Un Reino nada espectacular (Lc 17,20-25)
Reconozco que, conociéndome, me encantaría que el Reino de Dios se hiciera presente de manera más contundente y espectacular. Hace poco compartía con mi acompañante los pros y contras de vivir la vida con un alto grado de épica. Es muy emocionante, sí, pero a la vez olvida el valor de lo pequeño, de lo invisible, del día a día.
Hemos hecho del seguimiento de Jesús, tantas veces a lo largo de la historia, algo tan grande… Hemos construido grandes catedrales, inmensos monasterios; hemos coronado a emperadores y hemos gobernados territorios; muchos se consideran príncipes de la Iglesia y, otros tantos, han utilizado el mensaje del Señor para imponer sus criterios. Hemos hecho de la liturgia muchas veces un escaparte de ornamentos valiosos. Hemos elevado hasta el infinito la humanidad de los santos y del mismo Cristo. En definitiva, nos hemos olvidado muchas veces del Evangelio de hoy.
En mi vida pasa igual. Valoro enormemente los grandes momentos, las grandes ocasiones y olvido, sin quererlo, la pequeña rutina diaria, donde el Reino se manifiesta en casa y en la maravilla de la diferencia de cada uno.
Te pido Señor gafas de cerca. De lejos veo bien. Tal vez demasiado. Necesita fijar la vista en lo que tengo más a mano. Descubrirte también en mí, pese a mis imperfecciones, fracasos y frustraciones. Necesito que las luces del escenario se apaguen y que hablemos cara a cara en la intimidad del camerino.
Un abrazo fraterno – @scasanovam
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