Y si te estuvieran mirando (Mt 24,42-51)
El Evangelio de hoy me recuerda a la situación de muchas mañanas en casa. Nuestros niños ya son lo suficientemente mayores para despertarse sin venir a despertarnos a nosotros. Normalmente van al salón y desayunan y ven la tele un rato. Saben que no me gusta que la vean por la mañana. Así es que normalmente, cuando me despierto y voy hacia el salón, compruebo que hay una serie de movimientos rápidos como para hacer ver que la tele lleva poco encendida y que ellos como que se acaban de levantar. También me recuerda a lo que muchos padres hacen las semanas previas a los Reyes Magos o a Nochebuena, en las que, cuando alguno de sus hijos se comporta de manera inadecuada, les espetan eso de «no te portes mal que los Reyes o Santa Claus te están viendo».
En el fondo, da la sensación de que la imagen de un Dios vigilante jurado o policía o juez está metida en nuestras venas. Es como si por naturaleza nos apetecieran unas cosas que no podemos hacer porque estamos siendo observados por Aquél que, un día, decidirá si nos sube a las alturas o nos envía a las llamas eternas. Tremendo. Claro, coges el Evangelio de hoy y la interpretación es parecida. ¡Cuidado con lo que haces no vaya a ser que te llegue la hora de morirte y lo hagas en pecado y zas, al hoyo!
No me imagino a Dios funcionando de tal guisa. Sería muy desalentador. Yo creo que el Evangelio lo que propone es sencillamente vivir en verdad, ser honesto con uno mismo y también con el Dios al que dices seguir. No por el castigo sino porque no se puede vivir dividido, no se puede vivir aparentando, no se puede vivir en la mentira. La propuesta es llevar el amor de Jesús tan adentro que siempre se le vea a Él. Claro que somos pecadores, que cometemos errores, que nos equivocamos… pero nuestra vida en conjunto, nuestro corazón, deben estar al servicio de los demás, al servicio de Jesucristo. Y no es por el castigo sino por el premio. ¿Por qué no lo pensamos así? El Señor pasa, sí, durante la vida, y quién no está atento, se lo pierde y, en esa pérdida, se escapa la posibilidad de ser plenamente feliz.
Un abrazo fraterno – @scasanovam