Una historia de Adviento: Capítulo 5

Hace frío de verdad y Fátima se refugia tras una alegre bufanda y un gorro que le había hecho su abuela años atrás. Necesita un paseo, sentir el viento en la cara aunque sea poco el trozo que lleva al descubierto. Ha quedado con Carlos dentro de un rato allí mismo pero no quiere encontrarse con él sin antes darle al cuerpo y al alma el descanso que necesita.

Fátima sabe que es Adviento. Lo sabe y lo vive. Hace ya muchos años que descubrió que la Navidad es distinta si viene tras un Adviento vivido. La Navidad es Navidad. Isaías es un perfecto primer plato que te va introduciendo magníficamente en el banquete. Isaías deja tus papilas gustativas a punto para recibir al plato que no necesita guarnición. Isaías es el profeta «potenciador del sabor» de Cristo. Un primero de lujo. Cuando Fátima entra en la iglesia están precisamente leyendo a Isaías y lo que oye la llena de paz: «Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua«. Ya sentada, mastica cada una de las palabras del salmo con los ojos cerrados mirando a lo alto: «Dad gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna su misericordia. / Mejor es refugiarse en el Señor / que fiarse de los hombres, / mejor es refugiarse en el Señor / que fiarse de los jefes«. El viento y la Palabra han hecho efecto.

Carlos lleva ya esperando un rato. Pese al frío ha preferido esperar fuera. En la iglesia no sabría qué hacer, adónde mirar, cómo poner las manos, qué palabras responder… A veces no entiende cómo Fátima puede darle tanto valor a ese aspecto de su vida pero Carlos la respeta profundamente. Cuando la ve, ¡su corazón se remueve! Constata que le gusta más «de normal» que «de postín». «Fátima no necesita maquillaje ni lentejuelas» piensa él. Cuando la tiene a su lado, con dulzura y sabio manejo del tempo le baja un poco la bufanda y la besa, un pico que dirían algunos. La espera ha valido la pena para ambos. Verse es algo grande. Ya Béquer descubrió hace tiempo el encanto engatusador de una pupila…

– ¿Sabes? Te propongo un juego. – le dice Fátima a Carlos agarrándole del brazo. – Hoy quiero que volvamos a casa casi sin mirar el suelo. Anoche leía la entrevista a una desconocida que hablaba de la cantidad de maravillas que nos perdemos los madrileños por mirar tanto al suelo. Hoy quiero que descubramos esas maravillas. ¿Qué te parece?
– Cualquiera dice que no… – respondió Carlos entre risas. – Me va a costar no mirarte a ti pero haré un esfuerzo.
– Qué tonto… Anada vamos… – Concluyó Fátima.

Y pasearon y descubrieron y se sorprendieron juntos. Exclamaron y señalaron a doquier. Boquiabiertos. Disfrutaron de los secretos que a uno le esperan cuando deja de mirar al suelo y decide dar la cara y vivir «hacia arriba». Aquellos tejados, aquellos áticos, aquellas columnatas, esculturas, gárgolas, templetes, terrazas, caprichosos adornos… llevaban allí décadas. Sobrevivieron a lluvias, vientos y tormentas.

Fátima y Carlos, casi sin darse cuenta, empezaron esa tardenoche a construir su casa con la alegre esperanza de que fuera, también, un tesoro hermoso y bien cimentado.

Continuará…

granvia

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