Una historia de Adviento: Capítulo 1
No es una noche diferente a las demás. Al menos no lo parece. El otoño empieza a caducar y se abre la entrepuerta del invierno. Soplan aires de cambio meteorológico y el frío ya cala en cada uno de los rincones de la ciudad. Las estrellas no se ven aunque Carlos sabe que ahí están. Tapadas, anuladas, contaminadas… pero están. Detrás, lejos.
La razón por la que Carlos lleva ya más de 5 minutos pegado a la ventana de su habitación pensando en las estrellas que no ve tampoco es nada nuevo. Los médicos seguro que escupirían un nombre técnico para nombrarlo pero para todos los demás, y para el mismo Carlos, no es más que «el síndrome de la consciencia nocturna», o sea, cuando no puedes dormir porque todo lo que eres en la vida te viene a la mente y el corazón de golpe y tomas consciencia de lo que te gustaría ser, de lo que no eres, de tus sueños y de tus desesperanzas, ésas que no le cuentas a nadie para no preocupar demasiado a los que te quieren.
El reflejo de los ojos de Carlos en el cristal da más frío que el cristal mismo. Da frío y pena. Y Carlos lo sabe. Se está acostumbrando a una noche de sueños rotos cada cierto tiempo. «La noche en la que uno se sabe mediocre, sueña con dejar de serlo, se lo cree por un instante para despertar a la mañana siguiente y comprobar que nada ha cambiado y que posiblemente nunca lo hará» piensa él.
Carlos vive solo en una ciudad saturada de gente. Cuando se vino del pueblo, al acabar sus estudios, veía en esa soledad un regalo para sus ansias de independencia y libertad. Hoy él sabe que esa soledad es una losa; sobre todo en las noches de sueños rotos. Porque mañana se levantará temprano, se vestirá de hombre afortunado y exitoso e irá a trabajar. Y trabajará mucho. Para Carlos, el tiempo libre es odioso. Alimenta sus recuerdos y eso Carlos no lo soporta.
Y aún sin saberlo Carlos hace suyas las palabras del profeta: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! […] Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa.» Carlos no tiene ni idea de qué es el Adviento. Ni siquiera cree que junto a las estrellas que no ve hay un Padre que lo ama. Pero hoy Carlos vela. Está en vela consigo mismo. Y aunque sabe que tal vez el día de mañana no deparará sorpresas, la noche le está sirviendo para recordarse quién es y cuáles son sus anhelos. Y eso, hoy, hace que una noche más sea una noche distinta.
Continuará…
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