Si no has leído la historia del profeta Oseas, es el momento. Un matrimonio como signo del amor de Dios a su pueblo. El desierto como lugar donde el amor rebrota, donde la fe renace.
Personalmente, siento que he sido llevado al desierto. ¡Hay tantas cosas que no veo con claridad! ¡Me siento, ahora mismo, un evangelizador seco y cansado! Pocas luces, pocas certezas, pocos frutos, muchos susurros, poca compañía, bastante soledad en algunos planteamientos… una sensación no agradable, vamos. Siento hambre y sed del Dios vivo y resucitado que enarbole la esperanza y haga que, de nuevo, mi corazón enardezca y arrastre.
No es un lugar al que me haya retirado por propia voluntad. Al contrario, recibo hoy la Palabra de Dios que me recuerda que es Dios quién elige el desierto muchas veces como lugar para reconstruir un amor desgastado por el tiempo y los infortunios y sinsabores de la misión. Es aquí donde Dios vuelve a proclamar todas sus promesas y donde se da a conocer con mayor fuerza. Eso espero. Anhelo que llegue de nuevo la pasión.
Señor, aquí estoy, transitando entre arena y sol. Voy cabizbajo y vacilante, desanimado por momentos, incrédulo de vez en cuando; pero todavía confiado y esperanzado en que Tú sabes más que yo, en que Tú, mi Señor, me has traído hasta aquí para darme vida nueva. Así sea.
Un abrazo fraterno – @scasanovam