Una historia de Adviento: Capítulo 7
Hoy la ciudad se llenó de luces. Era el día de la encendida oficial del alumbrado navideño y aunque, años atrás, se esperaba a la Inmaculada, poco a poco se va adelantando en el tiempo. Hay mosaicos y figuras de todo tipo y condición: letras, palabras, estrellas, árboles decorados, ángeles, lluvia, lágrimas y luego todas ésas difícilmente reconocibles. Año tras año se va ganando en neutralidad y se va perdiendo religiosidad. Poco queda ya de Belén, del Niño, del portal, de los pastores y de María y José. Las luces son fiel reflejo de aquello que se vive en la realidad social y, ¿para qué engañarse?, todos esos motivos religiosos no están muy de moda. La ciudad está hermosa, eso sin duda. Las grandes avenidas se convierten en mágicos pasillos iluminados y los árboles repletos de color parecen sacados de los bosques de Narnia. Pero ¿por qué?
A Fátima le encantan las luces y los villancicos a todas horas. Pero su oración de hoy la está llevando a masticar toda esta brutal explosión luminosa. Fátima piensa que todas esas bombillitas le dan a la vida un magnífico toque de color y de belleza ilusionada pero que, a la postre, son un estorbo para dejar nacer a Dios. Porque ¿quién verá la Estrella del cielo, la señal de que Dios vive entre nosotros, con toda esa decoración? Es como si la humanidad tratara de decirle a Dios que no es necesaria ninguna luz en el mundo, que aquí ¡vamos sobrados de luz! Fátima sabe que la oscuridad y la pobreza, la sencillez y la humildad, juegan un papel fundamental en toda esta historia de la Navidad.
Mañana otra vela se encenderá en el Belén que Fátima ha puesto en su salón días atrás. Hoy sólo hay una y ella ora bajo su temblor luminoso. Acompañándola, el «Per Crucem» de Taizé. Y en el silencio de esta estampa, Fátima oye su propio corazón agitado, inquieto, ansioso. «Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: «Éste es el camino, camina por él.»» «Transmite tanta paz que hasta pone nerviosa» piensa. Y piensa en muchos de sus últimos desvíos y no tiene tan claro haber oído ninguna voz pero ahí está, esperando la Luz.
«Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.» Fátima se encoge. Se asusta. Esa luz prendida no sólo ilumina, también quema. «A lo mejor las bombillas de bajo consumo del Ayuntamiento no hacen ni eso…» se dice. «Cuánto una mejor intenta vivir la Navidad, peor… más comedura de tarro y menos de turrón… Esto no compensa, enano…» le dice en alto al Niño recostado en paja del pesebre. Fátima se levanta y de un soplo apaga la vela.
Continuará…
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