Experiencia de mal y perdón (Mt 9,1-8)
El mal está ahí. Los creyentes le llamamos pecado. Otros le llaman de otra manera. El caso es que todos tenemos experiencia de dolor, de enfermedad, de infelicidad, de frustración, de herida, de daño producido a otros. Las consecuencias las conocemos también.
Si vivimos heridos la vida se pasa regular. El Evangelio nos lo muestra con claridad. Es como vivir tumbado. Nos fallan las fuerzas y las ganas. La mirada baja. Los horizontes se oscurecen. Una alta dependencia de muchas cosas. El mal nos tumba. Nos tira. Nos hunde. Nos hace funcionar limitados. Y nos vivimos bloqueados, prisioneros, coartados. Es como vivir rodeado de tabiques, ajenos a nuestros sueños, desconectados de nuestros deseos más profundos. Es un querer y no poder.
Jesús de Nazaret, al que muchas veces tenemos asociado con lo religioso, lo eclesial, la losa de la Ley, etc.; rechazado por la ideología de muchos que no le conocen, viene, fundamentalmente, a LIBERARNOS, a CURARNOS. El perdón sana. El perdón cura. El perdón restaura. El perdón restituye. El perdón te vuelve a poner de pie. Te devuelve las fuerzas y las ganas. Alza tu mirada y te presenta de nuevo horizontes alcanzables. Libre y autónomo. Te saca de la fosa y te saca ahí afuera de nuevo, para que respires y tomes oxígeno. Jesús viene a desbloquearte, a devolverte la alegría. Te hace sintonizar con tus sueños de nuevo y te devuelve las aspiraciones de plenitud.
Venga. Experimentemos eso. Eso es lo que trae Jesús a nuestras vidas. Esa experiencia de liberación. Yo la necesito. ¿Y tú?
Un abrazo fraterno – @scasanovam