. ¿Por qué no confías en Él?
  • «¿Qué es esto?» – Contempla la vida de tantas personas que, antes que tú, también fueron tocadas por Cristo. Personas, hombres y mujeres, que estaban presos de los mismos demonios, perdidos, sin esperanza, buscando una felicidad que parecía lejana. Acércate a ellos, a ellas. Pregúntales. Mira cómo su vida ha cambiado. Es cierto. No hay fraude. Jesucristo trae un Reino nuevo para ti, un Reino para reinar junto a Él sin cambiar un ápice de tu fragilidad, de tu pequeñez. Asómate. Déjate tocar. Sorpréndete y di como aquellos: ¿qué es esto? ¡Era posible!

Tienes toda la semana para contemplar este evangelio, para ponerte en el lugar de esa persona llena de demonios, asustada, esclava, que reconoce a Jesús y que es liberada por su Palabra. Tal vez sea un buen deseo para rezar estos días.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Demonios cotidianos (Mc 9,14-29)

No voy a entrar en un asunto complejo y difícil como es el de la presencia del demonio en nuestras vidas. Habría mucho que decir y no soy un experto del tema. Pero creo que si unimos el evangelio de hoy con el salmo 18, algo nos dice muy claro hoy el Señor. Y es que todos, tú y yo, sí somos capaces de experimentar la paz en el alma, o la agitación interior; la alegría en el corazón, o la tristeza; la claridad sobre lo que tenemos qué hacer, o la oscuridad… Todos podemos hablar de los pequeños y grandes demonios cotidianos.

Cuántas veces me he sentido agitado interiormente. Pensando mal de unos y otros, sin saber si estaba en mi sitio, siendo tentado a abandonar mi misión, o con miedo a seguir adelante… Agitación que luego se traducía en tensión, discusiones en casa, apatía, sequedad en la oración… También me he sentido triste muchas veces. He sentido que no me querían. Me he sentido solo. Me he sentido poco valorado. O he mirado al mundo con desesperanza, a punto de tirar la toalla. Pequeños demonios cotidianos que se nos meten dentro. O esa sensación de no ver nada claro cuál es el siguiente paso a dar. Falta de luz. Falta de calor.

Sólo Jesús es capaz de vencer al mal que nos incita, nos afecta, nos empuja o nos gobierna. A falta de Jesús, más espacio para los demonios del día a día. Cuánto más Jesús, menos margen de maniobra. ¡Y Jesús vence al mal! Devuelve la luz, y la alegría, y la paz. Claramente, esos son sus frutos. Cuando no experimentamos eso… necesitamos parar. Hacer silencio. Meditar. Encontrarnos con él. Orar. Y dejarnos sanar y rehacer.

A veces buscamos la mayor parte de las soluciones a nuestros males en técnicas, lugares, personas, grupos, religiones varias, tendencias, riquezas, vicios… ¡o pretendemos ser nosotros los que solucionemos todos, como si fuéramos auténticos superhéroes! Y así seguimos. Rotos y gobernados por aquel que no nos quiere bien. Pongámonos en manos del Cristo y volvamos a ser felices en Él.

Un abrazo fraterno

¡Jesús, ten compasión de mi!

SABERSE CIEGO
QUERER VER
GRITAR PIDIENDO AYUDA

Esos tres pasos son los pasos de una secuencia de sanación. Uno no llega a cualquiera sin haber pasado por los anteriores. Y uno no se cura sin haber completado los tres.

El primer paso acarrea el sufrimiento de saberse débil, vulnerable, herido. Ese sufrimiento no siempre es asumido ni deseado y preferimos vivir ciegos pero convencidos de que esa ceguera no es tal, nos autoconvencemos de que somos felices, de que todo va bien y de que las cosas que a uno le pasan no son para tanto. La máscara de la fortaleza se hace fuerte en nosotros. Empezamos a dejar de ser lo que somos. Y perdemos la oportunidad de comenzar el camino de nuestra propia felicidad verdadera. Empezarlo es de valientes, de rebeldes, de vivos. Duele. Y el ruído de la caída del castillo de naipes es ensordecedor…

El segundo paso no es menos complicado: querer cambiar, quere ver, estar sediento de otra cosa… ¡de otro yo! ¡de mi! No basta con darse cuenta de que estamos ciegos. No basta. La trampa de este paso es enorme: ser consciente de mi herida, de aquello que no me deja ser yo pero no darle demasiada importancia: al fin y al cabo así he vivido mucho tiempo y tampoco es para tanto. Es el engaño de una consciencia mediocre, de una satisfacción complaciente. ¡Qué valiente soy, he emprendido este camino y he descubierto mis heridas! Pero querer otra cosa implica dejar tanto, abandonar tanto, cuestionar tanto… Adormecemos nuestra sed con pastillitas de efecto rápido. Seguir es de valientes. Ya no hay marcha atrás.

Y llegamos al último paso pero decisivo: pedir ayuda. Yo me sé ciego, yo quiero dejar de serlo y es mi fe la que me salvará pero, tal vez, muchas veces, necesito de ese alguien que me pregunte, que me cuestione, que me confronte, que me acoja, que se pare a mi vera, que me refuerce, que me suscite, que me acompañe, que crea en mi, que me ayude a creer que la curación es posible. Es el momento de gritar, de ¡¡¡grrriiiitaaaaaaaaaaaaaaaarrrrrrrrrrrrrrr!!! Muchos se creen que pueden solos. ¡Claro que la llave de curarse la tiene una mismo pero no siempre podemos solos!

¡Vaya ruta! ¡Vaya sendero! ¡Vaya tela tiene esto de curarse la heridas! ¡Y luego la gente se va a hacer «puenting»! ¿De verdad hay algo más emocionante, vertiginoso y acojonante (con perdón) que esto?

Un abrazo fraterno

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