Una historia de Adviento: Capítulo 9
– ¿Qué esperáis cada una de esta Navidad? – preguntó Fátima a cada una de las mujeres que formaban el grupo que ella supervisaba y acompañaba en el centro. – Es una pregunta fácil y difícil a la vez.
– Yo no espero nada. – respondió la primera con la mirada falta de paz.- La vida me ha enseñado que cuánto menos esperas, menos decepciones te llevas. Tardé en aprenderlo tal vez demasiado…
Se hizo el silencio. Menos Fátima, todas estaban mirando al suelo. Una con la cabeza apoyada sobre ambas manos; otra, erguida, pero con la mirada perdida en el piso; otra comiéndose las uñas; la cuarta con ambas manos juntas en perpendicular a la boca como si orase y la última sentada con normalidad pero con los ojos puestos en los pies de Fátima.
Fátima sabía aguantar los silencios. No le molestaban. No le incomodaban. Sabía que, muchas veces, es el mejor y más curativo de los compartires. Pasaron los minutos. Cinco. Diez. Treinta.
Fátima se movió. Era la hora de dar por terminada la sesión. Pase lo que pase, no más de cuarenta y cinco minutos. Esa era la norma.
– «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo»
Fátima miró a Sofía. Conocía su voz. Sabía que había sido ella pese a que mantenía la cabeza gacha.
– No puedo dejar de esperar algo mejor. Me moriría. – Sofía hizo una pausa. Aquello le estaba costando un mundo. – Hoy he leído esa frase en un calendario colgado en la pared de la enfermería. Y me quedó grabado. – decía con la voz temblorosa. – Yo espero eso. Oírlo. Vivirlo. Sentirlo. Saberlo. Yo espero eso…
– Gracias Sofía. – contestó Fátima. – La sesión ha terminado.
Continuará…
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